Para Bolivia, la música clásica del siglo XVII ya es una tradición propia

Un legado de los misioneros jesuitas en el país.

Urubichá, Bolivia, un pueblo de 8 mil habitantes, tiene una escuela de música con 500 alumnos, casi todos los niños del lugar (Lena Mucha para The New York Times).



 

Por Nicholas Casey

CONCEPCIÓN, Bolivia — La envejecida partitura no era fácil de leer. Era la copia de una copia de una misa en latín del compositor del siglo XVIII Domenico Zipoli, que había cruzado el Atlántico y la mayor parte de Sudamérica, sólo para ser metida en una caja durante tres siglos, en una iglesia en ruinas, en una selva donde la humedad había hecho estragos.

 

Durante siglos, los pobladores en Urubichá han tallado violines con un cedro local que puede resistir el calor tropical (Lena Mucha para The New York Times).

 

Aunque gran parte de la obra de Zipoli ha desaparecido en su Europa natal, ha logrado sobrevivir en la parte oriental de Bolivia —junto con su extensa tradición musical barroca. Aquí se pueden encontrar clavecines y laúdes en los poblados más pequeños. Desde hace siglos, los luthieres han tallado violines en cedro local.

Y los acervos de antiguos manuscritos, redescubiertos de forma más reciente en los archivos de iglesias, han resucitado una vez más a Zipoli y a otros compositores de la época cuya música es tocada en escuelas y en la radio.

“Lo barroco es nuestra tradición”, dijo Juan Vaca, un archivista en Concepción, mientras hojeaba las desvencijadas páginas de la Misa Zipoli, con un par de guantes y una vara pequeña.

Los misioneros jesuitas dejaron una cápsula del tiempo musical.

La partitura es un legado de los misioneros jesuitas que dejaron una cápsula del tiempo musical en Bolivia. Para el siglo XVIII, partes de lo que ahora es Paraguay, el este de Bolivia y el sur de Brasil eran selvas inmensas de pueblos indígenas seminómadas y los comerciantes de esclavos que los perseguían. Los imperios español y portugués rodeaban las selvas.

Los jesuitas tenían el doble objetivo de convertir a las tribus indígenas y protegerlas de la esclavitud. Mientras llevaban adelante este proceso, formaron un Estado dentro de un Estado, gobernado por sacerdotes y jefes tribales.

“Se trataba de construir una sociedad diferente, una especie de utopía con educación, autosustentabilidad y, por supuesto, con música, que era la forma en que los jesuitas evangelizaban”, dijo el reverendo Piotr Nawrot, un sacerdote católico romano de Polonia que vive en Bolivia y participó en la recuperación de algunos manuscritos.

En general, el historial de la Iglesia Católica en el área ha sido mixto; acordó expulsar a grupos indígenas de las misiones que ellos habían construido para resolver una disputa territorial entre España y Portugal. Cuando se negaron a marcharse, algunos de los pueblos indígenas libraron una guerra sangrienta y muchas de las iglesias quedaron en ruinas.

Urubichá es un pueblo agrícola al noroeste de Concepción, al final de un camino sin pavimentar que colinda con un pantano al que sólo se llega tras cruzar 10 puentes. El poblado de 8 mil habitantes tiene una escuela de música donde se imparten clases a 500 estudiantes, casi todos los niños de la localidad. A la hora de la comida, los niños pasean por la plaza principal cargando los estuches de los instrumentos. Hablan guarayo, la lengua nativa.

Ideberto Armoye, un maestro de carpintería, estaba parado en un taller de violas y violines a medio construir fabricados con cedro y caoba locales. Eran las únicas maderas que podían resistir el calor tropical, dijo.

Para demostrar su argumento, sacó un violín de China.

“A este instrumento le pasa cualquier cosa, vean esta enorme grieta”, señaló.

La música tiene admiradores mucho más allá de esta área. Uno de ellos es Ashley Solomon, profesor en el Real Colegio de Música en Londres, que viajó a la ciudad de Santa Cruz en abril para dirigir una orquesta en un festival de música barroca.

“Tomaron esta música y la hicieron propia —es más animada, más positiva”, dijo. “La música eleva el espíritu, en vez de autoflagelarlo”.

Solomon recordó haber dado un concierto hace años en San Javier, al oeste de Concepción.

Cuando su grupo comenzó a tocar “Pastoreta Ychepe Flauta”, un concierto para flauta del siglo XVIII, quedó asombrado al escuchar que la gente que conocía la pieza tarareaba también al ritmo de la música.

“Podríamos tocar ‘Las cuatro estaciones’ de Vivaldi en Londres y nadie nos acompañaría cantando”, dijo Solomon. “Pero en Bolivia la gente tomó la música para sí misma —y llegó a la esencia básica de lo que se trata la música”.

© 2018 The New York Times

 

Fuente: clarin.com