Por qué nos sigue gustando que nos cuenten historias

Los procedimientos de la ficción y la vigencia del realismo literario, explicados por el crítico inglés James Wood

En su libro, el crítico inglés James Wood explica el funcionamiento de la ficción (IStock)

En su libro, el crítico inglés James Wood explica el funcionamiento de la ficción (IStock)



«La ficción es tanto artificio como verosimilitud y no es difícil unir ambas posibilidades», escribe el crítico literario James Wood en uno de los primeros párrafos de «Los mecanismos de la ficción» (Taurus, 2017), un libro que aborda el funcionamiento de los distintos procedimientos y elementos que ofrece la novela.

Lejos de ser un manual condensado dirigido a quienes desean leer lecciones sobre cómo escribir un relato, la publicación del aclamado ensayista, habitual colaborador de The New Yorker, es más bien un conjunto de planteos teóricos justificados en forma práctica. Es que las formulaciones que hace el autor a lo largo de las más de 200 páginas que componen el libro están respaldadas con ejemplos que van desde la Biblia hasta textos de David Foster Wallace.

Wood, quien se desempeña como profesor en la Universidad de Harvard, Estados Unidos, es un férreo defensor del realismo flaubertiano y, desde ese lugar, se plantea en forma recurrente cuál es la relación que existe entre la experiencia de lo real y la literatura realista, o, lo que es igual, cuán real es el realismo.

En uno de los capítulos centrales, el crítico expone la opinión de dos detractores del realismo —un novelista y un bloguero— que entienden que los procedimientos que caracterizan al movimiento se agotaron y que, por lo tanto, hoy no son más que clichés. A raíz de esta apreciación, Wood explica que en rigor el realismo «no se refiere a la realidad ni es realista». Y, en sintonía con el semiólogo francés Roland Barthes, acepta que el movimiento implica «un sistema de códigos convencionales, una gramática tan ubicua que no notamos la forma en que estructura la narrativa burguesa».

Portada del libro de James Wood, publicado por Taurus

Portada del libro de James Wood, publicado por Taurus

En este marco, el autor insiste en que el realismo no es únicamente verosimilitud sino que es preciso «agregar vida» a la obra, algo que solo se puede lograr si se eluden con inteligencia esa suerte de reglamento literario que conformó en el Siglo XIX y hoy sigue vigente.

«El auténtico escritor, el sirviente libre de la vida, —sostiene— es aquel que debe actuar siempre como si la vida fuese una categoría más allá de todo lo que haya podido captar hasta el momento la novela como si la vida misma siempre estuviese justo a punto de convertirse en convencional».

Por otra parte, remarca que el realismo no es un género, al considerar que esa vida agregada a la que hace referencia es el origen de otras formas de contar historias, como el realismo mágico, la fantasía, la ciencia ficción y los thrillers.

Los detalles son ineludibles en la novela realista y por lo tanto también lo son para Wood. Hay en la literatura, al igual que en la vida, una serie de elementos que están ahí a la vista aunque no siempre sean percibidos. Partiendo de este hecho, el inglés señala que la experiencia de la realidad no nos acerca a esos detalles mientras que la ficción enseña al lector a mirar.

¿Cómo sabremos si un detalle parece real en una novela? Ante esta pregunta, el autor introduce el concepto de hecceidad que acuñó el teólogo medieval Juan Duns Escoto para referirse a la «diferenciación individual». Wood entiende la hecceidad como «cualquier detalle que atrae la abstracción hacia sí misma, y parece matar esa abstracción con una ráfaga de palpabilidad, cualquier detalle que centra nuestra atención con su concreción».

Gustavo Flaubert, exponente del realismo literario

Gustavo Flaubert, exponente del realismo literario

Al mismo tiempo, advierte sobre el riesgo de caer en el fetichismo del detalle. Aquello ocurre cuando, en un intento por imitar la experiencia de la vida real, un escritor incluye elementos cuyo único aporte es estético: «El realismo del siglo XIX, desde Balzac en adelante, crea tal abundancia de detalles que el lector moderno ha llegado a esperar que la narración contenga siempre una cierta sobreabundancia, una redundancia intrínseca, que tenga más detalles de los necesarios».

En su célebre ensayo titulado «Efecto de la realidad», Barthes decía que en la literatura realista habitan elementos que no significan nada más que la propia realidad, es decir, contribuyen únicamente a crear una atmósfera de lo real. Mientras el francés pretende evidenciar la presunta falsedad del realismo, Wood acuerda en que «la realidad ficticia está construida con efectos semejantes», pero sostiene que «el realismo puede ser un efecto y aun así seguir siendo cierto».

Otro de los temas que explora enfoca Wood son los personajes y las maneras en los que se los muestra en las novelas. Sin piedad, el crítico arremete contra las llamadas «descripciones de fotografía», que, según dice, son habitualmente empleadas por escritores poco experimentados debido la dificultad que supone retratar algo que está en movimiento.

¿Cómo se puede hacer una descripción inteligente sin recurrir a lo estrictamente pictórico? Una posibilidad es exponer cómo y con quién habla el personaje, algo que puede ser sumamente revelador. «La narración nos puede dar y a menudo nos da una vívida sensación de un personaje sin darnos la sensación vívida de un individuo», apunta Wood al respecto.

El crítico literario James Wood, autor de “Los mecanismos de la ficción”

El crítico literario James Wood, autor de “Los mecanismos de la ficción”

De acuerdo con una clasificación extendida, los personajes pueden ser planos o profundos, según presenten un solo atributo característico o varios matices. Al contrario de lo que podría indicar el sentido común, Wood considera que los primeros son «mucho más vivos y más interesantes como estudios humanos, aunque sea por su breve duración, que los personajes redondos a los que se suponen que se hallan supeditados».

En lo personal, Wood manifiesta su afición por aquellos personajes que presenten «lagunas y omisiones» y provoquen al lector más que por los «sólidos y decimonónicos».

«Creo que las novelas tienden a fracasar no cuando los personajes no son los bastante vivos o profundos —reflexiona—, sino cuando la novela no ha conseguido enseñarnos a sus convenciones, no ha conseguido despertar un hambre específica por sus características, su propio nivel de la realidad».

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Fuente: infobae.com