Al o la que le caiga el guante…

Zorro Yáñez Cortes

ZORRO CORTES Aunque escribía sobre el estudio recientemente presentado por la KAS que concluye que en Bolivia tenemos una democracia degradada, lo acontecido con el paro cívico por la pérdida de un escaño parlamentario que no tuvo más remedio que ser decretado para la platea por el Comité Cívico de Chuquisaca, el repentino apoyo para las gradas a esa medida del Gobernador -aclarando como no podía ser de otra manera, que no era contra su jefazo- y la servil postura que, paradójicamente, asumieron “nuestros representantes” del oficialismo a la hora de la votación de la no menos servil propuesta del TSE en la Asamblea legislativa -alguna hasta llegó a decir que era en cumplimiento de la Constitución y por tanto no podían modificarla- me llevaron a tratar de desentrañar las causas por las que un ser humano sacrifica su elemental y natural sentido de dignidad y… hace gala de su servilismo, llunkherío o lamberterío, al extremo de olvidarse de sus hermanos “representados”, la región a la que “defienden” y en la que nacieron, tienen su familia y tal vez terminen sus días sí tendrán cara para volver, y le meten nomás en contra de “su región”, prefiriendo acatar las órdenes de su jefazo.

En ese contexto, estoy de acuerdo con Henry David Thoreau cuando dijo que la desobediencia es el verdadero fundamento de la libertad, por lo que los obedientes son esclavos, aunque entiendo aquellas posturas de quienes –de buena fe, por legítima convicción o hasta por salvaje ignorancia– internalizan de tal manera los postulados de determinada ideología, adscripción partidaria o algo parecido y –vaya eufemismo- para adormecer su conciencia, alegan disciplina partidaria o sindical acatando las consignas del que ordena desde arriba por encima de las propias, incluso vulnerando los intereses de quienes discursean “representar”.



Empero, deseo de todo cerebro que en algún momento de su vida, esa obediencia, disimulo o convicción, entre razonablemente en crisis, pues por muy creyente u obsecuente que sea o se haga –por las mieles del poder, mantener la peguita o el sex appeal que creen el poder les da– espero haya alguna circunstancia que genere una crisis de esas existenciales, que les cause algún escozor siquiera, no sé sí en su conciencia, lengua o rodillas (que a esta altura deben ya tener un formidable callo).

Para el efecto, aprendí de los que saben que el servilismo se trata de una condición sicológica consistente en “la ciega obediencia y adulación a la autoridad de una persona”, que se presenta en sujetos con muy baja autoestima causada por su depreciación o degradación personal como efecto de conductas ligadas al miedo, represalias y/o necesidad de obediencia, para evitar el aislamiento, desempleo o lograr alguna figuración, aunque sea a costa de su persona.

No se trata de una conducta unilateral de parte del llunkhu, sino requiere del otro lado (de arriba) de un jefazo, caudillo, líder indiscutible o lo que se le llame, que gusta ponerse por encima de quienes considera y se comportan como sus vasallos, mejor sí es por los siglos de los siglos; de esa manera se convierte en un círculo vicioso que como condición sine qua non requiere ausencia o debilidad de instituciones para ese vil ejercicio de la política, el gobierno u otras actividades públicas.

Así las cosas, el caldo de cultivo en el que florece el llunkherío son esos entornos institucionales débiles, inexistentes o destruidos así sea so pretexto del cambio, la revolución o cuentos similares, en los que el caudillo es el dios supremo y sus lambertos, simples fusibles usados sólo para obedecer los deseos del caudillo o las consignas indiscutibles de su partido, siendo luego de un tiempo de servicios prestados, desechados o reemplazados por otros nuevos, que también gozan soportar la lógica amo-siervo que desprecia la de líder-colaborador y peor los méritos, salvo el de pasar la lengua. Al o la que le caiga el guante…

Correo del Sur – Sucre