Perú: esperpento electoral

alvaro_vargas_llosaÁlvaro Vargas LlosaUna cosa es decir que el progreso económico de Perú en décadas recientes no ha venido acompañado de una modernización de las instituciones y un desarrollo político, y otra muy distinta comprobar la involución de estas dos áreas del modo flagrante que permite una campaña electoral. Una campaña presidencial que, cerca ya de la primera vuelta, es una astracanada, un hazmerreír que este país enrumbado, se suponía, al primer mundo no se merece. No se lo merece porque no es cierto que todo esto sea representativo del país: es representativo de una élite política e institucional de cuarto mundo.Sería un castigo para el lector detallar lo sucedido, pero lo resumo así: una normativa retorcida, típica de sistemas positivistas en los que no importa la realidad sino el capricho del que norma, su aplicación desigual, lenta, hasta tramposa, y un montón de políticos manoseando el ente electoral (que no es un ente, sino un enjambre de entes), han provocado dos cosas. Uno: a pocos días de los comicios, no se sabe con exactitud quiénes serán de la partida; dos: un amplio sector sospecha que algunos de los que ya han sido descalificados han sido víctimas de un fraude. Otros -como el gobierno- han pretextado que la cancha no está pareja, retirando a su propio candidato para evitar la derrota ignominiosa y haciendo más denso el clima de sospecha.La crispación por todo esto ha precipitado una polarización y, por momentos, violencia que cabía esperar de la segunda vuelta, no la primera. A esa economía intimidada por la parte baja del ciclo de los commodities, el caos político la tiene que estar acobardando aun más, algo que confirmaremos cuando tengamos cifras de este periodo.El daño es mayor a mediano plazo, pues la posibilidad de que surja, concluida la segunda vuelta, un consenso capaz de dar al ganador(a) un período de serenidad para emprender reformas es mínima. Quizá ello quede disimulado por el regreso de la parte alta del ciclo -algo que es previsible, aunque no seguro, que le suceda al próximo gobierno en algún momento-, pero en ese caso Perú seguirá atrapado en la dinámica de no hacer reformas cuando las cosas van mejor por innecesarias, y no hacerlas cuando van mal porque el clima no lo permite.Más grave es la otra dinámica: el ahondamiento del descrédito de las instituciones y partidos. Si algo va a provocar este proceso electoral esperpéntico es que la gente desprecie más a los “tradicionales” y siga optando por esos outsiders o “recién llegados” que han sido, en estos comicios, unos con más razón que otros, objeto de descalificación oficial y juego sucio de parte de los “tradicionales” y de otros “novedosos”.Aun con muletas, el proceso debe avanzar. La pregunta -la única importante- sigue siendo la del inicio: ¿quién acompañará a Keiko Fujimori a la segunda vuelta? La naturaleza precaria del proceso y de las adhesiones populares impide pronosticar nada: puede ser quien va segundo en algunos sondeos (Pedro Pablo Kuczynski), quienes van tercero y cuarto (el periodista Alfredo Barnechea, por Acción Popular, y Verónika Mendoza, por el Frente Amplio, disputándose un espacio de izquierda que en el caso de él es sentimental y en el de ella, ideológico), o incluso quien va quinto (un Alan García al que la amargura ha ido ajando últimamente). Más allá, chapotean en la insignificancia muchos más, como Alejandro Toledo, cuya jibarización es la perfecta medida del deterioro institucional.¿Demasiado pesimismo? Espero que no: apenas asombro ante el escándalo de un país cuya élite juega el juego peligroso de la adolescencia política.La Tercera – Chile