El proceso de cambio

Daniel A. Pasquier Rivero

PASQUIER_thumb El gobierno confunde a propios y extraños, porque parece no tomarse en serio lo que dice hoy para mañana. Falta coherencia a la política económica, con daños no sólo a opositores, sino también a neutros y afines. Se trata de exigir conocer cuáles son las reglas del juego. ¡El país entero las necesita! La naturaleza del proceso económico hace que de manera consciente la grande y mediana empresa planifique antes de invertir o hacer un negocio. Aventuras de capital en sectores tradicionales o innovadores requieren adentrarse en estudios, acumulación de información, investigación de mercados, análisis de costos, diseños de logística, tiempos, ventajas comparativas y oportunidades, y un montón de etcéteras. La dinámica empresarial en cualquier empresa es compleja, nada es sencillo y menos de un día para otro. En términos más simples, aunque más por intuición también se da el mismo proceso en los emprendimientos pequeños y de la microempresa. Por tanto, a las autoridades les debería estar prohibido hacer chistes, porque desde el discurso, el comentario, hasta lo dado al público mediante normas escritas, puede contener enorme importancia y significación para el desarrollo económico del país. Nada es gratis.

A. García muy suelto de cuerpo anuncia que se acabó "la dictadura del libre mercado”. ¿Qué se ha acabado? El DS 21060, mediante otro decreto, el 861. La medida ha sido tomada al calor de la pugna por el aumento salarial reclamado por la COB, que ya le doblaba el brazo al gobierno después de nueve días de paro, marchas y enfrentamiento. Pero la medida genera más desorientación y añade confusión. La revuelta cede, incomprensible como siempre, con logros ridículos, que seguramente burlan la voluntad de las bases. Ya se tenía una oferta del 10 % antes del conflicto. La rendición se da con un 1 % más y la promesa de derogar el famoso DS, convertido en símbolo del neoliberalismo. Decreto que diseñó medidas para frenar la hiperinflación del 24.000 % alcanzada en 1985, gracias a decisiones políticas parecidas a las actuales, en las que se trataba de contentar a todos respondiendo a la lógica de “el que no llora no mama”. Reordenó infinidad de medidas incoherentes que generaban inseguridad en la producción de bienes y servicios; simplificó procedimientos para liberar las fuerzas del mercado, generando progresiva estabilidad en los precios a través de la oferta y la demanda; creó las condiciones para promover incentivo a la inversión y al trabajo; se ganó en transparencia y formalidad en la economía. Y la medida de shock fue consensuada entre las mayores fuerzas políticas del momento; los daños colaterales, que los hubo, forman parte de la historia exitosa de la estabilización y relanzamiento de la economía del país. Lo qué se ha acabado y no reconoce el Vice.



Se acabó la “unidad monolítica” de los movimientos sociales, porque han visto el fracaso de las principales empresas del Estado, la disminución en la producción en los sectores económicos públicos y privados más importantes, la carencia de nuevos empleos estables con salario digno, el aumento exponencial de los precios en la canasta familiar –a pesar del discurso “despistado” del responsable de Economía y Finanzas-, la presencia indiscutible del proceso inflacionario y, sobre todo, la falta de transparencia en el gasto público, con el incremento histórico de la deuda pública interna y externa. El gasolinazo de diciembre 2010 fue suficiente para señalar a todos los bolivianos, sin distinción de colores políticos ni afinidades ideológicas, que el sueño en algún momento termina y la realidad puede ser muy distinta al despertar. ¿Qué sería del proceso de cambio sin los precios increíbles alcanzados por las materias primas y el petróleo, las remesas de los emigrantes bolivianos desde países capitalistas y el auge del narcotráfico? Sólo el último fenómeno tiene que ver con la capacidad y la voluntad del gobierno boliviano.

La CPE reconoce la economía plural, pero los radicales incrustados en altas esferas la han traicionado. Deberían reconocer su error al intentar imponer un socialismo en la estructura económica y en la mentalidad de los ciudadanos de este país, que han dado muestras de sobra a lo largo de siglos el haber aprendido a sobrevivir sin contar con el Estado, menos aún, esperar soluciones desde arriba. Millones de ejemplos podrían confirmarlo. Cuando “el Estado” se ha metido a regular la economía, se ha entrometido en el proceso de acumulación de riqueza de los ciudadanos, el resultado ha sido lamentable: 63 % carentes de casi todo, hundidos en la miseria, se llame Bolivia o Estado Plurinacional. Por eso, cuando se pudo, dos tercios del país voto a favor de un modelo autogestionario, interpretado esta vez bajo forma de “autonomía”. Voluntad política del soberano también desconocida y traicionada por los amantes de la esclavitud ciudadana frente al Estado.

Pero los camaleones están contra las cuerdas: la metamorfosis ideológica los pone al descubierto. Prometieron cambio y recibieron 53.7 % de confianza; pero defraudaron y hoy meditan sobre el 22 – 26 % que les queda, apoyo quizás más oportunista que militante. El pueblo no es ciego. Hay quienes aprovechan al máximo el proceso de cambio para transferir riqueza pública a bolsillos privados y flamean la consigna de la economía comunitaria, el capitalismo andino, loas al ayllu, desde los hoteles cinco estrellas. ¡Pidan lo que quieran, plata es lo que nos sobra!, el nuevo eslogan filtrado al ciudadano de a pie. El cambio, ¿mentira? Capitalistas con lo propio, comunistas con lo ajeno. La descomposición del “movimiento” parece irreversible.

En conclusión: los fascistas quieren dirigir la economía sin haber administrado ni siquiera un kiosco, sin experiencia quieren controlar la educación y la familia, hablan de amor a la Patria cuando la estaban volando a dinamitazos: sueñan con "Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado". Miran al cielo y no ven a Dios por ninguna parte. Vaya, ¡el caos del cambio!