Estado Islámico: el brazo armado de la reacción

FERRUFINO1Claudio FerrufinoLa gran victoria de ISIS, fuera de su destrucción inmediata o a largo plazo, es que ha desestabilizado lo que creímos era la democracia representativa, la participativa. En este sentido, como en muchos otros le hace juego al poder, al autoritarismo siempre yacente en cualquier sociedad y la posibilidad de, de nuevo, regir destinos, acción y pensamiento de los habitantes de acuerdo a la conveniencia de sus gobiernos.El Califato no es que sea una aberración de la historia sino su reavivamiento. El horror en la región viene de muy antiguo, uno en el que Occidente también participó con fervor. Ni siquiera cabe echar culpas; se reduce al género humano y a su comprensible pero no aceptable visión de presente y de futuro. Cierto que al oeste, en la Europa que hace veinte años veía reanimarse el odio en los Balcanes, parecía haberse superado por medio del entendimiento, la ciencia, la “cultura”, la inteligencia. Pero no hay focos luminosos, menos ahora, en el universo altamente tecnológico y globalizado. Lo que se haga en X repercute en Y, y los intereses económicos, no los humanos, son los que priman a tiempo de deglutir y procesar los acontecimientos. ISIS es detestable pero utilitario. Le cae muy bien a Irán, a China, a Rusia, a Arabia Saudita; le cae de perillas a la derecha racista y xenófoba de Europa y los Estados Unidos. De ahí su triunfo, no el imposible de islamizar a todos pero hacerlos marchar según las consignas reaccionarias de su tesis islámica.El ataque de Al-Qeda a las torres gemelas fue el punto de ruptura en la sociedad norteamericana. Al simple placer de ir al aeropuerto a recibir familiares o amigos, le siguió una repugnante, “necesaria” según el status quo, histeria policial que convirtió aquel placer en disgusto. Al-Qeda irrumpió en nuestras vidas privadas con resultados desastrosos. A ellos les debo haber perdido mucho de mis libertades individuales, amén de la recesión económica, ausencia de trabajo y más para tanta gente. Viéndolo como inmigrante, hubo un Estados Unidos anterior al 2001 y otro, peor, luego de aquello. Como si el cometa que se veía en el cielo poco antes, trajese de manera medieval el desastre.Estos suicidas con cinturones cargados de explosivos no representan la rebelión de los pueblos de oriente ni el individualismo reaccionando ante el poder omnímodo. No, todo lo opuesto, son engranajes de un mecanismo macabro que añora el tiempo de amos y esclavos, de división absoluta de géneros, en detrimento de la mujer; de separación de razas y clases. Si hay un enemigo del progreso, de las viejas Libertad, Igualdad, Fraternidad, es este. Aunque sea demasiado tarde porque el daño está hecho. A su desaparición física, parcial porque siempre estuvieron presentes, el fundamentalismo ya habrá logrado su propósito, empujar al mundo hacia la reacción, la ignorancia, la intransigencia y, sobre todo, hacia el fortalecimiento del poder.No por poco los adora el populismo latinoamericano. Algunos al terrorismo suní, otros, como el Duvalier boliviano, Morales, hacia el chiíta, si es que comprende la diferencia. Nada mejor que el discurso horrendo del Estado Islámico para los nuevos profetas, noveles dioses del dominio absoluto. ISIS encarna su anhelo de gloria y eternidad.Vasto su alcance. Los congresales norteamericanos debaten el asunto refugiados con verbo insensato. La policía me mira no porque tenga barba sino por ser el Otro. Gracias al califa y sus sangrientos secuaces. Que hay que eliminarlos en número e impiadosamente (solución temporal), claro, porque no hay peor enemigo del futuro. Pero el mal ya está y tomará décadas remediarlo, o, como van las cosas, tirará por el lado contrario y nos pondrán el bozal.El Día – Santa Cruz