Drogas, alcohol y estrés, la elevada factura de los genios de la moda

Hubo un tiempo en el que trapos sucios de los creadores de moda se lavaban en el atelier o, como mucho, se enjuagaban en alguna biografía post-mortem. No era elegante comentar en público las debilidades privadas y, por cierto, muy humanas de quienes arbitraban el buen gusto. El asesinato de Gianni Versace, en el verano del 97, y la posterior lucha por el control de la firma marcó un brutal punto de inflexión. Se destaparon las vergüenzas de la familia y nadie salió indemne: la adicción a la cocaína de Donatella, la sucesora; los trastornos alimenticios de Allegra, la heredera; el soterrado rencor de Santo, el hermano mayor… Tuvieron suerte, pese a todo. Por aquel entonces no existía esta especie de «radio patio» llamado internet.

Marc Jacobs y su reciente orgía casera de cuatro días anunciada en la red (buscó candidatos a través de la aplicación Grindr) ha sido lo último en la creciente nómina de episodios escabrosos en un sector que hasta no hace tanto parecía inmaculado. El caso de Jacobs, además, es llamativo. Antes de que fuera fichado por el grupo LVMH para crear las colecciones de prêt-è-porter de Louis Vuitton, en 1997, tenía lashechuras de un intelectual recatado. Su estancia en París, sin embargo, le desató en múltiples sentidos: abandonó sus «gafapasta», secortó la melena, se musculó y se hizo carne de paparazzi cuando comenzó a salir con Harry Louis, un actor porno. Su abandono de la casa Vuitton, en 2013, fue un merecido descanso: por fin podía vivir a su manera sin tener que rendir cuentas por sus excesos. Se quitó presión.

Pero la presión fue algo que John Galliano no supo aliviar y queAlexander McQueen ni siquiera fue capaz de manejar. El culebrón de la ruptura de Galliano con Christian Dior (alcoholismo, antisemitismo,despido fulminante, un largo proceso judicial…) se cerró con su fichaje por Martin Margiela. McQueen, consagrado en Givenchy y santificado con su propia firma, acabó en la tumba. El 11 de febrero de 2010, cuando tenía 40 años y estaba en lo más alto, se ahorcó con su cinturón en un armario de su casa de Londres. Según la biografía de Andrew Wilson, publicada en febrero de este año, fue un drogadicto cruel y bipolar. La cara B de un creador genial e irreverente.



El caso de Christophe Decarnin también es turbador. Hace poco más de cinco años estaba en lo más alto. Al amparo de la estilista Emmanuelle Alt (hoy directora de «Vogue Francia»), rescató a la casa Balmain del ostracismo y la situó en el epicentro de la moda con un golpe de efecto audaz: reinterpretar los iconos del punk para una firma que en su día vistió a Katharine Hepburn o Marlene Dietrich. El éxito fue inmediato. Las macarradas exquisitas de Dercain se vendían a precio de oro. El colmo, sus camisetas de algodón agujereadas a 1.000 euros la pieza. Se agotaron al tiempo que se consumió la fortaleza del diseñador. En la primavera de 2011 no apareció en el desfile de su colección. La firma, tras anunciar su despido, emitió un comunicado en el que hacían referencia al «estrés laboral». Dijeron que por prescripción médica se encontraba reposando en una clínica… de desintoxicación, olvidaron añadir. Desde entonces, se le ha perdido la pista.

Fuente: www.abc.es