Las reformas en Cuba generan impaciencia

gerontocracia-cubanaEditorial de La Nación – Buenos AiresDespués de la reciente visita del presidente Barack Obama a Cuba, las autoridades del Partido Comunista de este país concluyeron su séptimo congreso, que se extendió a lo largo de cuatro días de deliberaciones. Si había algunas expectativas de que el proceso de «normalización» cubana fuera a tomar ritmo, ellas han quedado rezagadas. En efecto, el mencionado congreso reeligió a Raúl Castro, de 84 años, como presidente del Partido Comunista local, y a Ramón Machado Ventura, de 85, como su vicepresidente.Además, se escuchó una suerte de discurso de despedida pronunciado por un visiblemente debilitado Fidel Castro, próximo a cumplir 90 años, en agosto. Todo esto pese a los anuncios simultáneos sobre la posibilidad de poner un límite de 70 años de edad para el desempeño de cargos políticos, que no se concretó en los hechos.Lejos de haber habido un comienzo de transferencia de poder a una nueva camada de líderes, los jerarcas cubanos que pertenecen a la llamada «generación histórica» continuaron con los anacronismos, al autodesignarse en sus ya dilatadas posiciones de gobierno, aferrados como siempre al poder y al control absoluto de todo.Lo dicho no hace sino alimentar la natural impaciencia del pueblo cubano, frente a sus lógicos sueños de una rápida mejora de su nivel de vida, que todavía no ha asomado siquiera en el horizonte. Mientras tanto, el turismo extranjero parece haber aumentado y distintas misiones empresarias visitan la isla en busca de oportunidades que todavía no aparecen.El desencuentro político de más de medio siglo entre Cuba y los Estados Unidos parece haber sido superado. No obstante, para el pueblo cubano poco ha cambiado significativamente en su realidad cotidiana, desde que sus expectativas están siendo postergadas una y otra vez. Las palabras sobran, pero los hechos que deberían ser su consecuencia no se están produciendo. La anunciada renovación de los cuadros políticos de la isla tampoco se ha registrado. Una cosa es el discurso y otra son los hechos. Por ello la impaciencia de aquellos que esperaban los cambios que no aparecen crece naturalmente.