Cómo divorciarse civilizadamente

Desactivar las ideas de venganza es clave para una ruptura armoniosa. Y si hay hijos, minimizarles los daños emocionales.

El establecimiento de un nuevo equilibrio es fundamental para evitar daños emocionales en los hijos.



En tiempos en que la concepción de familia es diferente a la que existía hace 50 años, los divorcios (y separaciones) se han convertido en moneda corriente dentro de la sociedad. Hoy en día, el estado civil “divorciado” no tiene la connotación que tenía años atrás. Muchos chicos viven esta nueva concepción de familia, con todo lo que ello implica, como las familias ensambladas, el tener dos casas entre las que se reparten durante los días de la semana.

Pero hasta llegar a esa nueva “armonía” familiar, el proceso de divorcio puede convertirse en un proceso traumático, violento, agresivo en el que las partes pueden adoptar deseos de venganza, situaciones en las que se naturalizan prácticas insensibles al dolor de los hijos por este quiebre de su grupo familiar, su lugar sagrado. En esas circunstancias, muchas veces los chicos quedan “huérfanos con padres vivos”.

Para lograr que ese proceso sea lo más armonioso posible hay que desactivar entonces las ideas de venganza, por lo que se torna imprescindible comprender que la separación es la división de la sociedad conyugal, pero que la función de padres es eterna. Establecer acuerdos para generar adaptaciones a este nuevo escenario familiar es clave.

La psicología comenzó en los últimos años a abordar estos temas desde lo que se denomina una “terapia para la ruptura de la pareja”, en la que se trabajan específicamente estos procesos, con el fin de lograr una mirada más sanadora de las separaciones y, en consecuencia, cuidar la infancia. Es que estos nuevos padecimientos familiares dejan huellas dolorosas en los hijos, tanto más si uno de los cónyuges es psicópata (este último merece un abordaje aún más especifico).

Este abordaje atiende prioridades, distinguiendo lo importante de lo urgente, ya que el sistema judicial no colabora en lo expeditivo que debería ser. Entonces, es indispensable comprender que el proceso de separación de una pareja tiene directa relación con la calidad de vínculo que han tenido y con la forma en que se produjo la separación. En la actualidad nos vemos atravesados por la inmediatez de los resultados, sin dar el tiempo necesario para elaborar la decisión.

En general, el divorcio se termina convirtiendo en el “territorio” propicio para saldar viejas cuentas emocionales. Se hace necesario intervenir en estos casos de divorcios inconclusos, con eternización de conflictos que debilitan la crianza de los hijos.

Teniendo en cuenta el aumento de las separaciones, estaríamos en presencia de una categoría social nueva ser “ex” y “padres separados”, que necesita un abordaje nuevo, dirigido, con el fin de minimizar los daños emocionales. Aprender a ser padres separados es enseñarles a los ex amantes un nuevo camino, el del diálogo. Un diálogo que, guiado por profesionales en un entrenamiento dinámico de nuevas habilidades, facilitaría el desarrollo de una separación civilizada, considerando el “territorio emocional” de los hijos como inviolable.

La toma de decisión de separarse ha tomado en nuestra sociedad una suerte de “naturalización”. La diferencia está dada en “cómo” se tramita.

Para encontrar un nuevo espacio, un nuevo territorio hay que definir límites y para ello necesariamente tenemos que iniciar un entrenamiento de la voluntad. Algo que pareciera tan obvio no lo es. En general los dolores y heridas emocionales se materializan en gritos, denuncias, niños cautivos de alguno de los padres. Es un “folclore” de acciones tendientes a reparar el daño infringido por la ex pareja .Tengamos en cuenta que estas supuestas acciones con las que intentamos reparar el daño que nos causaron, solo llevan a más agresiones entre los ex y tiene un efecto bola de nieve que lleva a invadir el territorio sagrado del niño.

A ningún niño le gusta que se hable mal de alguno de sus padres, ellos los necesitan a ambos y los aman por igual, no influye en su mirada ni en su amor qué le hizo uno al otro. Es común que uno se presente como “víctima del otro” manipulando la voluntad de los hijos. Estas acciones dan cuenta de la madurez de los adultos en la toma de decisión de la separación.

Es necesaria la creación de un nuevo espacio en donde las ex parejas puedan hablar, aceptar el fin de una relación en términos civilizados. Aprender a no exceder el límite de lo público y lo privado. Esta afirmación se origina en que los hijos no debieran presenciar reproches, gritos, maltrato en ninguna de sus formas. El amor hacia ese hijo tiene que ser protagonista.

*Adriana Monetti es psicóloga y psicopedagoga ( M.N. 46377) y autora del libro “Divorciarse civilizadamente. Terapia para la ruptura de la pareja” (Editorial Dunken).

Fuente: clarin.com