Su nombre era Françoise: la trágica historia de la hermana de Catherine Deneuve

Compartieron películas, directores e incluso un amor. Pero fue su muerte hace medio siglo la que demostró que Deneuve no es el témpano que muchos creen.

Catherine Deneuve y su hermana Françoise Dorléac, en un fotograma de

De Catherine Deneuve se ha dicho a menudo que es una actriz “fría”. Quizá ahora muchos revisen este calificativo a la vista de los fragmentos que el canal de televisión Arte ha difundido de Catherine Deneuve lit la mode, una serie de vídeos breves dirigidos por el periodista especializado en moda Loïc Prigent que se emitirán a partir del día 26 de este mes.

En ellos, lo que vemos es una señora de cierta edad, con el peso físico y moral de cualquier señora de cierta edad, luciendo animal prints y algo de cirugía estética y hablando –¡y riendo!– con la voz silbante de quien ha fumado muchos cigarrillos a lo largo de su vida. Por otro lado, ocurre que esta dama es francesa, y eso sí que establece algunos abismos que, pongamos por caso, María Teresa Campos jamás podría salvar. He ahí una cierta modalidad de decoro y de saber estar. También la ironía de quien se encuentra por encima de toda miseria humana, que le pese a quien le pese, es patrimonio de nuestro amado país vecino y de nadie más. De lo que no hay rastro alguno es de frialdad.

Seguramente, la serie de Prigent hará mucho por romper esa imagen. Pero es justo recordar que el gran paso en ese sentido ya lo dio Deneuve en 1996, cuando se publicó un libro llamado Elle s’appelait Françoise…  (Canal + Éditions), escrito nada menos que por el premio Nobel Patrick Modiano, en el que contaba, sin ninguna tacañería emocional, una vivencia traumática que cambió su vida para siempre: la muerte de su hermana también actriz que, como indica el título del libro, se llamaba Françoise. Françoise Dorléac.

Françoise y Catherine pertenecían a una familia de impecable pedigrí show-business. Su padre, Maurice Dorléac, era un actor de teatro y cine; y su madre, de nombre artístico Renée Simonot –en realidad, Deneuve–, trabajó sobre todo haciendo doblaje. Por cierto, que Simonot aún vive a sus 104 años. El matrimonio trató de construir para sus hijas un futuro burgués a la antigua usanza. Con escaso éxito: Françoise, adolescente rebelde de manual, fue expulsada del Liceo a los quince años.

Entonces, encantada de haberse librado del trámite de los libros y pupitres, se dedicó a modelar para Christian Dior mientras hacia sus pinitos en la profesión familiar. Fue la dobladora francesa de Heidi en una versión cinematográfica del clásico infantil, y después interpretó a la Gigi de Colette en teatro. Poco a poco, fue convirtiéndose en una de las actrices jóvenes más prometedoras de Francia gracias a éxitos con directores como Philippe de Broca (El hombre de Río, junto a Jean-Paul Belmondo), Roman Polanski (Cul-de-sac) o François Truffaut (La piel suave). Guapa, moderna, de verbo frenético y vitalidad efervescente, la cámara la adoraba, mientras en privado tenía, al parecer, un carácter más que enérgico. Truffaut y ella se conocieron en 1963, al coincidir en un viaje de promoción del cine francés en Israel: él confesaría más tarde que la encontró insoportable. Sin embargo, durante el rodaje que compartieron poco después –La piel suave era una historia autobiográfica de adulterio inspirada en un romance anterior de Truffaut con otra actriz, Marie-France Pisier– surgió la chispa, y el director se enamoró perdidamente de su protagonista.

Cuando Truffaut preguntó a Françoise Dorléac por qué se sometía a estrictos rituales de bellezasiendo tan joven, la respuesta que obtuvo fue “mon chéri, es a los veinte años cuando una debe prepararse para los cuarenta”.

En un texto sobre ella que años más tarde publicaron los Cahiers du Cinéma, toda una declaración de amor post-mortem, él revelaría detalles como que siempre le enviaba cartas a nombre de Framboise (‘frambuesa’) Dorléac, sólo por el placer de saber que ella comenzaría a leerlas con una sonrisa. En fin, que levante la mano quién no haya hecho algo así movido por ese estado de enajenación transitoria que llamamos enamoramiento.Por otra parte, cuando Truffaut le preguntó cómo era que ella, a sus veinte años, se sometía a estrictos rituales de belleza que incluían duchas heladas diarias, la respuesta que obtuvo fue “mon chéri, es a los veinte años cuando una debe prepararse para los cuarenta”. Esta frase constituye quizá el statement favorito de quien escribe estas líneas, y debería ser también el de ustedes a partir de ahora.

En 1964, Jacques Demy eligió a las dos hermanas para encarnar a las gemelas Solange y Delphine Garnier en el musical Les Demoiselles de Rochefort, en el que cantaban con voces prestadas y bailaban poquito pero desplegaban encanto a raudales. Catherine había trabajado ya con Demy en su mayor éxito hasta entonces, Los paraguas de Cherburgo. Para Françoise era la primera vez, pero se la veía en su salsa, hasta el punto de que en las escenas que ambas compartían llegaba a eclipsar a su hermana, una presencia más sosegada, menos llamativa que la suya. Entonces fue reclamada para protagonizar el filme británico de espionaje El cerebro de un billón de dólares, junto a Michael Caine y Karl Malden.

François Dorléac, en un fotograma de

Se esperaba que aquel fuera el inicio de una brillante carrera internacional. El 26 de junio de 1967 alquiló un Renault 10 para llegar lo antes posible al aeropuerto de Niza, desde donde viajaría a Londres para rodar las últimas escenas de la película y participar en algunas pruebas de casting en inglés. Por desgracia, como sucede tantas veces, la prisa no deparó nada bueno: el coche sufrió un accidente en la autopista al que la conductora no sobrevivió.

