Gases, «cachinas» y descomposición

Carlos D. Mesa Gisbert

¿Qué es lo que está realmente en juego?: ¿la penalización desmesurada de la mala praxis profesional?, ¿la verdadera situación de la salud en el país?, ¿la complicada relación entre la mirada liberal de la práctica profesional de los médicos y la obligación de asumir un nuevo enfoque del manejo de la salud como responsabilidad de Estado?, ¿la lógica del Gobierno de entender la política única y exclusivamente como una guerra?, ¿las expresiones de un poder cada vez más cerca del totalitarismo?

Probablemente cada uno de los temas por separado y seguramente todos en conjunto. En este momento de inequívoca inflexión en el largo gobierno de Morales, podemos apreciar los evidentes signos de agotamiento de lo que alguna vez quiso representar y ya no representa. Si en el pasado pudo resolver los conflictos por la vía de la violencia con éxito, es porque una parte muy significativa de la sociedad creía que el bien mayor justificaba los “males menores”. La legitimidad de los gobernantes les permitió salir relativamente indemnes de acciones que no condecían con un espíritu democrático. Pero su cheque ya no está en blanco, los fondos se le están agotando con la misma consistencia que se está agotando su credibilidad.Todos sabemos que el 28 de noviembre de 2017 los gobernantes cruzaron el Rubicón abandonando la tierra de la democracia y entrando en la del totalitarismo basado, no en el imperio de la ley, sino en el imperio del poder total.El primer conflicto tras la destrucción del orden constitucional es el de los médicos. Más allá de las razones y más allá del desenlace de esta confrontación cargada de violencia, la sociedad ya no es condescendiente con los poderosos, ni justifica ni acepta la represión como lo hacía en el pasado.  Entonces estaba seducida por el compromiso de llegar a una “tierra prometida” que se desvaneció en medio de palabras y retórica, que pretendieron que el pueblo comprara afirmaciones como que la economía boliviana superará en tamaño a la de dos de nuestros vecinos en pocos años, como que la meta de pobreza cero está al alcance de la mano, como que la revolución ética barrería con la corrupción del pasado, como que la justicia -en virtud de la magia del voto popular- resolvería su consuetudinaria podredumbre…Sería de ciegos no reconocer que la combinación de factores externos y manejo interno permitieron ingresos nunca previstos y, en consecuencia, avances materiales significativos que han mejorado en general el nivel de vida de los bolivianos, pero sería también de inconscientes no entender que esos avances no pueden ocultar el dispendio, el gasto suntuario, las oportunidades perdidas en la orientación de la inversión social y, sobre todo, que la realidad de nuestra pobreza estructural está muy lejos de haber sido resuelta.Los gobernantes están perdiendo progresivamente su contacto con la realidad y se están creyendo sus propias historias. Demasiadas horas en el aire, en actos de masas, en reuniones entre correligionarios, en disputas deportivas y en discursos interminables y repetitivos. ¿“Gobernar escuchando al pueblo”? El Referendo de 21F y las elecciones judiciales de 2011 y 2017 han sido millones de voces  clamorosas del pueblo que no fueron escuchadas.Hace ya largas lunas que la voz del poder es mucho más dulce e hipnótica que la de la gente de a pie. La sombra de la gigantesca “Casa del Pueblo” se proyecta ominosa sobre personas de carne y hueso que ni tienen una salud digna ni una justicia justa, y que piensan que sería pertinente cambiarle el nombre a tal engendro.El conflicto médico pone en evidencia la realidad del país. 12 años después, nuestra salud ha avanzado muy poco, la infraestructura sigue siendo insuficiente, los ítems no cubren los requerimientos de los pacientes, el equipamiento y los insumos brillan por su ausencia, el presupuesto no es el que se requiere y, lo que es peor, los niveles de corrupción en las estructuras que deben velar por la salud desde el Estado son cada día peores.El sueño comienza a tornarse en pesadilla, en buena medida porque nunca fue verdad que el Estado Plurinacional construiría una nueva sociedad basada en los intereses generales. En la salud, igual que en todos los rubros, lo que manda es el capitalismo insensible, la economía de mercado, la mercantilización y el materialismo.El Gobierno ha disfrazado a golpe de nacionalizaciones la verdad de una economía rabiosamente liberal, en la que lo único que importa es la cantidad y la velocidad con la que se puede lograr el enriquecimiento, premisas que valen también para cuestiones tan importantes como la salud y la educación.Mientras tanto, los gases lacrimógenos y las “cachinas” no sólo  no resuelven ni resolverán nada, sino que retratan el hastío de todos por una situación que está ya en proceso de descomposición.Carlos D. Mesa Gisbert fue presidente constitucional de Bolivia.Fuente: paginasiete.bo