Nosotros y nuestras víctimas

RENZORenzo AbruzzeseEn América Latina, según un estudio de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, la principal causa de muerte, entre hombres de 14 a 40 años de edad, es la violencia que generan las grandes urbes. Roberto Briceño-León, un sociólogo especializado en violencia social, hace notar que el Latinobarómetro “mostró que, en promedio, el 30% en América Latina sufrió un acto de violencia”. En Bolivia, la incidencia alcanza el 32,8%. Sin embargo, cualquier estadística que tomemos como referencia siempre será menos dramática que nuestra propia experiencia cotidiana.Esta dramática realidad ha invadido los espacios mediáticos masivos, particularmente la TV. El negocio del miedo, la sangre y el dolor humano se han convertido en una especialidad aparentemente fructífera. Se hace un particular esfuerzo en los detalles sangrientos, se indaga sobre la situación de los parientes de las víctimas, se pregunta qué planean hacer, a quién recurrir, qué pedir, cuántos huérfanos quedaron desamparados, etc. Raras veces, sin embargo, se escuchan algunas digresiones en torno a los factores sociales asociados a cada delito, a cada víctima. Colegimos, por las imágenes, que en su gran mayoría se trata de ciudadanos pobres, con un nivel económico tan bajo que los ha forzado a asentarse en áreas que el omnímodo desarrollo ni se asoma.En la extensa verborrea humanitaria que se despliega, pocos ponen de manifiesto cuánto de cada muerte por asalto, violación, violencia doméstica, feminicidio, etc. es una expresión de la pobreza y la marginalidad que rodea nuestras ciudades, de la injusticia social y de la indiferencia de los poderes. Tampoco nos preguntamos cuánto de violencia y de miedo se ha inducido a través de las pantallas de TV, en cuya programación es casi un milagro encontrar algún enlatado sin violencia, sexo, drogas, etc.Quizá las preguntas más insidiosas que deberíamos contestar son: ¿cuánto de responsabilidad tiene cada uno de nosotros en la epidemia de sangre y violencia que vivimos? ¿Cuánto de responsabilidad tienen los medios de comunicación? ¿Cuánta sangre más debemos derramar para reconocer que donde hay miseria e injusticia habrá sangre y miedo?El Deber – Santa Cruz