Una rivalidad que no era tal

En cuanto a Catherine Deneuve, año y medio más joven que su hermana, había debutado en el cine más o menos al mismo tiempo que ella, pero cambió su apellido por el de su madre para no ser confundida con Françoise. Al contrario que ésta, al principio no estaba muy convencida de su vocación interpretativa. En cambio, sí de la maternal, ya que a los veinte años tuvo a su hijo Christian con el director –y casanova de bajos vuelos– Roger Vadim. Pese a todo, su carrera en el cine no empezó nada mal: incluso logró trabajar antes que su hermana para Polanski –con el que también vivió un breve affaire– en Repulsión (1965). Y en el festival de Cannes de 1964, mientras Françoise presentaba con críticas tibias La piel suave, que no obtuvo ningún premio oficial, Catherine veía como Los paraguas de Cherburgo ganaba la Palma de Oro. Se dice que a la hermana mayor no le sentó nada bien este inesperado “sorpasso”  que generó cierta tensión familiar.Pero no fue hasta el fallecimiento de Françoise cuando la figura de Deneuve despegó internacionalmente, gracias sobre todo a títulos como la icónica Belle de Jour de Buñuel (1967) o Locos de abril (1969), junto a Jack Lemmon. Libre ya de la comparación con su chispeante hermana, logró imponer su estilo más sosegado que algunos habían calificado como «gélido», pero que en realidad era misterioso y magnético. Entonces, los hermanos Hakim, productores del exitazo Belle de Jour, propusieron a Truffaut financiarle su siguiente película, La sirena del Mississippi, a condición de que la femme fatale protagonista fuera Deneuve.Los Hakim también imponían otra serie de condiciones con las que Truffaut no estaba de acuerdo, así que hubo un cambio de productor: el nuevo prefería a Brigitte Bardot, lo que a priori constituía una opción más adecuada para el personaje. Pero Truffaut decidió ceñirse a la idea original, asignando a Deneuve el papel de una deidad que lleva por el camino de la amargura a un rico hacendado, interpretado por Belmondo, en una historia sensual y aterradora sobre el potencial destructivo del amor. Deneuve encarnaba la pesadilla de cualquier misógino: una mujer bellísima de la que nunca se sabe qué puede estar pensando, pero que en su maldad congénita, incurable, es capaz de los actos más espantosos. Obviamente, Truffaut volvió a caer rendido a los pies de su musa, así que ambos iniciaron un romance que duró dos años, mientras ella estaba casada con el fotógrafo David Bailey. Pasado este tiempo, Deneuve abandonó a Truffaut para iniciar con Marcello Mastroianni –también casado– una larga relación de la que nació su hija Chiara. El director quedó desolado: la depresión lo llevó incluso a ingresar en un hospital.Ambos se reencontrarían una década más tarde para el rodaje de El último metro (1980), una cinta teñida de melancolía en la que los planos de la actriz nos contagian la fascinación que sin duda estaba experimentando el director al filmarla. Toda esta experiencia inspiraría de nuevo a Truffaut para su siguiente película, La mujer de al lado (1981), que trataba de unos amantes que coincidían de nuevo al cabo de los años, y cuyo personaje femenino estaba ahora interpretado por Fanny Ardant. Sí, con ella también habría romance, el último de su vida. ¿Hemos indicado ya que el cineasta francés era muy enamoradizo?

Deneuve, protagonista de la ceremonia de apertura del pasado Festival de Cannes.

Deneuve prosiguió su carrera, depurando cada vez más su estilo sobrio. Nunca ha dado un paso en falso, ni siquiera en las condiciones más inverosímiles (léase Lars Von Trier). Ha estado especialmente bien trabajando con Buñuel (Tristana), André Téchiné (Los ladrones) o Arnaud Desplechin (Un cuento de Navidad). Y nunca se pronunció acerca de la relación con su hermana hasta treinta años después de aquel accidente de coche. En Elle s’appelait Françoise, planteado como una entrevista a corazón abierto, procedía a explayarse sobre las luces y las sombras de su relación. Así, realizaba afirmaciones como que durante todo aquel tiempo había percibido la ausencia de su hermana como “una amputación”, por la que se había sentido “anestesiada” y cual zombi.Hablaba también del momento mágico de cercanía que ambas compartieron durante el rodaje de Las señoritas de Rochefort, así como del apoyo que recibió de Françoise cuando, a las órdenes de Buñuel en Belle de Jour, estuvo a punto de abandonar el rodaje debido a la tensión que le generaba. Pero también contaba cosas como que Françoise se sentía patológicamente insegura de su físico, y que desde pequeña había envidiado la belleza más convencional y serena de Catherine. Que con dieciocho años se pintaba “como Cleopatra”, que estaba obsesionada con la asimetría de su rostro y que apenas comía para mantener la línea. Que era de un moralismo inflexible, y que por ejemplo censuraba la decisión de Catherine de ser madre soltera del hijo de Vadim, al que detestaba. Que no bebía ni fumaba –Catherine sí–, pero que “bailaba por las dos”.Pero lo más tremendo y al mismo tiempo lo más hermoso que Deneuve cuenta en ese libro es que, durante su relación con Truffaut, ambos sabían, sin hablarlo jamás, que compartían una pasión secreta. Esa pasión, naturalmente, se llamaba Françoise. Y había muerto a los veinticinco años. Piensen ustedes en ello por unos instantes, por favor. Y después, mientras contemplan a Deneuve en su programa de televisión, leyendo twits sobre moda con blusa de leopardo, atrévanse a repetir que es una mujer fría.Fuente: revistavanityfair.es