Lo que las modelos callan: la oscura trastienda de la moda

La ex modelo Christine Hart reflexiona sobre diez años de carrera en su debut editorial. Abusos sexuales sobre compañeras, adicciones y desfiles para Gadafi en en un mundo regido por la dictadura de la belleza.

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Christine trabajó con reputados fotógrafos como Helmut Newton. En la foto, sentada junto al sofá durante una sesión para la firma Montblanc.

Foto: Cortesía de Christine Hart



Han tenido que pasar un par de décadas para averiguar que en el cénit de su carrera, Linda Evangelista, –la supermodelo que no se levantaba de la cama por menos de 10.000 dólares–, en realidad vivía inmersa en la soledad y sólo se animaba jugando a la Game Boy. También tuvieron que pasar unos cuantos años para que Karen Mulder, la que fuese ‘la rubia con clase’ de las pasarelas, protagonizase un sonado escándalo al revelar –previo ingreso en un psiquiátrico–, que Alberto de Mónaco y otros ejecutivos de la agencia Elite trataron de violarla, que su padre la hipnotizaba para hacer lo propio y que en sus años de top model había sido poco más que una moneda de intercambio sexual. Aunque la holandesa pidió perdón y trató de mantener un perfil bajo tras las declaraciones, su intento de suicidio en 2002 revivió el debate sobre el estilo de vida de las modelos y las consecuencias psicológicas de su trabajo.

En un mundo en el que aliarse con un fotógrafo puede ser la mejor estrategia (véase el tándem Kate Moss-Corinne Day) o hundirte en el anonimato más devastador (recuerden si no el affaire Minerva Portillo-Terry Richardson y las fotos publicadas en Kibosh), mantener la cabeza fría y sobrevivir a la montaña rusa de éxitos y caídas en esta profesión puede considerarse como un auténtico triunfo. Así lo piensa Christine Hart, una ex modelo profesional que durante 10 años (entre los 90 y la primera década del 2000) trabajó en Milán, París y Nueva York, se codeó con las tops en la etapa dorada de las supermodelos, trabajó para Helmut Newton, desfiló para Gadafi y vivió para contarlo (y publicarlo) en su debut editorial.

Hart ha autoeditado Lo que las modelos callan, una suerte de diario personal en el que la modelo española, de origen alemán, desvela sus vivencias en una profesión que llegó a considerarla como “un vejestorio” porque empezó en el mundillo con 25 años, recién licenciada en Derecho. “Tener una formación previa me ha dado una base indiscutible para nadar en un mar de pirañas y tiburones” explica a S Moda.

En su libro, la ex modelo (ahora casada y con hijos) describe crudos episodios de abusos, como el desplome de una compañera en pleno casting en Grecia. Al parecer, la joven se desmayó por la impresión que le dio descubrir que en el interior de su vagina había “varios condones recubiertos de semen y flujo que habían estado almacenados durante 24 horas. Lo malo era que ella no tenía recuerdo de nada de lo que le había sucedido la noche anterior, excepto que había estado bebiendo y fumando porros con un fotógrafo, hasta que perdió la noción de la realidad”, explica en sus páginas. “Son episodios aislados, pero esos pocos ya son demasiados porque no debería ocurrir en menores. Empezar con 14 o 15 años es una aberración. Son edades casi infantiles y es fácil caer en espejismos”, cuenta.

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"Hoy la modelo sufre más la dictadura de la belleza que una modelo de los ochenta. Hemos pasado de la talla 38 a la 34". En la imagen, Christine junto a una "new face", una modelo menor de edad.

Foto: Cortesía de Christine Hart

Aunque Hart guarda un buen recuerdo de sus encuentros/trabajos con fotógrafos reputados como el “genio” de Helmut Newton (con el que realizó una campaña para Montblanc), tampoco olvida el endiosamiento de otros cámaras. “Las modelos pecan de ingenuas y tienden a sentirse en inferioridad cuando trabajan con un fotógrafo célebre. Creen estar obligadas a caerles en gracia, soñando en convertirse en su musa y así ganar algún favor o privilegio. Suelen ceder a sus fantasías, que a menudo nacen en medio de sesiones fotográficas por excitación”, lamenta la ex modelo.

Lo dice una modelo “comercial que no estaba sujeta a las modas” y cuya imagen “clásica” facilitó su carrera en su edad más adulta, aunque siempre tuvo que pasar por “el control de calidad de la temida cinta métrica”. “Hoy la modelo sufre más la dictadura de la belleza que una modelo de los 80. De una talla 38 se ha pasado a una 34 (sobre todo en la pasarela) y las modelos actuales no transmiten. De hecho, no llegan a calar entre el público. Ahora no sabes si las chicas son autómatas o modelos. Muchas están en los huesos y tampoco ayuda el factor que ya ninguna sonríe”, cuenta.

Tras pasar por estrambóticos episodios como desfilar en un búnker en el desierto de Libia (“pasé el miedo de mi vida […] En teoría íbamos a Trípoli a desfilar para la embajada española y promover la moda occidental, pero acabamos aterrizando en medio del desierto, encerradas en un búnker y saludando al mismísimo Gadafi), conocer el nivel de adicción al trabajo que da la profesión en Nueva York o “sentirse como un florero” en las fiestas del festival de cine de Cannes; Hart decidió dejar la profesión por amor. “Me enamoré de mi marido, enseguida formé una familia y quería dedicarme a mis hijos. Tenía 35 años y ganaba más dinero que nunca”, apunta.

Ahora lamenta que la profesión haya pasado del “club exclusivo” de los 80 a la profesión popular de hoy en día. “Se han abierto mercados y fronteras, y llegan chicas de cualquier lugar remoto deseosas de triunfar y alcanzar la fama a cualquier precio. Esto ha convertido la profesión en un circuito de rivales”.

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"Existen muchos tipos de modelos y cada una orienta su carrera ajustándose a su perfil físico. Pero todas han de pasar por el control de calidad de la cinta métrica". En la imagen, algunos de los ‘composits’ que Hart tuvo mientras estuvo en activo.

Foto: Cortesía de Christine Hart

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"Escribí el libro porque quería contar los que envuelve en realidad la verdadera carrera de una modelo profesional, una de carne y hueso y no la de una top model", explica la autora.

Foto: Cortesía de Christine Hart

Noelia Ramírez – elpais.com