Ridiculez en el léxico de cambio

Estremadoiro3Winston EstremadoiroUn aspecto merecedor de atención en este régimen “de proceso de cambio”, es la profusión de nuevas formas de expresión, preñadas de redundancias y neologismos que hacen escarnio del buen uso del lenguaje. Eso sucede con el español, lengua franca boliviana que aún vincula al mundo, al menos hasta que cese el contrasentido de imponer tantos idiomas oficiales en un líder que patea “la castellano” y quizá ignora su lengua madre.Los neologismos son espejismos que no palían la explotación del hombre por el hombre, y menos las golpizas, violaciones y feminicidios que sufren las féminas. Es irónico redundar de mujeres y hombres, de compañeros y compañeras, en especie humana de personas con genoma idéntico.La perla fue una frase televisiva del burgomaestre de Sacaba, en el contexto de escaramuza verbal con el alcalde de la capital cochabambina sobre si la zona de Pacata es de una o de la otra. Habló de la “sacabeñidad”. Ponderé que serían semejantes neologismos en el contexto de palabras afines. No hablo de comentaristas deportivos adictos a imitar neologismos con acento gaucho, ¿viste? Tampoco la sabihondez jurisprudencial de abogados adornando palabrejas que a veces disfrazan travestías de la justicia. Otrosí.La fuente original sería el concepto de “hispanidad”, que es el “genérico de los pueblos de lengua y cultura hispánica”. ¿Entonces “sacabeñidad” sería el conjunto y comunidad de pueblos sacabeños? ¿Los vecinos de Pacata serían “pacatacabeños”? ¿Por qué no “colomidad” o “villatunaridad”, para ahorrar blablá en pleito limítrofe que quizá se resuelva cuando la una pertenezca a la provincia Sacaba y la otra a una nueva provincia chapareña, cuyo nombre quizá sería Cocabamba con su capital Evópolis? A este paso, guaraníes del chaco apelarían a la “guaranidad” para enfrentar a la “chapacanidad”, la “chaqueñidad”, la “cruceñidad” y la “chuquisaseñidad”. ¿“Rurreñidad” de Rurrenabaque en pleito con obreros de nueva usina azucarera que blandirían espíritu de “buenaventuridad”? Los feudos entre Cliza y Ucureña, ¿hoy serían la “cliceñidad” contra la “ucureñidad?La revolución de las comunicaciones ha significado mayor acceso a la información. Sin embargo, los que la reciben no tienen la misma cultura, en el sentido antropológico del concepto, menos la identidad étnica o cultural y aún menos las hilachas educativas comunes que podrían hacer reaccionar igual al caudal informativo.Quizá uno de los fenómenos asociados es el reduccionismo extremo. Un letrado en aparaticos de nuevas tecnologías de la información puede acceder a sus beneficios desde la aldea más remota, para escribir, filosofar, etc.; en fin, compartir con personas afines así ellos estuviesen a miles de kilómetros. Otro reverbero de la revolución tecnológica de las comunicaciones es el cantonalismo, que es otra forma de reduccionismo.Pero para qué filosofar si el fondo de la cuestión es el vil dinero, que reemplazó al trueque tal vez desde que los aztecas usaban pepitas de cacao como monedas. A la esperanza que yace en el fondo del tonel de penas humanas se debería añadir la angurria. Gran Bretaña, el Brexit y la Unión Europea son una forma de reduccionismo angurriento disfrazado de nacionalismo.La angurria también subyace en pleitos cantonalistas como el de Sacaba y Cochabamba: es cosa de ingresos ediles y tajadas que el gobierno central descentraliza a gobernaciones y provincias. Soslayan problemas comunes, como el río Rocha contaminado o el transporte interurbano. Asombra lo devaluada que está la ley y el ejercicio de la jurisprudencia por abogánsters y jueces venales. En entidades distraídas por bregas tontas, ganan los oportunistas inescrupulosos.No obstante, el avance tecnológico es inexorable y sus consecuencias oscuras. Si Estados Unidos puede hablar de Generación “X” marcada por la televisión, ¿estaremos en el umbral de una Generación “Y” con el rasgo común de teléfonos inteligentes que unen información televisiva con el poder computacional y la magia informativa de la Internet?Lo que es yo, riberalteño trasplantado, recuerdo que mi abuela usaba plancha llena de carbón caliente y cocinaba en anafes; que debo mi nombre a la II Guerra Mundial y la radio de onda corta; que jugaba a pata pelada con pelota de caucho, me bañaba con tutuma, tomaba agua de pozo y veía films mexicanos al aire libre. Hoy soy preso del cantonalismo de un Gobierno que reemplazó la unidad en la diversidad por el engaño de 36 nacionalidades en la que predomina la etnia aymara. Tomé el “amazónico” como gentilicio y rio porque Paulovich hizo cuarteto de un trío que dicen fue inventado por los Incas: ama sua, ama llulla, ama q’ella y “ama-zónico”.Mejor me salgo por la tangente. Me afiebré con qué pasaría si en la onda presente se reconociera cinco sexos: hombres, mujeres, lesbianas, gais, y un 5 por ciento de transexuales, (¡350 millones de siete mil millones, sin contar cartas lesbianas y espadas gais!) Quizá en el futuro las feministas propondrían que robots reemplacen a la “varonidad”. Los hombres nos resignaríamos a muñecas de inflar mejoradas, que adularían en japonés y otros siete lenguajes sin requerir sobaduras por aquí, besitos por allá y mordiditas por acullá.El Día – Santa Cruz