Madre así es, así fue…

Escritores,  músicos, artistas, poetas se atreven a narrar la relación con sus madres y a compartirnos sus recuerdos que los mueve entre la adoración y la nostalgia.Modelos de sensibilidad, orden, ternura, afectos son el hilo conductor de este segmento en el que agradecemos las letras que nos regalan con tanto desprendimiento Agustín Fernández, Edmundo Paz Soldán, Homero Carvahlo, Monseñor Tito Solari, Norah Zapata -Prill, Carmen Beatriz Ruiz Parada y Crista Weise.NORAH ZAPATA-PRILL: “CUÁNTO NOS PERDONAMOS” El domingo 13 de mayo, Día de la Mamma en Italia, me encontré con el tremendo y emotivo poema “Súplica a mi madre” de Paolo Pasolini: Eres insustituible /  Es por eso que está condenada a la soledad la vida que me has dado/. Naturalmente, pensé en la mía con violenta nostalgia y amor. Al escribir hoy para Los Tiempos, lo hago sabiendo que estas líneas serán pobres para expresar cuánto la amé de niña, cuánto la detesté de adolescente, cuánto nos comprendimos y perdonamos después hacia mis 26 años con frases nutridas ya por nuestras múltiples separaciones y experiencias personales.Margarita Parrilla Camacho nació un 25 de octubre del 1905 en Punata/Cochabamba y murió a los 83 años en La Paz donde emigramos después de le Reforma Agraria del 52, ya sin hacienda ni riquezas. Sólo unos rasgos para presentarla:Hablaba un perfecto castellano. Severa, trabajadora, de pocas palabras, la única que no tenía los ojos azules de sus cuatro hermanos ni de su madre doña Dolores. Tocaba la mandolina. Montaba su caballo con pasión. De poco reír. Sollozos ahogados por una especie de pudor o de orgullo. No se casó.Cuando decidí mi viaje a Suiza me dijo que no me fuera, que no la vería morir. Y así fue. En mi poema Emigrante hablo de ese dolor: Partir con la sonrisa rota de una madre / Vestir el silencio / Sentir la vida saliéndose del cuerpo cuando a lo lejos un pañuelo transpira.En Diálogo en el acuario, otro poema mío, digo: Te extiendo las manos como si fueras un pulpo huérfano / En el fondo más desnudo del sollozo/…Comprendo / Madre / ese ser al borde del camino / Inmensidad / Arena.En esa complexidad relacional de posesividad y de don hay sufrimiento. De esta exigencia de la perfección inhumana nació nuestra culpabilidad, nuestra flagelación. Ella me dio a luz para que a mi vez me vuelva yo a parir, a darme a luz. ¡Gracias, mamá!CRISTA WEISE: “CON AMOR, A JULIA VARGAS- WEISE”



CRISTA WEISE: “CON AMOR, A JULIA VARGAS- WEISE”
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Reconozco en mi vida muchos eventos importantes, pero hay dos que marcaron para mí, un antes y un después. Dos eventos que desdibujan la realidad tal como la conocía y que me obligaron a resituarme ajustando mis percepciones sobre un mundo que, definitivamente, deja de ser como hasta entonces: cuando nacieron mis hijas y, recientemente, cuando murió mi madre.Hablar de mi madre,  en el día de la madre, me remite pues inevitablemente a ambos momentos, la emoción del primero y el profundo dolor del segundo; sin embargo, reconozco como común, la sensación de enorme desconcierto.El ser madre yo misma, me situó a su lado de una manera distinta, comprendí el lugar desde el que ella, como seguramente todas las madres, nos construimos, dudamos, tememos, nos equivocamos y amamos. También reconocí ese espacio incómodo desde el que, la maternidad en nuestras sociedades, se convierte en lugar de dominación y control. Fueron muchas las batallas que ella tuvo que librar para decir su palabra. Para ser mujer, decidiendo el destino de su propia vida. Para ser persona, transgrediendo convenciones y preconceptos. Sembró así, tal vez a un alto costo, la semilla de la perseverancia, la dignidad y la libertad personal en las nietas y nietos que le sucedieron y que le ofrecieron todo su amor, para acompañarla en el último de sus muchos viajes, el día de su partida.Me cuesta pues, hablar de Julia y de mi madre, porque son, pero no siempre fueron la misma. Contaré algunas pocas cosas sobre ella –Julia, Julishka, Yuli, Ma, Mamu,  Abu– que la explican.Mi madre fue hija de inmigrantes judíos, que huyendo de la muerte llegaron a