Yo miento, tú mientes…¡todos mentimos!

Javier MedranoEspecialista en Comunicación EstratégicaMentimos un promedio de hasta 15 veces al día. De acuerdo a estudios de neuropsicología, la mentira es parte esencial de nuestras vidas. Casi se diría que está en nuestro ADN mentir. Mentimos para sobrevivir, para no hacer daño a alguien, para engañar deliberadamente a alguien, para esconder nuestras debilidades, para conquistar a alguien, para ganar una partida, para conquistar un cliente. Mentimos por piedad, por amor, por odio.La gente (nosotros) mentimos y mucho. Y las marcas corporativas no escapan a este escenario. De hecho, las empresas y sus negociadores, según un estudio realizados en 2005, aproximadamente la mitad de los que cierran tratos mienten cuando tienen motivo y oportunidad de hacerlo. Todo sea por el negocio y por ganar esa comisión.El engaño es, en este andar corporativo, uno de los intangibles para los negociadores que deben estar preparados para no ser engañados y, claramente, no engañar a los clientes.La hipercompetitividad de los mercados, ha generado estas distorsiones y las ha exacerbado. Sería una falacia aseverar que en estos tiempos se miente más que antes. La mentira siempre ha existido desde que Eva y Adán negaron haber comido del fruto prohibido.Muchas personas pueden dar por sentado que en este escenario de mentiras diarias, la solución estaría en mejorar la detección de las mismas mediante estratagemas de lectura corporal y psicológica. Pero lamentablemente, esto no es fiable ni garantizado.Un estudio de Harvard Business Review encontró que la gente puede identificar correctamente si alguien miente apenas un 54% de las veces. Un porcentaje bastante complejo si queremos salir bien parados de un negocio y no sentirnos engañados.Incluso el polígrafo, dice el estudio, estaría plagado de problemas en sus conclusiones alrededor de un tercio del tiempo.Los humanos, de acuerdo a psicólogos y estudios sociológicos, somos particularmente ineptos a la hora de reconocer mentiras y más si estas están cubiertas de halagos: la promesa de su jefe de que recibirá un ascenso cualquier día de estos, la garantía de su proveedor de que su pedido representa su máxima prioridad. Estamos destinados a aceptar de buena manera información falsa, mentirosa y nos sujetamos de esa mentira, creyendo que es o será verdadera.Aceptamos y consentimos las mentiras piadosas por evitar un dolor a un tercero, al igual que las mentiras de cortesía y ni qué decir de las mentiritas o mentirijillas.¿Pero entonces qué nos queda cuando estamos en una mesa de negociación o en una relación interpersonal y no queremos que nos hagan pisar el palito y peor aún frente a nuestra laxitud frente a la mentira?Dicen los expertos que fomentar la reciprocidad de información ayuda a conocer mejor a la contraparte y de esa manera, transparentar, en alguna medida el intercambio de conocimiento. Asimismo, contar con un buen arsenal de preguntas que generen contradicciones o desnuden irregularidades y finalmente, dejar de lado la obsesión de los temas. Sólo cuando una persona hace hincapié en un tema una y otra vez, deja en evidencia una actitud reñida con la verdad.Mentir es fácil. Un niño empieza a mentir conscientemente desde sus cinco años en promedio. Generamos una cultura de la mentira Para el filósofo alemán Immanuel Kant, la mentira ofende a toda la humanidad, porque convierte algo lícito en algo ilícito.Entonces, amable lector, antes de contestar al jefe a o un supervisor si mando o no el informe, evite mentir y si usted llegará tarde a su casa, es mejor decir la verdad del porqué del atraso a la persona amada. Porque tarde o temprano, las mentiras se pillan y se pagan caro. Al igual que en los negocios.Javier MedranoEspecialista en Comunicación Estratégica