Descorazonada, pero aún en pie

Maggy TalaveraTodavía recuerdo la alegría con la que abracé el periodismo, mi vocación descubierta en los dos últimos años de secundaria. Recuerdo también el entusiasmo con el que inicié y culminé mis estudios universitarios. Un entusiasmo que fue creciendo a medida que iba acumulando años de ejercicio como periodista, y al que nada ni nadie lograba amilanar o aniquilar. Ni los obstáculos encontrados en el camino recorrido en diferentes medios, ni los dilemas a los que tuve que hacer frente en lo personal y familiar. Mi ser periodista era tan poderoso, que obraba milagros en cada una de tantas encrucijadas.Muchos preguntarán por qué estoy hablando en pasado, ¿acaso decidí renunciar al oficio? No, no he renunciado. La voz en pasado no es porque ha muerto el periodismo que llevo dentro, sino por la caída del entusiasmo con el que lo abracé desde el inicio y durante tanto tiempo. Una caída provocada por una serie de acontecimientos que tienen que ver con coyunturas marcadas por una crisis de valores que va en aumento y también por una especie de tsunami íntimo que me ha ensimismado a extremos insospechados para mí. Dos factores decisivos en mi descorazonamiento, aunque aún insuficientes para matar de una vez ese ser que me poseyó hace más de tres décadas.Por eso digo descorazonada, pero aún en pie. Mi tozudez, por fortuna, todavía puede más que esas dos nuevas amenazas. Alguien me ha dicho que no es tozudez, sino convicción. Sea tozudez o convicción, o ambas a la vez, lo cierto es que estoy transformando todo ese desaliento en abono para reflexiones urgentes sobre cómo seguir siendo periodista, sin el riesgo de morir en el intento; y cómo seguir haciendo periodismo, sin caer en atajos que lo desvirtúan o en trampas que lo corrompen. Un par de preocupaciones compartidas con otros seres que, al igual que el mío, aman y abrazan el periodismo, seguros del valor que contiene y del rol imprescindible a cumplir en este nuevo siglo.Sentí con más fuerza esa urgencia el pasado jueves, luego de leer algunas declaraciones de dirigentes del gremio, hechas a propósito del Día del Periodista, que celebramos cada 10 de mayo en Bolivia. Declaraciones hechas al calor de una coyuntura que parece estar confundiendo la esencia del periodismo, con urgencias económicas o intereses políticos. Muchas de ellas trasluciendo cierta y curiosa ingenuidad, como la de ‘reflexionar’ al Gobierno para que dé mejor trato a la prensa, le facilite acceso a la información y la libere de la asfixia económica. Llegué a leer esto: “El Gobierno tiene que conquistar espacios en otros medios de comunicación que seguramente considera opositores, pero al dar publicidad a estos medios se conquista un espacio y se lleva una relación más cordial”.Digo yo, como para profundizar el descorazonamiento de cualquiera… vamos mal si aún creemos que el periodismo depende de los favores de los gobiernos de turno. En primer lugar, porque no hay que ‘reflexionarles’ ni pedirles a estos que ‘por favor’ nos permitan acceder a la información, nos traten mejor o nos den oxígeno económico. El acceso libre a la información es un derecho, no un favor. El trato digno, una conquista. Y la solvencia o equilibrio económico, hoy más que nunca nuestro talón de Aquiles, una meta difícil que no debe depender de la benevolencia o favor de ningún poder. Esta última, sin duda una de las preocupaciones que, junto a la de la ética periodística, más demanda ahora nuestra atención y urgente reflexión a fondo.Confieso que es precisamente esta dupla, solvencia económica y ética, la que me quita el sueño y el entusiasmo como periodista. Me descorazona ver cómo se rifa la ética ante las asfixias económicas. En resumen, cómo se mata al periodismo con el pretexto o urgencia de cubrir las cuentas. Por eso creo que es el tema que urge encarar. Ya hay experiencias interesantes en otras partes del mundo, como el MediaPart, en París, o The Texas Tribune, en Texas, que prueban cómo es posible ser periodista y hacer periodismo sin morir en el intento, y sin vender el alma al diablo. El primero, con el apoyo fundamental de 140.000 suscriptores; y el segundo, con el de fundaciones, patrocinios y cientos de personas que aportaron, solo en 2016, nada menos que 6,8 millones de dólares.Dos ejemplos que casi me descorazonaron más de lo que ya estaba antes de conocerlas, porque no pude evitar el contraste con lo que ocurre en Bolivia, donde la mayoría resiste el buen pago por servicios informativos, pero reclama más y mejor información.Fuente: www.eldeber.com.bo