¿Por qué la imagen de una mujer con la cabeza rapada resulta tan poderosa?

Hace 10 años Europa se despertó con unas imágenes que eran historia en directo. La rubia más célebre de MTV rapando su cabello y creaba un símbolo cultural lleno de significado.

La noche del 16 de febrero de 2007, el mundo asistió en directo al nacimiento de una imagen icónica.

Pocas veces somos capaces de reconocer que una imagen se convertirá en icónica en el momento en el que se produce. Cuando vimos por primera vez las fotografías de Britney Spears entrando en una peluquería y rapándose su propia melena, estábamos, sin saberlo, presenciando la gestación de una de las imágenes más impactantes y representativas de nuestro breve siglo XXI. Diez años después no ha perdido un ápice de su poder.Todos sabemos qué estaba detrás. Eso de que “Si Britney Spears sobrevivió a 2007, seguro que tú puedes sobrevivir al día de hoy” no se ha convertido en un cliché motivacional por casualidad. Aquellos meses fueron como ver un tren descarrilando a cámara lenta. Una tragedia retrasmitida en directo ante todo el planeta, una temporada especialmente inspirada de un reality show con secundarios de lujo, como Paris Hilton y Lindsay Lohan e incluso un villano a la altura: Kevin Federline, el exmarido en el que los seguidores de la artista vieron el comienzo del fin.Una nube de paparazzis seguía a Britney allí donde fuera, sabiendo que la joven garantizaba escándalo, portadas y un aluvión de críticas a su comportamiento como mujer, como madre y como icono de la música. Cada paso que daba, y estos eran erráticos e inseguros, era escrutado y juzgado en la picota pública sin compasión. Unos meses antes, Britney era fotografiada llorando sola con su bebé en una cafetería después de que este estuviese a punto de caerse de su regazo ante una nube de fotógrafos. Se hicieron apuestas sobre cuánto tardaría en morir, algo ya convertido en categoría propia dentro del tratamiento que se les da a las celebridades con comportamientos autodestructivos. Ese tipo de debacles públicas causadas por la adicción y la inestabilidad mental y el furor mediático que las acompaña las habíamos visto antes y las vimos después –Whitney Houston y su hija Bobbi Kristina, Amy Winehouse, Belén Estaban, José Fernando Ortega–, pero pocas tuvieron una escenificación visual tan clara de lo que era tocar fondo. Britney, con la cabeza rapada y la mirada extraviada frente al espejo de la peluquería y unos días después, enarbolando un paraguas como arma frente a los periodistas, son escenas con una fuerza simbólica difícil de igualar.Aquella imagen surgía del dolor, del extravío, del trastorno mental que hizo que se pusiese en duda su capacidad para criar a sus hijos y que acabaría por dejar su propia custodia en manos de su padre. Es una imagen patética en el sentido primigenio del término y que puede resultar también desagradable por lo que tiene de exposición impúdica de la intimidad de una persona ante el mundo. Pero paradójicamente y de una forma un poco loca a su vez, es también un símbolo de rebelión, de hartazgo, de subversión frente a los demás. Ella definió sus motivos para hacerlo en el documental For the Record: “fue un poco de rebeldía, quería sentirme sentirme libre”.

Britney Spears, tras raparse el cabello.

No es de extrañar que fuese Sinéad O’Connor la que habló de lo peligroso que era ser una mujer joven en la industria de la música y de por qué decidió rapar su cabello ante las presiones de la industria para dulcificar y hacer más “femenina” su imagen. Raparse fue para ella una forma de reclamar el control sobre su propio cuerpo. Cuando en la ficción un personaje femenino aparece con la cabeza rapada se asocia de forma automática a valentía, ruptura con los roles de género habituales y fuerza. Sigourney Weaver como Ripley en la tercera entrega de Alien, Demi Moore en La teniente O´Neil o Charlize Theron en Mad Max: Fury Road se desprendían del cabello, un atributo de belleza, por ser superfluo y molestar entre lo que tenían en sus manos: su propia supervivencia, demostrar su valía femenina y, en el último caso, nada menos derribar simbólicamente el patriarcado para levantar una sociedad más justa y más libre.

