El Che: Mito y realidad

Ignacio Vera Rada

Es innegable que Ernesto Guevara de la Serna fue un hombre de relativa gravitación política en Latinoamérica y cuya memoria hoy fascina y enloquece a muchos, y que se ha convertido en una especie de mito canonizado para esos muchos. Trastorna a los jóvenes rebeldes y fantasiosos que muy poco saben de dogmática marxista y de dialéctica histórica materialista; ilumina el alma de los de raza de izquierda hasta hacerles delirar; inspira a escritores y poetastros, incluso a músicos; estampa su hierático y barbado rostro en tazas y camisetas hasta el grado hacerle pasar por icono de la humanidad, pero, acaso más que todas esas cosas, excita al demagogo y lo fuerza a creer que no existe camino verdadero ni digno que no sea el de la guerrilla por el socialismo ni senda verdadera que no sea la que tomaron los revolucionarios de la Cuba castrista. Incluso hay círculos que han vinculado la figura de este guerrillero con la del Mesías cristiano, aclarándoles morbosa y heréticamente el alma y despertando piadosa voluntad en sus corazones.

¡Qué fácil este hombre ha alcanzado la inmortalidad en la memoria de los que pelean día tras día por la liberación de los oprimidos! Pero, al haber leído esto, seguramente saltarán en contra mío diciéndome: «¿Verter sangre por una causa es ganar inmortalidad de manera fácil?». Seguro que no, pero más allá de la sangre vertida, en un plano más profundo, se cierne como criterio de juicio la forma en la que se la vierte. Confúndese a veces el romanticismo melancólico de los de la ortodoxia socialista con la verdadera talla política, científica o artística de los hombres.Lo cierto es que este hombre fue un intruso, y un intruso rotundamente sedicioso y obstinado en sus maquinaciones. Quizá esté en esto último, o sea, en su obstinada conducta, su mayor logro y ejemplo para las futuras generaciones menesterosas de ejemplos de constancia. No creo que haya habido lucidez ni viveza en su espíritu, porque, para empezar, cualquier buen guerrillero medianamente perspicaz hubiese elegido cualquiera lugar antes que las frondosas y remotas selvas del Ñancahauzú para emprender semejante epopeya.El socialismo constitúyese como una doctrina que, a pesar de ser según sus abanderados vanguardista, apela al puritanismo y la ortodoxia. Se entiende, entonces, que estos míticos guerrilleros nunca hayan comprendido el liberalismo como forma de hacer prosperar sus Estados. Tengo en los estantes del estudio de mi casa los diarios del Che y muchos libros acerca de su denodada y furiosa campaña, y en ninguna página de esos libros se diluye ni una gota de lo que es el manantial de la libertad genuina.Guevara mató, y mató a muchos, y a veces lo hizo a sangra fría y estando fuera de combate. Se acusa a los militares de haberle batallado con garras y dientes. Amable lector, si fueses Presidente de un Estado o alto magistrado, ¿qué harías si un husmeador extranjero viniera a tu jurisdicción geográfica, armado, resuelto y altivo, a querer derrocar tu gobierno e implantar un régimen totalmente contrario al tuyo?, ¿cuál sería la reacción natural?Guevara tuvo una muerte que conjuga con el romanticismo, y eso lo inmortalizo más que cualquiera de sus ideas, si las tuvo. Su óbito (que fue heroico, ciertamente) constituye su pedestal o su mausoleo de firme granito, y es lo que verdaderamente le hace tan atrayente y simpático. Su vida fue un puro romanticismo, como es la mayoría de las vidas de los seres humanos que son admirados y que no debieran serlo a tal grado en que lo son.Enseñó a las generaciones venideras perseverancia, disciplina, brío y cómo hacerse tomar una atractiva fotografía, también inmortal. Ahí está su gloria.