La venganza de Lula

Eduardo Bowles

E BOWLES Nadie entendía por qué Lula se colgaba una guirnalda de coca y llenaba de elogios a Evo Morales aquel junio del 2009 en el Chapare, después de todo lo que le hizo el presidente boliviano con la nacionalización de los hidrocarburos y la humillación a Petrobras, acciones que provocaron ira en Brasil y que le costaron serias críticas a Luiz Inácio, por su postura contemplativa y excesivamente tolerante con su colega, quien luego trató de disculparse llamándolo "hermano mayor".

"Evo é o Mandela boliviano" le decía aquella vez Lula en un tono abrumadoramente adulador. Evo parecía tocar el cielo con las manos. Nada menos que uno de los líderes más notables del mundo lo llenaba de flores, algo que para una mentalidad tan ególatra tiene efectos obnubilantes.



¿Qué le pidió Lula a Evo a cambio de todos esos piropos y, por supuesto, de haberle perdonado el haber sacado a patadas a Petrobras, la niña mimada de los brasileños? En esa ocasión, fue oleado y sacramentado el proyecto de construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos, lo que en otras palabras, ha implicado que Evo Morales se pelee con los originarios del oriente boliviano, destruya totalmente su discurso indigenista y, por último, sepulte para siempre su imagen de líder ecologista mundial, protector de la madre tierra. Encima se ganó el mote de "cómplice del narcotráfico", que le propinó el candidato a presidente de Brasil, José Serra, quien bautizó a esa carretera como la "autopista de la droga". Ese calificativo marcó el inicio del debate internacional sobre las implicaciones del Gobierno boliviano con el narcotráfico, una discusión que ha sido alimentada profusamente por los brasileños, que posteriormente terminaron presionando al Estado Plurinacional para que firme un pacto antidroga con la DEA. Obviamente, todo esto tuvo su soporte concreto y determinante en el caso del narco-general René Sanabria.

La polémica carretera es vital para los brasileños, no así para los bolivianos, cuyas prioridades de integración requieren de otros corredores de exportación. La ruta por el Tipnis ayudará a los grandes terratenientes, productores de soya del centro oeste de Brasil a conectarse con los puertos del Pacífico para llegar a los mercados de Asia. Se trata de una interconexión bioceánica largamente ansiada por las dos potencias sudamericanas Brasil y Chile y que colocará a Bolivia como un simple articulador, con pocas posibilidades de desarrollar sus potencialidades, salvo claro, la de ayudar a expandir los cultivos de coca, el único beneficio visible que surge de esta obra por la que tanto insiste el presidente Morales.

En teoría, el reciente viaje de Lula da Silva a Santa Cruz tenía el objetivo de aplacar los ánimos en contra de los indígenas. Esa es una versión muy complaciente con el exmandatario que surgió en los medios brasileños. En los hechos, ha quedado demostrado que Lula llegó para ajustarle las clavijas al presidente Morales, quien a partir de su encuentro con su "hermano mayor", subió el tono de su discurso y pateó definitivamente el tablero de las negociaciones con los originarios, a quienes les ha vuelto a espetar que la carretera se construirá "sí o sí" y por la única dirección que han diseñado los ingenieros de la empresa brasileña encargada de la obra y que pagó el viaje de Lula a Santa Cruz. La intervención del líder extranjero ha demostrado el tamaño de la subordinación del Gobierno a intereses externos, un problema que también toca a otros aspectos como el gas. Hoy en día, los más beneficiados por el gas boliviano son los brasileños precisamente, al punto que están primero que los consumidores locales.