Bolivia, un país absolutamente desconocido para ellos, que hicieron suyo.Mi madre nació ya en tierras bolivianas, marcando el sello de esa identidad híbrida que hoy en día, casi a todos nos caracteriza. Pasó sus primeros años en las minas de La Chojlla, que cobijaban sus más lejanos recuerdos de infancia,  montando, siendo apenas una niña, un burro por los senderos pedregosos de las laderas. Vivió en La Paz de pequeña, en una casa en la calle Hermanos Manchego. Paseamos juntas delante esos portales muchas veces mientras relataba su recorrido hasta la plaza Abaroa, donde –riéndose, me contaba– solía romper sus calzones resbalando por el soporte de aquel monumento. Le duraba el gozo de una niña que se definía a sí misma como alegre y tímida. Saltaba por los tejados de su casa materna en la calle Lanza en Cochabamba, inventando aventuras de piratas y me la imagino en blanco y negro (los recuerdos de esos tiempos no eran a colores) subiendo camino al colegio por la Pantaleón Dalence, antes rodeada de ceibos, eucaliptos, lechugas y vertientes de agua, como ella me contaba. Era una adolescente introvertida, cuyo mayor gesto de rebeldía fue cortarse el pelo, que llevó rebelde toda la vida, y quitarse su segundo nombre: Magdalena, que –según ella– la condenaba a un destino de llanto inacabado. Quería ser simplemente Julia y quería ser ingeniero decía, pero no era profesión para chicas, decía su padre. Por una vez, aquel precepto machista fue su golpe de suerte, porque descubrió su vocación y su lenguaje para contarnos con la mirada, cada encuadre de la vida que la interpelaba o la emocionaba.Aceptó el consejo de su padre y marcho con su maleta de ilusiones a Europa. Esa Europa lejana que le cantaba canciones de cuna en húngaro, que le hablaba de música y libros, de escuelas, maestros y orillas de un río, y que le susurraba también, los dolores más oscuros de su madre, quién dejó atrás –para nunca más volver a ver– a sus propios padres asesinados en un campo de concentración.Allí, se formó en la Escuela de Fotografía de Vevey. Nos relataba sobre su pequeño cuarto de estudiante y la paga extra necesaria para ducharse más de una vez por semana, de los mellizos de Venecia, de su experiencia cosechando cerezas, de aquel cisne en el lago, objeto de su asombro y de una de sus primeras fotografías.Ya de regreso, se casó, como tocaba entonces y por amor a los 23 años. Nació mi hermana Verónica, quien como ella decía, le dio el título de Madre, luego mi hermano Eduardo y yo.Lo de soltarse la corta melena es algo que le quedó por siempre y al contrario de Sansón, parece que le dio una fuerza creciente. Como buena joven de los años 60, fue una madre moderna. Promoción de actividades creativas (y naturales por supuesto), lámparas de latas de aceite, adornos navideños con mostacillas y semillas, galletas, yogur teñido de colores, muñequitas de papel, barquitos de plátano con miel. Y, claro,  la esperada historia de cada noche, cuyo final, sin duda, fue su primer gran desafío como guionista. Asesinar al protagonista, para acabar con el cuento, no era opción. Inventó el buzón de mensajes para “canalizar los sentimientos”, el “mapa de las emociones”, el primer corto familiar, le gustaba el yoga y el baile.Pero a esa vida de madre, le siguieron muchas otras vidas al impulso imparable de las ideas que la enamoraban y comprometían, de donde también nacían proyectos.Así, mi vida con ella también fue el cuarto oscuro, no el de los castigos, el de los descubrimientos cuando revelaba una foto, la luz roja, el tic tac batiendo el bote del revelado, las cubetas, las largas esperas mientras cazaba una imagen, los viajes interminables buscándola con la mirada en el risco, la altura, o el ángulo más extraño.Podría contar muchas cosas más de su historia, que es la mía, del ser madre, ser profesional, ser mujer, ser boliviana, ser una mezcla de sentidos e identidades que no caben en estas 1000 palabras.  Las confrontaciones de adolescencia, las complicidades de juventud y especialmente las conversaciones adultas sobre la vida, sobre nuestros dolores, sobre pérdidas y logros, sobre lo dulce de las pequeñas alegrías, como dos hermanas de la vida al amparo de un café.Sí, mi madre no fue mi santa madre, ni perfecta y probablemente ni siquiera abnegada, como en realidad somos la mayoría de madres. Mi madre fue una mujer hermosa, completa, imperfecta, real, auténtica que no abdicó hasta el último minuto el derecho a vivir su vida plenamente.Es cierto que lo que me causa tanto desconcierto, es que no conocía hasta ahora el mundo sin ella. Pero también sé que es un poquito mejor después de ella. Esto es lo que le agradeceré por siempre.MONSEÑOR TITO SOLARI: “A MAMÁ DORINA” 

