¿Por qué nos fascina ver a un niño prodigio fracasar?

haley_joel_osment_jake_lloyd_brooke_shields_macaulay_culkin_y_mara_wilson_Una de las noticias más populares de las últimas horas está protagonizada por Jake Lloyd. El niño de La amenaza fantasma saldrá de la cárcel para ser ingresado en un centro psiquiátrico tras serle diagnosticada esquizofrenia. Lloyd sólo ha hecho una película relevante, el citado episodio I de La guerra de las galaxias, y su último papel acreditado es en una pequeña producción de hace once años. Pero cada mención a su decadencia, problemas y triste vida adulta van acompañadas del interés del público, cientos de comentarios en la red y, lo más preciado en nuestros tiempos de periodismo digital, miles de clics en la noticia. ¿Por qué? Jake Lloyd es una estrella caída y de la mejor especie de todas: el exniño prodigio.

Crecer en Hollywood no es fácil. Por cada Elizabeth Taylor tenemos varios Haley Joel Osment. Por cada Jodie Foster hay un puñado de Macaulay Culkin. Por cada niño actor que logra realizar con éxito la transición hacia el intérprete adulto, encontramos un montón de estrellas infantiles que se quedan por el camino, olvidadas por el público y relegadas a los “¿qué fue de…?” en el mejor de los casos y, en el peor y más espectacular, también sin trabajo pero acompañado de escándalos y problemas legales aireados de forma constante en los medios.

Drew Barrymore sería al mismo tiempo el ejemplo paradigmático y la excepción a la regla al haber conseguido la fama a muy temprana edad, haberse hundido en un pozo de adicciones y trastornos en la tempranísima adolescencia y renacer convertida en una triunfante actriz y empresaria adulta. Otros se quedaron a medio camino, como Judy Garland, que logró construir una brillante carrera como actriz y cantante pero arrastró durante toda su vida problemas psicológicos y físicos que la condujeron a su temprana muerte.



Cuando la anterior estrella de la televisión infantil Amanda Bynes fue arrestada por posesión de drogas y conducción temeraria,Cracked publicó un artículo en el que explicaba por qué tantos niños estrella se vuelven locos. Además de interesante por sí mismo, lo es porque su autora también fue una niña prodigio. Mara Wilson trabajó en varias producciones familiares durante los noventa y siempre será recordada por haber puesto cara a la Matilda de Danny DeVito. En el texto, Wilson mencionaba los variados motivos por los que tantos niños actores quebraban y se convertían en carne de paparazzi inmortalizados borrachos a altas horas de la madrugada (o del mediodía), entrando y saliendo de rehabilitación, destrozando habitaciones de hoteles o pasando temporadas en prisión por diversos delitos menores.

La imagen de la ficha policial de Jake Lloyd dio la vuelta al mundo en junio de 2015.

Mara habla de los clásicos “padres de artista” que explotan a sus hijos como salida a sus frustraciones y malgastan el dinero que ganan de tal modo que no les queda nada al llegar a la adultez (le ocurrió a Jackie Coogan en los años treinta o a Macaulay Culkin en los noventa), pero también menciona los peligros de crecer en un entorno privilegiado que mide el valor de las cosas por el dinero que dan y te alaba constantemente sin conocerte de verdad, tanto como se esfuerza en controlarte impidiéndote la rebeldía normal de la adolescencia.

Y eso por no entrar en los abusos físicos (Corey Feldman los denunció) y el convertirte en un objeto sexual contra tu voluntad o cuando no estás preparado para ello ni es tu decisión hacerlo (el caso de Brooke Shields). Si ya es duro soportar toda esa presión ante el ojo público y la facilidad con la que la celebridad puede desvanecerse para un adulto, imaginémonos cómo es para alguien cuya personalidad no está formada y sus referentes son gente adicta o trastornada.

