Una chef boliviana sazona en la cocina del presidente francés Emmanuel Macron

Es la única extranjera que integra como practicante el selecto equipo de cocinerosen el palacio presidencial de París. La mujer llegó como indocumentada a la ‘ciudadluz’ y ahora cumple su sueño de codearse con los grandes de la cocina francesa

Berthy Vaca Justiniano



Laura Raquel Cortez Rojas tenía 18 años cuando, en 2006, viajó de Santa Cruz a París a buscar trabajo con el propósito de prosperar y ayudar a sus padres. Sobrevivió haciendo tareas de limpieza y cuidando niños en la incómoda situación de indocumentada hasta que seis años después obtuvo residencia legal y optó por estudiar para chef, camino que insospechadamente la llevó en corto tiempo hasta la cocina del presidente francés, Emmanuel Macron.

Laura integra el equipo de más de 50 chefs que se encarga de aderezar los platos que el mandatario francés y los suyos consumen en el palacio presidencial. Ella trabaja allí temporalmente como practicante, siendo la única persona extranjera del selecto grupo de cocineros que alimentan a Macron y a la ‘Société’ parisina.

El camino del éxito

A Laura, ahora con 30 años, la caracterizan su ambición por superarse y su persistencia, cualidades que ayudaron a lograr sus metas.

Recuerda que en 2012, tras obtener la residencia, se inscribió en una escuela para estudiar el idioma francés mientras trabajaba en otros oficios.

La cocina siempre fue su pasión, por eso el año pasado, en noviembre, solicitó su inscripción en el Lycée Hotelier François Rabelais, un centro de enseñanza de la culinaria francesa en el que, después de vencer un examen sicotécnico, le dieron una plaza y empezó las clases.

Para Cortez, lo más sustancioso han sido los cursos prácticos en los restaurantes por los que ha pasado. Estuvo en uno cerca de la explanada de los Inválidos, donde trabajó con un chef que hablaba español, lo cual facilitó las cosas y aprendió a hacer salsas, filetes de pescado sin dañarlos, puré francés y otras delicias.

Luego de seis semanas allí retornó al colegio a rendir exámenes. En marzo consiguió un cupo en un restaurante de la Torre Eiffel. “Entraba a las 8:00 y salía a las 16:30. Vi pasar miles de turistas, vi muchas pedidas de mano y platos de ensueño. Todos los días tenía una vista de la embajada boliviana, que queda casi al frente de la torre Eiffel; ver esa bandera flamear me decía: ‘¡Mierda!, una boliviana acá arriba’, se me ponía el cuero de gallina”, cuenta Laura.

Gustos de Macron, en secreto

Al retornar al colegio François Rabelais, Laura Raquel se propuso el sueño de poner los pies en la cocina del palacio presidencial; ninguno de sus profesores lo creía posible, pero una vez más su porfía y su suerte la premiaron con una plaza en el espacio gastronómico del gran chef Guillaume Gómez, el jefe de los apergaminados cocineros del presidente Macron.

Comenzó el 18 de abril y aún le queda una semana para seguir aprendiendo. Presenció un par de cócteles de la alta alcurnia y quedó maravillada por los platos impresionantes que se sirvieron y la majestuosidad de la vajilla. “Se sirvieron platos que no se ven en los restaurantes franceses; trufas, carpacho de pescado, salsas exquisitas, etc.”, comentó.

Respecto a los gustos culinarios del presidente Macron, confesó que solo dos personas están al tanto de ello: monsieur Guillaume Gómez y otro chef con muchos años de antigüedad en el palacio.

El secreto se debe a razones de seguridad y porque en una ocasión el expresidente Jacques Chirac reveló sus preferencias gastronómicas, de las que lo hartaron en los lugares donde le tocaba visitar.

En el palacio presidencial hay dos cocinas: una para el personal, que sirve unos 300 platos, y la presidencial, donde los platos son diferentes.

La atención al presidente es única. El sonido de un timbre es señal de que Macron se está sentando para almorzar; el chef jefe alista un mesón con mantel blanco, charolas de plata y vajilla dorada del siglo XVIII de la época de Napoleón.

Una vez que monsieur Gómez adereza el plato y, tras el segundo timbrazo, un garzón vestido con un traje de pingüino y chaleco rojo sube por un pequeño ascensor con el almuerzo del presidente.

“Un día agarré un plato de esos dorados, bien bonito, y un compañero me dice: ‘Laura, no lo vayas a quebrar, ten cuidado cuando los pongas en la mesa, porque si lo rompes seguro que te echan’. ¿Por un plato me van a echar?, pregunté. ‘Sí, porque ese plato es del siglo de Napoleón’, me dijo. Entonces, lo dejé quietecito. Los cocineros agarran esos platos con guantes para no mancharlos”, contó muy emocionada Laura.

 

Fuente: eldeber.com.bo