Monseñor Tito Solari:“A mamá dorina”
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 Pocas horas antes de su muerte, mis hermanas bajaron a mamá de la cama y la pusieron sobre un sillón para moverla un poco y para arreglarle bien la cama. Ya veía poco. Cuando yo me acerqué para acompañarla, mamá preguntó a mi hermana mayor, que estaba agachada a su lado: “Quién es?” Y mi hermana en un tono muy afectuoso respondió: “¡Tú preferido!”  Mi mamá que sin embargo nos quería mucho, muchísimo, a todos, hizo una linda sonrisa. Fue su última sonrisa.Decir de mi madre en pocas líneas me parece reductivo, con todo agradezco y aprovecho esta preciosa oportunidad para hablar de ella.Vivió 98 años, pasó por dos guerras mundiales. En la segunda sufrió momentos de terror increíble. Un día le dispararon y ella estaba encinta. La criatura nació con el celebro paralizado y así vivió nueve años, con continuos ataques de nervios. Mamá nos enseñó a amar y a asistir a nuestra hermanita. Fue una verdadera escuela de vida.  En la vigilia de Navidad de 1944 todo el pueblo fue sometido a una amenaza de muerte. Luego fueron escogidos 33 varones para ser fusilados.  Entre ellos papá. En esa hora de espera de la noticia fatal, mamá no se descompuso. Oraba  y nos miraba en silencio entre lágrimas. La Virgen vino en nuestra ayuda y nos devolvió al papá.Tuvo nueve hijos, vivimos siete. Decía que nunca se sintió tan feliz como cuando éramos chicos. Ella gozaba de los niños y de las flores. ¡Eran su pasión! Dedicó toda su vida a nosotros y a sus 13 nietos y ocho bisnietos.Gozaba de una salud muy buena; sin embargo, luego de dar a luz a mis hermanas gemelas sufrió dos embolias y un infarto, que la llevó casi a la tumba. Desde entonces, su salud quedó muy debilitada. Con todo, a los 68 años, se arriesgó a venir con papá a Bolivia.Desde entonces amó esta tierra como su tierra “prometida”. Y después de la muerte de papá, vino a vivir conmigo y la “Tía Egle”, su hermana menor,  que ya me acompañaba desde varios años.Bolivia fue su segunda vida. La cardióloga que le controlaba el corazón, un día me dijo: “Monseñor, usted no se imagina cuánto ha mejorado el corazón de su madre!”En Santa Cruz vivían con nosotros los enfermos de tuberculosis que estaban sin  familia o eran demasiado pobres. Era conmovedor ver el cariño que les brindaba mamá sobre todo cuando sufrían alguna crisis o hemorragia. Con ellos compartíamos la mesa, el rosario y los quehaceres de la casa. Ella era la mamá de todos.Su rostro se iluminaba cando veía a un niño. Se le acercaba, le quitaba la ropa que le hacía sudar, lo acariciaba, lo hacía sonreír… y no le faltaba palabras para animar a las mamás.Así como atendía a los pobres, era capaz también de acoger a personas importantes con toda sencillez y libertad.Mamá tenía un temperamento fuerte, que, sin embargo, se empeñó a amoldar  a lo largo de toda la vida. Se confesaba de perder la paciencia con nosotros y repetía constantemente: “¡Santa paciencia!”Amó a papá sin medida. Ella era muy religiosa y papá un conocido anticlerical. Sin embargo nunca los escuché faltarse de respeto sobre este tema. Papá se dedicaba a la industria y no le faltaban problemas y preocupaciones. Ella llevaba en su corazón las preocupaciones y tensiones de papá en silencio y orando y se dedicaba al hogar. Se entregó a nosotros, sus hijos, con todas sus fuerzas. Era muy exigente, no permitía caprichos. No concebía que estuviésemos sin hacer nada. A todos nos daba tareas. Pero teníamos que hacerlas bien. “Mejor”, nos decía, “no hacer la cosas, que hacerlas mal o de mala gana”. Rezaba mucho por