La tesis de Daniel Lang

Carlos Esteban ¿Ha llegado el principio del fin de la progresía en Estados Unidos?; ¿le esperan al país más poderoso del mundo décadas de tendencia mucho más conservadora? Esa es la tesis que desarrolla Daniel Lang en ZeroHedge y que, de revelarse cierta, tendría consecuencias de alcance para todo el planeta.Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, toda la tendencia ideológica general en Occidente ha sido hacia la izquierda, más deprisa con el gobierno de partidos supuestamente de izquierdas, algo más despacio con los de la autodenominada derecha, pero siempre en la misma dirección. Eso podría cambiar en los próximos años.La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos contra viento y marea y ante el asombro de la ‘opinión respetable’ del mundo entero es un hito crucial, pero no el único. De hecho, se ha apuntado hasta la saciedad que Trump no es un conservador al uso, poco que ver con la plataforma tradicional de su partido, el republicano. Pero es que el conservadurismo que parece avecinarse no es exactamente el que nos vende la derecha del consenso desde hace medio siglo.Para empezar, el Tribunal Supremo norteamericano está a punto de cambiar radicalmente de tendencia ideológica. El Supremo americano hace las veces de Tribunal Constitucional, y ha sido el principal motor del cambio en las últimas décadas, responsable de ‘terremotos’ sociales como el derecho al aborto o el matrimonio homosexual.Es difícil, si no imposible, vislumbrar en la Constitución esos derechos, lo que indica que los nueve jueces del alto tribunal actúan con enorme libertad para imponer cambios radicales que serían muy difíciles de aplicar por alguno de los otros dos poderes. Sus miembros son vitalicios y no tienen que dar cuentas a nadie.Trump ya ha elegido un miembro del tribunal, Neil Gorsuch, y vista la edad de los jueces, no es improbable que tenga la ocasión de elegir a algunos más, quizá hasta tres, los más ancianos, dos de los cuales son notorios por su tendencia izquierdista. Si Trump gana la reelección, es casi seguro que tendremos un TS conservador para las próximas dos o tres décadas. Y ya hemos visto que el tribunal puede imponer sus criterios con independencia de quién ocupe la Casa Blanca o qué partido domine el Congreso.El punto fuerte de Trump, la principal razón por la que fue elegido, es su mensaje de ‘América, primero’, lo que es en parte una consigna contra la sustitución demográfica. La inmigración descontrolada, legal e ilegal, procedente sobre todo de México no solo ha alterado significativamente el equilibrio demográfico del país, sino que ha proporcionado a la izquierda un enorme y fiable bloque de votantes.Los inmigrantes votan izquierda, por muchas razones. En parte es un ‘do ut des’, un acuerdo por el que sus votos les ganan los favores del Partido Demócrata cuando está en el poder. En parte, proceden de una cultura política sustancialmente más estatalista que la estadounidense y, en fin, tienden a representar un sector de la población que se beneficia más que la media de las ayudas sociales.Pero la inmigración se va a reducir; ya está, de hecho, disminuyendo. No ha parado de crecer desde la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1965, que se aprobó, por cierto, sobre cálculos falsos y promesas incumplidas, y en este momento la población inmigrante alcanza su nivel más alto desde 1900.Pero hay razones para pensar que ya hemos alcanzado el nivel más alto de la curva, que empezará a descender. A corto, es de esperar que Trump actúe, al menos parcialmente, en esa dirección, porque es ese el núcleo de su programa; a largo, su sorprendente victoria indica a los políticos que esa es una buena apuesta, y en el futuro veremos a la posición restrictiva ganar popularidad entre los candidatos. El genio está fuera de la botella, los votantes antiinmigración son ya conscientes de su fuerza y no hay razones para pensar que esto vaya a darse la vuelta en breve.Por otra parte, quienes podrían darle la vuelta son los miembros de la última generación en tener nombre, la Z, y sabemos que desde hace cosa de un siglo cada generación tiende a ser más progresista que la anterior. También eso, sin embargo, podría haberse acabado: según un amplio estudio demoscópico realizado el año pasado por una consultora de marketing, los nacidos ya en este siglo serían la generación más conservadora desde la Segunda Guerra Mundial. Preguntados por su alineamiento ideológico, un 14% se sitúa “totalmente a la derecha”, proporción que en el caso de los ‘millennials’ apenas llega al 2%.A esto hay que sumar una consecuencia de pura aritmética: la izquierda apenas tiene hijos; desde luego, muchos menos que los conservadores. Es decir, se está extinguiendo por mera infertilidad natural. Todos los estados con una fertilidad de 60 por mil o menos son liberales; todos los estados con una fertilidad de 70 por mil o más son conservadores. Y los sociólogos han determinado que la ideología -los valores- se heredan en un grado asombrosamente alto.El progresismo ha tenido hasta ahora un ‘mecanismo de seguridad’ para paliar este deplorable estado de cosas: la universidad. Basta echar un vistazo a las noticias para darse cuenta de que todos los movimientos radicales hasta el absurdo, todos los planteamientos de la izquierda más extrema, tienen su origen en las universidades norteamericanas de mayor prestigio. Es ya un chiste manido que con el final de la Guerra Fría, el comunismo abandonó Moscú y se instaló en Harvard.Pero también en esto el cambio podría estar a la vuelta de la esquina, gracias al estallido de la ‘burbuja académica’. Las buenas universidades son muy caras en América, y lo habitual es que el alumno se endeude hasta las cejas para matricularse, con la esperanza de que su diploma le dé acceso a un empleo bien pagado que le permita cancelar el crédito sin demasiados problemas.Y mientras las universidades retenían su prestigio y se centraban en titulaciones demandadas por el mercado, así fue en su mayor parte. Un abogado, médico o ingeniero salido de alguna de las facultades de la Ivy League no tenía problema para iniciar una carrera profesional de primer nivel que le permitiera pagar sus deudas universitarias sin demasiado quebranto.Pero eso ha llevado a una inflación galopante de titulaciones inútiles -¿cuántos licenciados en Estudios de Género demandan las empresas, y a qué precio?- que abocan a sus diplomados a subemplearse significativamente (del nivel de empleado de Starbucks, no pocas veces), con lo que son incapaces de satisfacer la enorme deuda sobre una matrícula que no se ha abaratado, precisamente. Los impagos alcanzan niveles de pesadilla.En consecuencia, la burbuja de la deuda universitaria no es menor que la de las ‘subprimes’, cuyo estallido desencadenó la crisis financiera de 2008. Cuando explote, las universidades van a tener que cambiar, por las malas, y mucho, o echar el cierre. Hablamos de eliminar cursos que no contribuyen al futuro poder adquisitivo de los alumnos y que existen exclusivamente por prestigio ideológico. Y esas son, precisamente, las materias que más ‘rojos’ fabrican. Es predecible que en el futuro veamos un nutrido grupo de profesores marxistas en paro.En cuanto a la enseñanza media, la educación en casa -‘homeschooling’-, aunque muy combatida por las autoridades, no deja de crecer en popularidad. Y no, no son ‘hippies’.Si a eso sumamos que la otra arma de la izquierda para difundir su mensaje, los medios convencionales, están agonizando y han perdido toda credibilidad con el acceso directo a la información que proporciona Internet y, en el último años, su partidismo ya sin disimulo ni control, tiene sentido pensar que la hegemonía progresista tiene los días contados en América y, probablemente, en el resto del planeta.La Gaceta – Madrid