Ni en la ficción ni en la realidad el pelo es sólo pelo. Una mujer con la cabeza rapada no presenta sólo una opción estética. Es un mensaje. Y Britney es más que una cantante, más que una famosa, más que una luminaria del pop: es un símbolo cultural lleno de significado.

En películas como V de Vendetta o La pasión de Juana de Arco los rapados de Natalie Portman y de Maria Falconetti no eran elecciones de sus personajes, sino que venían impuestos de forma externa, pero funcionaban aún todavía más como ejemplo de la transfiguración que estaban viviendo. Ni en la ficción ni en la realidad el pelo es sólo pelo. Una mujer con la cabeza rapada no presenta sólo una opción estética. Es un mensaje.Quizá sea dudoso que en aquel momento la propia Britney quisiese enviar ningún mensaje al menos de forma consciente (llegó a decirse que lo había hecho para evitar un control de drogas que tenían que hacerle al día siguiente). Y sí, enseguida se cubrió con pelucas, extensiones y volvió a dejar crecer su pelo. Pero eso no merma en absoluto su valía. Más bien, el que fuera un gesto impulsivo la acrecienta. No hay que glamourizar los colapsos nerviosos ni las crisis emocionales, pero aquel “que le den a todo” mundo, aquella desexualización en directo, aquella patada de realidad por parte de la enésima novia de América, lo convierte en un gesto artístico involuntario, casi una performance.Porque Britney es más que una cantante, más que una famosa, más que una luminaria del pop: es un símbolo cultural lleno de significado.Es la niña prodigio espoleada por su madre hasta el olimpo Disney del club Mickey Mouse; la adolescente sexualizada que acabó para siempre con la inocencia de las faldas de cuadros de uniforme colegial; la representante de la América más puritana que hacía promesas de ser virgen hasta el matrimonio mientras se conjuntaba en inenarrables looks vaqueros con su novio Justin Timberlake; la novia del pop que recibía el beso de Madonna en otro de los instantes más recordados de nuestra época, el enésima “ídolo rebelde” que protagonizaba un matrimonio ebrio en Las Vegas de sólo 55 horas; la cándida cabeza de chorlito con voz nasal homenajeada y parodiada por los participantes de Ru Paul’s Drag race; la estrella que supo renacer de su agujero vital con un disco que hablaba de sí misma y diseccionaba con precisión la cultura de la celebridad a golpe de beats; la inspiradora de uno de los primeros virales de YouTube, el “Leave Britney alone”, la residente en Las Vegas cuyas limitaciones al cantar y bailar no impiden que se sigan vendiendo entradas con su nombre… Britney resume las obsesiones y pasiones de nuestra época como pocas figuras han sido capaces. Que haya sobrevivido a sí misma, a ser una niña del espectáculo y un chiste de Internet, convertida hoy en la mujer de Kentucky que habría sido de no haber trabajado tanto por el estrellato, que siga siendo una cantante de éxito, que aparezca como una madre feliz, nos reconforta y nos hace empatizar con la persona que hay en ella de un modo que pocas celebridades consiguen.Porque ella lo tenía todo; un nombre que vendía millones de perfumes y discos en la época en la que aún se vendían discos, un contrato con Pepsi, era la plasmación rubia de todo lo que Estados Unidos considera éxito, y eso no impidió que se derrumbase ante todo un mundo que no quería parar de mirar. Aniquiló su imagen primero simbólicamente, luego de verdad arrancándose el pelo a mechones. Perdió el control de su vida hasta que tuvo que ingresarse en un psiquiátrico. Y está aquí para contarlo. Es su triunfo artístico definitivo.Fuente: revistavanityfair.es