Pluralidad o partido único

MarceloOstriaTrigo Marcelo Ostria Trigo

Predomina la convicción de que los partidos políticos, como intermediarios entre la sociedad y el Estado, son indispensables para la plena vigencia de la democracia. Esa intermediación representa, a la vez, la posibilidad del debate público, en el que los ciudadanos tienen la indispensable información para definir su adhesión a una u otra tendencia. Esto se reconoce como denominador común en América. La Carta Democrática Interamericana establece (Artículo 2) que uno de los elementos esenciales de la democracia representativa, es la vigencia del régimen plural de partidos y organizaciones políticas.

No obstante, hay tendencias políticas que propugnan regímenes de partido único, como sucedió en la desaparecida Unión Soviética y los países que fueron sus aliados, y que persisten en Cuba, China, Corea del  Norte y Viet Nam, donde las únicas agrupaciones políticas permitidas son los partidos comunistas. Éstos se respaldan en que, desatada la lucha de clases que culmina en la dictadura del proletariado, no se justifica la vigencia de otros partidos que serían los representantes de las clases desplazadas, aunque inicialmente, en algunos casos, conformaron alianzas de fachada con otras agrupaciones que pronto se fundieron con los partidos comunistas. 



Esta tendencia de establecer regímenes de partido único no es exclusividad de los comunistas. Hitler y Mussolini también impusieron sus partidos con la prohibición de agrupaciones de oposición, lo que constituye un rasgo común de las dictaduras, así tengan distintas bases doctrinales.

El populismo en Latinoamérica, como afirma Enrique Krauze, “ha adoptado una desconcertante amalgama de posturas ideológicas” aunque persigue parecidos fines. En Venezuela, Ecuador, Bolivia y, con otras características, en la Argentina de los Kirchner, sigue otro camino para lograr el predominio político interno. Si bien no prohíbe formalmente el funcionamiento de los partidos y agrupaciones de oposición y éstos participan en elecciones, el acoso y las acciones para debilitarlos son una constante. En los hechos, el partido oficial excluye a las otras facciones de toda definición de los asuntos públicos. Un ejemplo es el rodillo parlamentario que se ceba en la prepotencia y en el sectarismo para imponer designios y aún caprichos. En este caso, se usa el poder legislativo como apéndice del ejecutivo, quebrando otro elemento de la democracia: “la separación e independencia de los poderes públicos” (Carta Democrática Interamericana, Artículo 2, in fine).

La exclusión de las otras opciones políticas como partícipes en la vida política, y como contralores de la gestión oficial, es un claro objetivo del populismo que se orienta a establecer un virtual régimen de partido único. En este empeño, pese a que el régimen populista convoca a elecciones y permite la participación de candidatos de oposición, hostiliza a los que compiten por el respaldo ciudadano. Claro está que la intimidación y el fraude, que frecuentemente asumen diversas modalidades, aseguran el predominio del  régimen, siempre empeñado en perpetuarse en el poder. El régimen populista aun contando con el escamoteo electoral, “castiga” a quien compite por los votos de los ciudadanos, más aún si alguien comete el pecado de triunfar en la pugna democrática. Hay un elemento adicional en el empeño del populismo latinoamericano: establecer un instrumento, no solamente político para el predominio, sino también para justificar –y ocultar- tropelías.

El designio del populismo no es eliminar la oposición formal, sino controlarla, limitarla, dominarla. El camino para lograrlo es el de la persecución y el acoso.