nosotros, sobre todo cuando uno de nosotros parecía tomar un camino torcido.Tuvo compasión por los pobres y no los dejaba irse con las manos vacías. Después de la guerra, en los años de hambre, cada día se ponía en la puerta de la casa con una bolsa o de harina o de frijoles o de maíz o no sé qué, para dárselo a los pobres.Quisiera terminar recordando algunos momentos especiales de nuestro hogar.Cuando papá volvía del trabajo, a veces a tardas horas de la noche, se acercaba a mamá, la besaba y la apretaba fuerte, fuerte, y mamá gritaba ¡ayuda! a nosotros niños, que reíamos felices.Un domingo, en la mesa, papá nos miraba complacido y dijo a mamá: “Dorina ¡Mira qué lindos hijos tenemos!”, y ella respondió con una linda sonrisa. Luego papá continuó diciendo: “¿De quién será el mérito?” “¡Mío, pues!”, contestó inmediatamente mamá, toda feliz.Recuerdo el nacimiento de mi hermano Dino. Mamá estaba  distribuyendo la sopa con la copera. A un cierto punto se paró, no podía más, y dijo a mi hermana mayor: “Claudia, ¡continúa tú!”, y se retiró. Era su hora. Esa noche papá vino a despertarnos para que pasáramos al cuarto de mamá a conocer el regalo que nos hacía de un hermanito más.Desearía continuar, pero no tengo espacio. Les dejo imaginar lo que probó mi madre el día de mi ordenación sacerdotal y de mi consagración episcopal.Sus últimos años, los dedicó a la oración y a la acción de gracias al Señor y a la Virgen. Verdad que sufrió mucho, pero sus gozos fueron indecibles.Cuando ya no podía más sola, el Señor la rodeó de las atenciones de sus hijas. Y los siete hijos pudimos acompañarla los últimos días de su vida.¡Gracias, mamá! El cielo es para ti. ¡Espéranos!EDMUNDO PAZ SOLDÁN: “FUE UNA FUENTE DE ESTABILIDAD” 

Edmundo Paz Soldán: “Fue una fuente de estabilidad”
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 Durante mi infancia y adolescencia mi familia vivió diversas complicaciones –una hiperinflación que batía records, las turbulencias políticas de los golpes de estado, desavenencias conyugales–; sin embargo, mis padres hicieron todo para que mis hermanos y yo tuviéramos una vida relativamente normal. Mi mamá, Lucy, era una fuente de estabilidad, sabía mezclar las prohibiciones con los permisos, conectaba el amor con las enseñanzas prácticas, y tenía una fe casi ciega en nosotros. Si le decía que quería ser astronauta o futbolista –lo hice–, me apoyaba, aunque luego buscara razones de peso para disuadirme. Lo concreto era que sabía que ella estaba ahí para animarme cuando me caía; nunca es fácil recibir críticas, pero con ella cerca podía sentir que eso se superaba. También aprendí que no era suficiente lo que se me había dado; debía trabajar, y mucho. Mamá trabajaba desde la madrugada, y no sólo llevaba la casa, sino que luego se reinventó haciéndose cargo de una agencia de publicidad y de un suplemento periodístico de comida. En esos tiempos no era fácil para una mujer hacerse de un espacio en la esfera pública cochabambina; había que crearlo, derribando muros. Ella lo hizo, y me enseñó que uno no debe conformarse cuando le dicen que hay ciertas cosas que no se pueden hacer. Primero, por supuesto, hay que creer en uno mismo, en nuestro proyecto, por más alocado que sea. Mamá era, digamos, el arma secreta que me llevó a enfrentar los desafíos con convicción, y por eso, hoy y siempre, la celebro en su día.CARMEN BEATRIZ RUIZ: “ALGO SE ME FUE CONTIGO” 

Carmen Beatriz Ruiz: “algo se me fue contigo”
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 A veces, mi madre espía el mundo desde algún lugar de mi memoria. Y sorprendiéndome me hace decir o hacer algo como si fuera ella. Es su forma de tocar a la puerta que tardé tanto en abrir.Durante años evité enfrentar su ausencia/presencia, pero la memoria me hace trampas a través de sus gestos que se sobreponen a los míos. Un dolor que nunca pude acallar me obliga a pensar en ella. Como la memoria y el olvido guardan la misma relación que la vida y la muerte, reconstruir los recuerdos de mi madre me permiten construirme a mí misma.Nunca pensé expresamente si era la madre que yo quería o la que yo hubiera elegido. Sólo estaba ahí allí