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Definitivamente hay multitud de motivos por los que los niños prodigio que logran llegar a la mayoría de edad cuerdos o sobrios, sin haber dado un solo escándalo, son casi un milagro. Lo que abundan no son las Mara Wilson, sino las Amanda Bynes en cualquiera de sus encarnaciones: Mischa Barton, Brad Renfro, Lindsay Lohan, Demi Lovato… Y cuando estos caían, ahí estaba un fotógrafo para inmortalizar el instante. El éxito de webs como TMZ o Perez Hilton propició el sensacionalismo y la pasión por ver a las estrellas en sus peores momentos. De pronto, las fotos más desagradables y menos glamourosas se volvieron las más buscadas por cierto tipo de publicaciones, en una complicada relectura de nuestra relación con la celebridad y la intimidad que se ha gestionado en los últimos años.

EN EL CASO DE LAS ESTRELLAS INFANTILES LA EMPATÍA SUELE SER ESCASA. LO QUE ABUNDA ES LA COMPLACENCIA EN VER QUE ESE NIÑATO QUE GANABA EN UN AÑO TANTO COMO NOSOTROS EN TODA NUESTRA VIDA LABORAL HA FRACASADO Y YA NADIE LO RECUERDA.

La dictadura del clickbait en Internet hizo el resto. Los titulares inflados tipo “No podrías imaginar el aspecto que tiene ahora x” (aunque a veces sean inventados) son formas garantizadas de atraer visitas. Y en este subgénero nada impacta tanto como un niño antaño candoroso convertido en un adolescente con malas pulgas y peores hábitos.

De todas formas, se podrá culpar a la industria del cine o entonar el mea culpa y señalar a los medios por propiciar y luego condenar los fracasos vitales de los niños prodigio, pero no podemos obviar un hecho embarazoso: la realidad es que buena parte del público disfruta con ello. Lisa Simpson nos enseñó que schadenfreude es alegrarse por la desgracia ajena.

Y es un sentimiento que pocos reconocerán,pero que guía buena parte de nuestro comportamiento. Hay algo reconfortante en saber que los ricos y famosos son muy desgraciados. Por una parte está ese punto de identificación de que “son como nosotros”, que los hace humanos y falsamente cercanos a nuestra realidad, pero en el caso de las estrellas infantiles la empatía suele ser escasa. Lo que abunda es la complacencia en ver que ese niñato que ganaba en un año tanto como nosotros en toda nuestra vida laboral ha fracasado y ya nadie lo recuerda.

A veces, el niño repelentemente perfecto se convierte, a ojos del público, en un adolescente malcriado e insolente que ratifica la creencia popular de que el éxito puede ser una maldición. El placer de verles arrastrarse por una carretera de autodestrucción genera morbo de la peor especie, ese que lleva a webs de apuestas a intentar adivinar la fecha de su muerte (ocurrió con Amy Winehouse y muchos apostaban por Britney Spears). Nos gusta ver cómo se castiga la arrogancia de la juventud extrema y se comprueba que, si el arte es vampírico por definición, siguen abundando las víctimas que pagan el precio de la ambición y la fama. Habría hasta cierta poesía amarga en ello, de no ser porque estamos hablando de personas reales que en muchos casos no eligieron estar donde están; alguien decidió por ellos cuando eran muy pequeños.

“Star Wars me arruinó la vida”, declaró hace años Jake Lloyd. No todos los niños del mundo del espectáculo tienen destinos trágicos, y muchos de los que sí van por ese camino habrían terminado mal de igual forma, pero es obvio que no es fácil sobreponerse y superar una fama tan voraz a edad temprana. Y menos cuando entran factores externos en juego. Detrás del joven gordo y anodino del que reírnos al compararlo con el precioso niño que había sido, había una persona enferma que debido a un mal diagnóstico llevaba meses encerrado en prisión cuando donde debería haber estado es en un hospital. Su madre ha dicho que “necesitaba más ayuda que castigo”. Y más que nuestra burla, nuestra compasión.

Fuente: www.revistavanityfair.es