La comuna de los viejos en España: envejecer feliz entre iguales sin incordiar a los hijos

Foto: Vista parcial del huerto y las viviendas de la Cooperativa TrabensolVista parcial del huerto y las viviendas de la Cooperativa Trabensol

Ha llegado a los 70 años, es una orgullosa abuela de ocho nietos, toca el piano y lleva leyendo la “Divina Comedia” desde hace casi un decenio en un grupo de lectura universitario. Admirable. Van por el Purgatorio, duda entre bromas de si la vida le dará para llegar al Paraíso, el capítulo final de la obra de Dante. Isabel Garrigues se mudó a comienzos de año desde un piso de Madrid a una peculiar urbanización de Algete, a 30 kilómetros al norte de la capital.Se trata de un lugar de más de un centenar de apartamentos donde viven personas que han superado los 59 años. Los pisos procuran la privacidad deseada, mientras que la cercanía entre iguales favorece la ruptura con la soledad impuesta muchas veces por la vejez. Lejos del modelo tradicional de residencia de ancianos con olor a amoniaco, el complejo tiene unos interiores diáfanos con grandes vanos que recuerdan a la arquitectura nórdica, el jardín es frondoso a pesar de las temperaturas bajo cero de diciembre, el gimnasio y la piscina brillan por su luminosidad, en el salón de reunión y la biblioteca se respira sosiego, y el río Guadalix corre a su vera para regar con aguas cristalinas el huerto cultivado por los residentes.

El Encinar de Santo Domingo en Algete (Madrid) donde vive Isabel Garrigues
El Encinar de Santo Domingo en Algete (Madrid) donde vive Isabel Garrigues

“Estamos aquí porque nos da la gana, pero tenemos una vida activa y las personas de la tercera edad tenemos mucho que aportar a la sociedad”, dice Isabel Garrigues con una sonrisa de actriz dibujada en su rostro. Ella se mudó a su nuevo hogar por dos razones fundamentales: para vivir entre amigos y no molestar a su familia. “La clave para venir se originó en una gripe fuerte que tuve el año pasado. Mis hijos estaban muy preocupados porque estaba viviendo sola y enferma en Madrid y venían a casa a ayudarme, pero siempre andaban estresados por el trabajo o el cuidado de sus hijos. Mi angustia por ellos era más grande que mi malestar físico”, narra esta exgalerista de arte. Añade: “Aquí, si me pongo mala, me ayudan los amigos que tienen más tiempo y están cerca”.España es el segundo país del mundo con mayor esperanza de vida tras Japón: 83 años. Además, sufre una crisis demográfica que se cristaliza en un crecimiento negativo: en la primera mitad del año hubo 32.000 muertes más que nacimientos. Estos factores y otros de índole socioeconómica y de cambio de mentalidad están propiciando el auge de comunidades de mayores que se juntan para pasar el último tramo de su vida cohabitando entre iguales. Es lo que se conoce en el mundillo como ‘cohousing’, que podría traducirse como convivencia colaborativa, un fenómeno que comenzó en los años setenta en Dinamarca, que se expandió más tarde por países europeos como Alemania, Suiza, que sufre un gran apogeo desde los noventa en Estados Unidos y Canadá, y que en los últimos años está tomando fuerza en España.



Dos modelos: pago por servicio y cooperativa

Los modelos de ‘cohousing’ para gente senior que están prosperando son básicamente dos. Un primer modelo se trata de una organización empresarial que agrupa a un vecindario senior que disfruta de absoluta independencia en sus casas y que se presta a crear vínculos sociales de forma voluntaria y temporal.Ese es el modelo de Algete donde vive Isabel Garrigues y que sólo admite a personas válidas mayores de 59 años. Si la persona necesita asistencia, debe asumir ella el coste de un asistente. Allí los residentes pagan unos servicios a una empresa que les proporciona un apartamento individual o en pareja en una urbanización cerrada y que cuenta con instalaciones comunes para que se relacionen si lo desean, sin compromiso alguno. El promedio de unos 1.100 euros que pagan al mes en El Encinar de Santo Domingo, puesto en marcha en 2007, también les garantiza limpieza semanal, el disfrute de áreas de comunes de ocio y deporte, el mantenimiento general de la vivienda y un servicio de teleasistencia médica en caso de urgencia.“Nosotros ponemos los recursos para que los residentes hagan uso de ellos, con libertad, pero no intervenimos para que no se sientan manipulados”, asegura Angel Cantero, gerente de El Encinar de Santo Domingo. En el mismo complejo, aunque discretamente apartado, hay un geriátrico tradicional propiedad de la misma empresa. Cantero cuenta que el proyecto “está pensado en dos estadios”, el primero es el de ‘cohousing’ para personas mayores aún autónomas, que no es sino el “preámbulo de la residencia tradicional”. Un residente con gracia contó a este diario que el tercer estadio es el tanatorio.El segundo modelo es más clásico en el movimiento del ‘cohousing’ internacional: una cooperativa autogestionada por sus residentes construye un hogar común donde se desarrollan las actividades de la colectividad y a su alrededor se erigen casas individuales. Los principios básicos de convivencia son el apoyo mutuo y la participación activa de sus miembros para mantener el proyecto. Los habitantes de la comuna de mayores compran una participación de la cooperativa con la vocación de que sea su hogar hasta el final de sus días. La toma de decisiones se estructura en torno a la lluvia de ideas colectiva y a mayorías asamblearias.Lo hemos montado para convivir, así que necesitamos gente que se valga por sí misma para construir comunidadEl paradigma de este tipo de convivencia de seniors lo representa la cooperativa Trabensol de la localidad madrileña de Torremocha de Jarama, donde viven 81 personas. Se inauguró en 2013. El proyecto, con un espíritu bioclimático, nació de los movimientos asociativos de los barrios obreros de Vallecas y Moratalaz. Los residentes compran una participación de la cooperativa, de 145.000 euros, y pagan mensualmente 1.000 euros los individuos y 1.200 las parejas, lo que les da derecho a ocupar un apartamento y a disfrutar de todos los servicios comunes (limpieza, lavandería, cáterin para la comida del mediodía, asistencia médica primaria) y de las múltiples de actividades de ocio que están programadas en Trabensol (yoga, huerto, marcha nórdica, meditación, piscina terapéutica, taller de pintura, teatro, etc.).Los nuevos socios deben tener entre 50 y 70 años y han de ser válidos. “Lo hemos montado para convivir, así que necesitamos gente que se valga por sí misma para construir comunidad”, cuenta Paloma Rodríguez, presidenta de Trabensol entre 2012 y 2016.

