Populismo y elecciones

Marcelo Ostria Trigo

El cambio de estrategia de la izquierda radical luego de la extinción de la Unión Soviética se caracterizó por el abandono de todo intento de capturar el poder por la fuerza. Estaba probado que en América Latina la guerrilla -luego de la comandada por Castro en Cuba- había fracasado; mientras la vía electoral, hacía posible el éxito -temporal, por cierto- de una nueva versión revolucionaria: la del Socialismo del Siglo XXI ideado por Heinz Dieterich Steffan.

Una característica de esta corriente exitosa en las urnas fue que se aplicó con variantes en los países en los que predominó, pero conservó un propósito común: la eternización en el poder y la permanencia sin término de su caudillo.



Fue en esa época que comenzó la extraordinaria suba de los precios internacionales de las materias primas -entre éstas los hidrocarburos- y Venezuela, como uno de los grandes productores de petróleo en el mundo, tuvo extraordinarios ingresos que le permitieron ayudar a facciones políticas afines, como fue el caso del empresario venezolano-estadounidense, Guido Antonini Wilson, que llegó a Argentina en 2007, con una maleta con dinero, para la campaña presidencial de Cristina Fernández de Kirchner, de parte del gobierno chavista de Venezuela.

Más de una década después y ya terminada la excepcional suba de los precios de las materias primas, se resquebraja el populismo por la corrupción y la ineficiencia. Cayeron los más influyentes: en Argentina, el partido de los Kirchner perdió las elecciones, y en el Brasil el partido de Lula da Silva también se derrumbó con la destitución de su sucesora Dilma Rousseff. Por su parte, el chavismo en Venezuela, que logró mantenerse en el poder, se debate ahora en una espantosa crisis humana y económica (el FMI calcula que en 2019 la inflación de ese país alcanzará el impensable 10 millones por ciento).

Ecuador abandonó el legado populista de Rafael Correa; mientras Daniel Ortega se mantiene como presidente de Nicaragua, reprimiendo salvajemente a su pueblo, y en Bolivia el Movimiento Al Socialismo (MAS) sigue pretendiendo su eterna permanencia en el gobierno; sus dirigentes, desde la llegada al poder, sostuvieron que gobernarían eternamente; y el presidente lo ratificó recientemente: “Hemos llegado al Gobierno no de inquilinos, los movimientos sociales vamos a quedarnos para siempre porque estamos cambiando Bolivia…” (oxigeno.bo10.10.2018).

El MAS confiaba en un fallo favorable de la Corte Internacional de La Haya en la demanda de Bolivia para que Chile se avenga a negociar una salida soberana al mar -que no se dio- para rescatar el perdido apoyo popular a la tercera reelección del Presidente, que se produjo y confirmó con el rechazo a esa pretensión en el referendo del 21 de febrero de 2016.

Ahora hay una constante en la ciudadanía que rechaza el continuismo: luchar con unidad para contar con perspectivas de éxito en las elecciones de 2019. Pero, como es natural, hay diversidad de objetivos entre los diferentes partidos políticos opositores.

Así las cosas, se podrían abrir varios escenarios alternativos:

  1. Que el Presidente Morales no insista en su nueva e ilegal reelección, respetando el referendo del 21 de febrero de 2016.2. Que el Presidente no acepte su retiro como candidato y que enfrente nomás a un opositor. Ya se ha lanzado el expresidente Carlos Mesa,apoyado por el originalmente maoísta Frente de Izquierda Revolucionaria –de escaso peso en la política nacional. No se sabe qué decidirá Mesaen el caso de que el MAS insista en llevar a su líder a la reelección en 2019, desconociendo el resultado del mencionado referendo.
  2. Que en cualquiera de los casos aparezcan otros candidatos opositores, rompiendo la consigna de unidad opositora.
  3. Finalmente, ante la posible imposición de la ilegal candidatura de Evo Morales, que toda la oposición se abstenga para no legalizar una candidatura que violaría la Constitución. Los observadores de esta crucial situación, podrían “alquilar balcones”, pues todo puede suceder…