Irán: mujeres, velos y ajedrez

Julián SchvindlermanAlgo no está saliendo del todo bien en el campeonato mundial femenino de ajedrez que se está celebrando estos días en Irán. Para las más de cincuenta jugadoras que pelean por el prestigio y el premio, de 450.000 euros, así como para el régimen de los ayatolás, orgulloso anfitrión, todo marcha viento en popa. Pero para la decena de ajedrecistas que rehusaron participar por razones de principios algo está decididamente mal.Nazi Paikidze es una georgiana-americana, campeona nacional de ajedrez en los Estados Unidos, que decidió boicotear el torneo al enterarse que se celebraría en la República Islámica de Irán, donde la obligarían a ponerse el hiyab. «Al participar me vería forzada a someterme a formas de opresión diseñadas específicamente contra las mujeres», declaró la joven de 23 años. «Prefiero no ser campeona, los derechos humanos están por encima del ajedrez y de todo lo demás». La argentina Carolina Luján, pentacampeona nacional, de 31 años, también decidió no viajar a Irán. Dijo que su acto no era un boicot, sino apenas una postura moral: «Algunos dicen que tengo algo contra el islam, pero sólo quiero tener la libertad de elegir». De haber ido a Teherán, además de verse obligada a ponerse el pañuelo, no hubiera podido trabajar con su entrenador, a la luz de la prohibición de toda mujer de estar a solas con un hombre que no sea su marido o un familiar.Irina Kursh, una ucraniano-estadounidense de 33 años que ganó siete veces el campeonato norteamericano, se sumó al boicot. Igual que la también ucraniana María Muzychuk, excampeona mundial: «Decidí no formar parte, ya que Irán no es obviamente un país adecuado para una competencia tan prestigiosa». Humpy Koneru, de la India, una de las mejores ajedrecistas del globo, declinó participar sin hacer declaraciones públicas. La china Hou Yifan, la indiscutida número uno en el ranking del ajedrez femenino internacional, tampoco viajó a Irán, fundando sus razones en quejas de larga data con el modo en que se lleva a cabo el campeonato.Estas jóvenes talentosas han enviado un mensaje a la familia de las naciones: no se dejarán usar como peones de ajedrez en el malvado juego político del teocrático Irán. Porque, realmente, ha de ser alucinante concentrarse en un tablero cuando a tu alrededor se encarcela a disidentes políticos, se persigue a homosexuales, se ejecuta a delincuentes menores de edad y las mujeres enfrentan una persistente misoginia nacional. Sobre este último punto, resultó raro escuchar a Ghoncheh Ghavami protestar contra el boicot. En caso de que alguno se haya salteado la noticia oportunamente, se trata de una veinteañera británico-iraní que pasó cinco meses en prisión en el país persa por hacer campaña a favor de que las mujeres puedan ver partidos de voleibol masculino en los estadios. Sí, casi medio año a la sombra por eso. Así es la vida para las mujeres en Ayatolaland.Es cierto que en Irán las mujeres pueden asistir a la universidad, conducir y votar, y que ha habido mujeres embajadoras, voceras o vicepresidentas, y que atletas femeninas han representado a la nación en Olimpíadas. Pero eso no puede esconder la cruda situación de la mujer allí, donde su testimonio en corte sigue valiendo la mitad que el de un hombre. Sin ir más lejos, Teherán acaba de expulsar de su equipo nacional de ajedrez a una joven de 18 años que rehusó ponerse el velo durante un torneo disputado en Gibraltar. El responsable de la Federación Iraní de Ajedrez, Mehrdad Pahlevanzadeh, prometió que sería castigada «de la manera más severa posible».Al mismo tiempo en que se desarrollaba el torneo de ajedrez en Teherán, arribaba a la capital persa una delegación oficial sueca que incluía a varias funcionarias, entre ellas la ministra de Comercio, Ann Linde, en representación del «primer Gobierno feminista en el mundo», según se ufanan. El presidente Hasán Ruhaní las recibió acompañado sólo por funcionarios varones. En deferencia, todas ellas se cubrieron la cabeza con hiyabs. Puedo imaginar lo que pensarán al respecto las valientes ajedrecistas disidentes.Libertad Digital – Madrid