Daño colectivo

NORAH SORUCONorah Soruco de SalvatierraResulta difícil constreñir el estado de cosas en nuestro país. Lo único cierto es que, por la suma de hechos negativos, hemos ingresado en un campo de desconcierto. Esperábamos que pasado el Carnaval y el referéndum todo volvería a la normalidad y que, libre de presiones electorales, la gestión pública se abocaría a los temas nacionales, como el de encarar la cantada crisis económica que impactará en los servicios, los precios y el empleo nacional.Pero no, no es así. Como la agenda política se ha visto menguada en cuanto a iniciativas, desde el ámbito noticioso vemos una sucesión de escándalos, como la ya llamada popularmente ‘telenovela’, las ejecuciones policiales en vía pública, los contenciosos internacionales y, por último, los presuntos delitos financieros en paraísos fiscales. Estos temas, además de descuidar y distraernos de los asuntos centrales de nuestra realidad, ponen en severa y brutal crisis de credibilidad a gobernantes, voceros o fuentes noticiosas, porque nada se aclara de lo envuelto en una bruma premeditada, incrementando dramáticamente el sentimiento de subvaluación de nuestro ser nacional.En efecto, vivimos sintiendo una sana envidia de cómo en otros países se maneja la gestión pública, los institutos judiciales o las medidas contra la adversidad económico-financiera, sintetizado en lo que ya es común leer o escuchar: ‘ojalá tuviéramos aquí ese tipo de ejemplos’, resignados a que no seamos capaces de ello y con el dolor de que el futuro de nuestros hijos no será bueno. Este es, sin duda, el mayor daño que se le puede hacer a un pueblo: arrasar con su autoestima, con sus ideales colectivos, con sus sueños y anhelos; un pueblo que ve cómo la astucia y las malas artes valen más que la capacidad y la responsabilidad. Causar este malestar, desazón e incertidumbre al país en su conjunto es a lo que ningún gobernante tiene derecho, bajo argumento estratégico o táctico alguno.¡Basta ya de patrañas y ridiculeces!, es hora de que se empiece a trabajar en serio por el país, es el mínimo respeto que se merece la ciudadanía boliviana de parte de sus gobernantes y dirigentes.El Deber – Santa Cruz