El plan secreto de Cristina Kirchner

Joaquín Morales Solá

morales-sola-1 Cierta confusión intelectual merodea un proyecto secreto de Cristina Kirchner: ser una líder política importante, aunque fuera del gobierno, después de diciembre de 2015. En el camino, practica una refutación constante entre sus palabras y sus hechos, sobre todo los hechos últimos. La aguerrida abanderada de una izquierda confrontativa y revisionista frente a una presidenta pragmática. Una jefa política que habla de una revolución invisible y ejercita el conservadurismo evidente. El problema es que a veces las palabras confunden a los hechos.

En los últimos días dio instrucciones a su equipo económico para que analice un pronto levantamiento del cepo cambiario. Sueña con el momento de devolverle los dólares a la refractaria clase media argentina. ¿Cómo hacerlo? Estudian desde una liberación total hasta el desdoblamiento del mercado de cambios. Es una medida riesgosa, porque los argentinos padecen el síndrome de abstinencia del dólar. Podrían arrojarse sobre las escasas reservas del Banco Central y dejarlo a éste exhausto hasta la miseria. Las reservas que hay sólo alcanzan para pagar las importaciones de energía y los compromisos de la deuda pública hasta 2015.



El cepo fue un fracaso sin atenuante. Ahuyentó la inversión, provocó nuevas fugas de dólares, aisló innecesariamente al país del mundo y condenó a la Presidenta a una mayor distancia con importantes sectores sociales, sobre todo los que son o quieren ser de clase media. La ortodoxia de los heterodoxos ha descubierto ahora las bondades del liberalismo cambiario, pero el momento es el más difícil de todos. El presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, y el jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray, creen, no obstante, que ya es hora de abandonar las viejas extravagancias de Guillermo Moreno. Algo debe reconocerse: Echegaray es el más antiguo crítico de ese falso método de atesorar dólares que, al final, se van.

Cristina Kirchner tiene, además, un optimismo que no necesita de pruebas. Está segura de que entregará una economía en expansión dentro de un año y medio. Es cierto que su equipo económico está negociando en absoluto secreto créditos internacionales por unos 6000 millones de dólares, que es la condición para levantar el cepo. Participan bancos y conocidos fondos de inversión. Han hecho promesas, por ahora, pero no han concretado nada. Sin embargo, los mensajes van y vienen desde el exterior hasta el núcleo duro del poder cristinista.

El conflicto de la nueva política económica de Cristina consiste en que les ajustó el cinturón a todos, pero no ajustó el suyo. La quita de subsidios en agua y gas (que en el caso de este último aumentará considerablemente las facturas del invierno) significa sólo el 10 por ciento de la masa total de subsidios del Estado. El otro obstáculo de los cambios económicos lo levanta la virtual prohibición de girar dividendos (en dólares, obvio) al exterior. Mientras esté vigente esta decisión, la inversión sólo se asomará a la Argentina, pero nunca llegará. Y la falta de inversión genuina es una de las llamas que alimentan el fuego de la inflación.

Cristina no quiere irse del poder para criar a sus nietos. Una mujer política espera seguir haciendo política. Influir, opinar, conducir aunque sea a una franja minoritaria de la política argentina, liderar un bloque de diputados en el Congreso Nacional. En ese proyecto no entra Sergio Massa; a él sólo le dedica el odio que merecen los traidores. Massa juega su partido, consciente de que nunca será el delfín del régimen. Rápido y astuto, está cazando en el aire los problemas de la sociedad. El proyecto de reformas al Código Penal o el mínimo no imponible para el pago de Ganancias, que, espoleado por la inflación, suele devorar hasta los mejores aumentos salariales. Se pavonea, desafiante, con esas críticas al corazón del gobierno cristinista.

¿Y Macri? Macri está creciendo en las encuestas en los últimos tiempos. Es muy distinto del kirchnerismo entre lo que hay en oferta. Sería el adversario ideal de una Cristina fuera del poder. La izquierda buena contra una derecha dura y gobernante. Ése no sería Macri, pero es el retrato que el cristinismo va construyendo ya en el imaginario colectivo. No tiene solución para un problema: ni el peronismo, ni mucho menos el cristinismo militante le perdonarían jamás una eventual ayuda a un político que no es ni peronista ni de izquierda y que, encima, amenaza con barrer de la política las viejas prácticas peronistas. Macri deberá, definitivamente, contar con él mismo si quiere llegar al poder presidencial.