porque una sorda y larga cadena consanguínea me la legó o me entregó a ella. Cuando me miro al espejo no son sus rasgos los que veo, nada nos relaciona. Mi madre era más carne que huesos, rosada y blanca hasta parecer traslúcida y contaba con unos ojos pequeños e inquisidores con un halo de tristeza que jamás habría de abandonarla.Por esa extraña relación de identidad y diferenciación con la que hijas y madres nos enfrentamos ahondé nuestras diferencias y el rechazo se convirtió en vitalidad para construirme distinta. Y, sin embargo, ella logra dar vuelta a la hoja y se asoma desde una frase, un sueño o un gesto. Entonces, mi propio cuerpo es código y lenguaje, que ambas usamos para comunicarnos. Más de treinta años después de su muerte comienzo a descubrir sus señales en mí. Son signos sobre el modo de ver las cosas y comprenderlas, que yo no podría usar si, de manera secreta, silenciosa y tenaz, ella no me los hubiera legado.AGUSTÍN FERNÁNDEZ: “ALIENTO Y CANCIONES”

Agustín Fernández: “aliento y canciones”
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Mi madre enfrentó circunstancias difíciles y tuvo que trabajar duro para mantener a la familia. Vino de Argentina tras casarse con mi padre en los años cincuenta y una vez en Bolivia las cosas cambiaron mucho en el país. Trabajó en colegios, en Los Tiempos y en el Consulado Argentino. Dos de estos trabajos los tuvo al mismo tiempo.Además de trabajar tanto, siempre mantuvo la casa en orden haciendo casi la totalidad de las labores domésticas. Han tenido que pasar muchos años para que yo llegara a apreciar la magnitud de su sacrificio. El reto logístico de combinar lo laboral con lo doméstico y, además, con ser madre de cinco hijos me parece ahora gigantesco.Pese a todo eso, el recuerdo prevalente de mi vida con ella es el de una madre cariñosa, propensa al buen humor, amiga de las bromas, interesada en la música y consciente de la importancia de la cultura. Ella alentó mis aficiones musicales y fue su idea que yo me postulara para admisión al Instituto Laredo.Solía cantar, mientras trabajaba en la casa o acompañándose con la guitarra. Sus zambas, tangos y otras canciones se nos han grabado a sus hijos indeleblemente. En su juventud, había tocado el piano, pero en la casa nunca hubo piano así que rara vez la oímos tocar.Mi tiempo con ella fue corto, porque dejé Cochabamba en pos de la música antes de cumplir los 16. Pero tengo la suerte de poder volver a la Llajta y verla. Aunque físicamente debilitada a sus 86 años, está perfectamente lúcida.HOMERO CARVALHO: “ESCRIBE HIJO, ESCRIBE”

Homero Carvalho: “escribe hijo, escribe”
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 M i escritura lleva la marca indeleble de mi madre, así como de mi padre aprendí el lenguaje de los libros, de las enciclopedias y de los mapas; de mi madre, Janola Oliva Mercado, aprendí el lenguaje de la naturaleza, ella me enseñó a escuchar al viento deslizarse entre las hojas de los árboles, el olor a petricor de la lluvia al caer sobre la tierra seca, las figuras de las nubes en el cielo, el canto de las aves tempraneras y de los bichos nocturnos, en fin…El amor de mi madre es como las olas del mar que nunca dejan de bañar la arena. Ella también vive en Santa Cruz de la Sierra, sin embargo, no la visito como quisiera hacerlo y eso es algo que me angustia y quisiera compensarlo. Respecto a mi oficio de escritor tengo un sueño recurrente: Estaba sentado sobre las faldas de mi madre, en el patio de nuestra casa en Santa Ana del Yacuma, bajo la sombra de unas palmeras y de unos árboles de sinini y tamarindo; acurrucado en su regazo la miré a los ojos y le pedí que cuando yo fuera grande, me hiciera recuerdo de lo que quería ser de niño. Ella, rodeada de nubes tempraneras, arrancó la espina de un totaí, la mojó en un pequeño charco, tomó una hoja de un árbol, me las entregó sonriendo y me dijo: escribe, hijo mío, escribe. Desde entonces no he dejado de escribir y mi destino es el de mis palabras, las palabras con las que arrullaba mi madre. A veces, extraño tanto sus mimos que yo mismo me canto las canciones de cuna que ella me cantaba.

Fuente: lostiempos.com