Clase de yoga en Trabensol. (Carmen Castellón)
Clase de yoga en Trabensol. (Carmen Castellón)

“No ser una carga para los hijos”

Aunque ambos modelos tengan diferencias importantes -el primero más liberal, el segundo más asambleario-, hay dos principios esenciales que emanan de sus estatutos y de las palabras de sus propios residentes: la voluntad de convivir entre iguales en un clima afectivo y de cooperación y el deseo expreso de no incordiar a los hijos. Esto último causa asombro y ternura.En los estatutos de Trabensol se establece como finalidad “no ser una carga para los hijos”. En ese sentido, su primer presidente, Antonio Zugasti, asegura: “No queremos ser abuelos-maleta que van a pasar un mes en la casa de un hijo y otro mes en la de otro. Nosotros hemos sido víctimas de cuidar penosamente de nuestros padres y esto queremos evitárselo a nuestros hijos”.Eduardo Araújo, de 70 años y residente en El Encinar, incide en la misma idea: “Antes era un imperativo tener que cuidar de los padres y esa carga la sufrían sobre todo las mujeres. Nosotros no queremos ser un problema para nuestros hijos”. Araújo, que ocupó, entre otros puestos, la dirección del Instituto Oficial de RTVE, dice ser consciente de que “la gran lacra de los mayores es la soledad”, pero los “hijos no tienen por qué asumir esa carga que les es ajena”.

Antonio Zugasti, expresidente de Trabensol, no quiere ser un abuelo-maleta. (Carmen Castellón)
Antonio Zugasti, expresidente de Trabensol, no quiere ser un abuelo-maleta. (Carmen Castellón)

Alegría de vivir: un ‘txoko’ y la Colección Austral

Isabel Garrigues está feliz de haber llegado a un nuevo hogar lejos de la soledad del piso de Madrid. “Estoy encantada aquí, me conveció mi hermano Ramón”. Ella y su hermano se reúnen varias noches a la semana para cenar con otros tres amigos -Eduardo Araújo, Juan Brea y Joaquín Burkhalter- en lo que ellos llaman el ‘txoko’, un apartamento que alquilan entre todos en la misma urbanización donde viven y que han diseñado para cocinar, disfrutar del buen vino y charlar sobre lo divino y lo humano. Un regate con clase a la soledad. Mitigar el aislamiento en la medida de lo posible.

El grupo del
El grupo del ‘txoko’ posa delante de la Colección Austral. (M.G.R.)

Testigo de las tertulias de este grupo de setentañeros es la Colección Austral de Espasa-Calpe que decora una pared del ‘txoko’, una labor colectiva de adquisición de cientos de volúmenes de libros de bolsillo. “Tenemos una vida al margen del Encinar, pero este modelo nos da toda la libertad necesaria para llevar a cabo esa vida y al mismo tiempo tener la opción de reunirnos los amigos en el ‘txoko’, en torno al huerto que cultivamos o echar una partida a la petanca junto a unos gintonics”, relata Joaquín Burkhalter, exingeniero de Minas.Juan Brea, de 68 años, sigue trabajando en su empresa en un régimen de jubilación activa. Con admirable jovialidad y templanza asegura: “Nosotros, los de este grupo, queremos seguir viviendo con alegría, no vamos a entregarnos a la tristeza de la vejez, no queremos tirar la toalla como hace mucha gente en los geriátricos”. Él cocinó para la ocasión un rape con almejas digno de un restaurante con estrella Michelin.

Cooperación y hedonismo

En Trabensol no tienen ‘txoko’, pero la pasión por una vida activa se siente desde que se cruza el umbral de la puerta de entrada. Es tiempo de decorar las zonas comunes con adornos navideños y en ello se afanan varios residentes entre sonrisas.

Dos residentes de Trabensol decoran un árbol de Navidad. (Carmen Castellón)
Dos residentes de Trabensol decoran un árbol de Navidad. (Carmen Castellón)

El expresidente Antonio Zugasti, de 85 años, tiene claro que la principal fuente de bienestar es “mantener unas relaciones sociales positivas y saludables”.Hay que hacer deporte, moverse, comer bien, jugar y follar, si no te marchitasEl prefijo “co” es la seña de identidad de la cooperativa: convivir, colaborar, coenvejecer… Pero todo ello en una ambiente de disfrute por la vida. “Aquí todos engordamos, hay gente que dice que esto es más que nada un centro de engorde”, cuenta con sorna la expresidente Paloma Rodríguez.Juan Antonio González, 70 años, el profesor de bádminton de Trabensol, concluye: “Hay que hacer deporte, moverse, comer bien, jugar y follar, si no te marchitas”.

Fuente: elconfidencial.com