Queda Scioli. El gobernador no tiene las formas, ni los gustos, ni la historia, ni las ideas que al cristinismo le gustan. Pero es el más conocido por la Presidenta; ella sabe que detrás del gobernador no se esconden ni el rencor ni el destrato. Sin embargo, no le construirá ella el camino presidencial; de hecho, Scioli no recibe ni un peso más que el estrictamente legal. A pan y agua. Los que oyen a la Presidenta tienen una certeza esencial para los tiempos sin poder que les esperan: Scioli respetará la jefatura política de Cristina hasta el último día de su mandato. Ése es otro objetivo crucial de la Presidenta. Es probable que el candidato final del cristinismo sea Scioli, aunque nunca ningún cristinista dirá que lo quiere a Scioli.

El resto de los candidatos presidenciales (Cobos, Binner, Carrió, Sanz) pertenecen a un mundo demasiado lejano del oficialismo. No hay un plan para el caso de que alguno de ellos fuera el sucesor de Cristina.

Un conflicto enorme surge cuando las palabras contradicen a los hechos. La economía y la política están más unidas en el mundo que lo que cualquiera puede suponer. La denuncia de la Presidenta, por ejemplo, de que en las Malvinas hay una base de la OTAN carece de pruebas. Peor: al día siguiente de su exorbitante denuncia, un documento oficial del gobierno británico criticaba a la administración de Obama por su excesiva neutralidad en el caso de las Malvinas. La OTAN no es nada sin los Estados Unidos.

En las Malvinas hay una muy importante base militar británica, pero sólo británica. La denuncia agredió a todas las grandes naciones occidentales, que están en la OTAN. Y que también están en el Club de París y en el Fondo Monetario; en ambos lugares el país necesita conquistar la comprensión.

De la OTAN forma parte también España, país al que el gobierno argentino seduce para que lo acompañe en su pelea con los británicos. España tiene un viejo diferendo con Londres por el Peñón de Gibraltar, pero ni la historia ni la actualidad son las mismas comparadas con las Malvinas. España es socia de Gran Bretaña en la Unión Europea y en la propia OTAN. Madrid nunca se dejará llevar por el belicismo verbal del gobierno cristinista. A todo esto, ¿España no sería también, si todo fuera cierto, responsable de la base de la OTAN en las Malvinas? Desde ya que sí. Un representante español, Javier Solana, fue hace pocos años el jefe de la OTAN.

Las Malvinas movilizaron la confusión intelectual de la Presidenta. Rindió homenaje a un operativo fugaz de ocupación de las islas, en 1966, por un grupo liderado por Dardo Cabo, que pertenecía a la más rancia derecha peronista, militante entonces de la ultranacionalista Tacuara. Cabo murió muchos años después, durante la dictadura, como dirigente montonero, pero en la década del 60 era todo lo contrario de lo que Cristina quiere representar ahora.

Aquel operativo secuestró un avión de línea, de Aerolíneas Argentinas, cargado de pasajeros. Los secuestradores le ordenaron al comandante del vuelo, a punta de pistola, que llevara el avión hasta las islas, donde desplegaron banderas argentinas por muy poco tiempo. Cristina colocó una de esas banderas de Cabo en el museo permanente de la Casa de Gobierno. ¿El secuestro de un avión puede ser hoy, después de tantas tragedias aéreas por secuestros de aviones, un acto heroico? Desde luego que no. Aferrada a las confusiones del pasado, Cristina se olvidó del presente que vive y gobierna.

Todo, encima, para nada. La Argentina nunca negociará esas islas con los británicos si la forma de impulsar el indispensable diálogo es a través de empellones e imposiciones. Londres tiene la obligación de negociar, según el viejo mandato de las Naciones Unidas. Pero la Argentina tiene el deber moral de crear el clima propicio para esa negociación.

Aquel objetivo político y esencial sobre el futuro de Cristina tropieza otra vez con los modos y con las palabras. La Presidenta necesita de un enemigo, externo o interno, tanto como de la división. Ella es la única que habla de pobres y ricos, enfrentándolos. Es la única que alude a enfrentamientos de clases en un país construido sobre una alianza implícita y admirable entre sectores sociales, religiosos y étnicos. Corre el riesgo de que el futuro no la extrañe.

La Nación – Buenos Aires