Guadalupe Olivas, un sueño roto entre Estados Unidos y México

Muro Fronterizo Estados Unidos – México.Así vivía el migrante mexicano que se lanzó desde uno de los puentes cercanos al paso fronterizo de TijuanaLos Mochis (México)Nohemí, una de las hermanas de Guadalupe Olivas, en Sinaloa. Christian PalmaGuadalupe Olivas Valencia, el mexicano que se suicidó la semana pasada minutos después de ser deportado de Estados Unidos, guardaba una carta en su billetera. En una hoja con los bordes desgastados había un dibujo de un corazón y un mensaje que decía: «Feliz Día del amor y la amistad, te amo papá, de María Cristina». El escrito doblado en cuatro partes se lo entregó la más pequeña de sus tres hijos el 14 de febrero de 2014, un día después de que falleció Santa Ernestina López Zavala, su esposa. Durante tres años, Lupe, como le decían sus familiares, la atesoró en sigilo hasta el día que su cuerpo fue recogido por las autoridades forenses del puente ubicado cerca de la garita de San Ysidro, en la fronteriza ciudad de Tijuana, en el Estado mexicano de Baja California.La tarde en que María José, la hermana de Guadalupe, recogió las pertenencias en una funeraria de Tijuana donde preparaban el cuerpo para la velación, le entregaron una bolsa de plástico con su ropa y la cartera donde llevaba la hoja. Poco más de una semana de lo ocurrido, nadie en su familia puede explicar el motivo por el que Olivas, uno de los primeros deportados en la era del presidente estadounidense Donald Trump, decidió aventarse de un puente. «No sé por qué lo hizo, pero él se sentía muy desesperado. Un día antes me habló para decirme que me quería mucho y yo le dije que si tenía algún problema se viniera para acá, pero me dijo que ya nada se podía hacer», cuenta Nohemí, una de sus hermanas, que vive en Sinaloa.La última vez que Nohemí vio a su hermano fue el año pasado. Lupe había estado 13 meses en una prisión de Estados Unidos por haber cruzado ilegalmente a ese país y tras ser deportado tomó un autobús a Sinaloa. Una mañana de octubre tocó a la puerta de la casa de su hermana en el ejido 20 de noviembre, en Ahome, el tercer municipio más grande de Sinaloa. «Me abrazó, yo le hice desayuno y le di ropa limpia para que se cambiara», dice la mujer de 47 años sentada frente a un pequeño altar donde colocó flores y veladoras a un costado de la foto de su hermano. Después de 20 días Lupe se regresó a Baja California con la intención de volver a EE UU.Durante los días que estuvo en la casa de Nohemí le contó los infortunios vividos la última ocasión que cruzó a Estados Unidos por el desierto de Sonora. «Me dijo: ‘no tienes idea, hermana, de cuánta gente hay muerta en el desierto’. Me contó que hasta pipí (orina) de ellos tomaron para poder sobrevivir», relata la afligida mujer. Después de once días de caminar bajo el sol sin agua ni alimento, agentes fronterizos lo encontraron cerca de una autopista y lo encarcelaron por haber reincidido en su intento de alcanzar el llamado sueño americano.La vida en el campoUn retrato de Guadalupe Olivas, en un altar. Un retrato de Guadalupe Olivas, en un altar. Christian PalmaLas hojas secas tapizan el patio de la casa donde Guadalupe vivió hasta su adolescencia. La construcción modesta está ubicada en el ejido Louisiana, en Ahome, un municipio con alta producción agrícola. Al frente de la vivienda un tractor peina los valles verdosos. En las calles de la apacible comunidad Lupe pasó su niñez e intercambió las primeras miradas con la mujer que sería su esposa: Santa Ernestina. Los vecinos cuentan que de adolescente su afición era el béisbol y que por las tardes caminaba al campo a recoger chiles y tomates.Cuando el padre de Guadalupe murió embestido por un coche a finales de los ochenta, su madre decidió llevárselo a él y a sus hermanos a Tijuana a buscar mejores oportunidades de empleo. «Aquí se la llevaban jugando, era un niño cariñoso y muy alegre, le decían el guasón», cuenta Ascencio Beltrán, vecino en Louisiana. Allá en la frontera se reencontró con Santa, que había llegado también a vivir con su madre y su hermano. «Él le decía a su hermana Dora que cuando juntara dinero iba a construir una casita aquí, pero ya no pudo», cuenta otra conocida de la familia.Santa y Lupe se casaron en 1995 en una sencilla ceremonia en el registro civil de Tijuana. Él se cansó de los bajos salarios en México y consiguió una visa para ingresar legalmente a EE UU y trabajar allá. Los fines de semana regresaba a Tijuana y el lunes volvía a partir. En 2000 fue detenido por traficar con marihuana en un transporte pesado y lo deportaron a México.En 2005, cuando su esposa iba a parir a su tercer hijo —una niña a la que nombrarían María Cristina—, Olivas cayó nuevamente preso en Estados Unidos. Santa, desencantada del futuro promisorio que no llegaba, se regresó a Sinaloa a dar a luz. Después de tres años, Guadalupe fue a buscarla, pero ella no quiso volver a la frontera. Durante más de seis meses vivieron en Sinaloa. En ese lapso él trabajó de albañil y jornalero. «Se desesperó de trabajar mucho y ganar poco y decidió irse otra vez para allá», cuenta Nohemí.En 2014 la insuficiencia renal de Santa se agravó y ella se regresó a Sinaloa, donde falleció en febrero de ese año. María de los Ángeles Zavala, la suegra de Lupe, se hizo cargo de la manutención y el cuidado de dos de sus nietos: José Roberto, actualmente de 21 años y María Cristina, la niña de 11. Omar, de 20, siempre vivió con su papá. Constantemente Lupe intercambiaba mensajes y llamadas con sus dos hijos. «Siempre fue un buen padre, quería mucho a sus hijos y a su esposa», expresa María.En octubre del año pasado, volvió a Sinaloa llevó a su hija a comer pizza. Luego, acompañado de su suegra, fue al panteón a llevarle flores a su esposa. «Me dijo que él había amado mucho a mi hija y que me iba a dar la custodia de los niños». Diez días antes de suicidarte María recibió un mensaje de whatsapp de su yerno. «Ya son tres años que Dios se la llevó… en paz descanse, lo siento mucho», escribió a las 6.25 de la mañana. Fue la última vez que intercambiaron mensajes.Lupe no fue sepultado junto a su esposa en tierras sinaloenses. Él pidió que lo incineraran y sus restos fueran esparcidos en el jardín de la casa de su madre en Tijuana. Por lo pronto la urna que guarda sus cenizas está en una habitación de la vivienda de en un barrio popular de Tijuana, muy cerca de la frontera que tantas veces atravesó. A 1.350 kilómetros de ahí, en las calles del ejido 2 de noviembre, todas las tardes la casa de su hermana Nohemí se llena de plegarias. Ella y sus vecinas rezan desde el domingo para pedir por el descanso de su alma.elpais.com / Zorayda Gallegos