¿Se está agotando el sistema democrático?

Manfredo Kempff Suárez

Si observamos lo que está sucediendo en América Latina, advertimos que, con excepción de un par de naciones, el resto de los países están dando tremendos tropiezos con el sistema democrático. Resulta que ahora, los mandatarios elegidos por el voto popular, al cabo de medio año de gestión ya están con las encuestas por los suelos, aplazados, y se sorprenden porque habiendo hecho lo que creían necesario la población los rechaza.

Es complicado escudriñar qué es lo que sucede en el sentimiento popular. Pero de algo podemos estar seguros, y es que los ciudadanos no se conforman con poco y no creen en nadie, porque han aprendido mucho. La gente de hoy no es la de hace dos décadas. Votan por el mejor de los males, pero eso es solo para sacarse de encima una obligación moral, no porque confíen en el candidato. Y la influencia de las redes sociales ha dado un vuelco en la opinión, que descubre las posiciones engañosas.



La corrupción, que lo ha invadido todo en América, es un explosivo. Más la corrupción ya es parte del sistema. Fuera de Chile, Uruguay, Colombia y algún otro, todos roban o han heredado latrocinios institucionalizados. La mediocridad de los políticos que se encumbran en el poder es otro de los problemas que padece el actual sistema, porque los oradores de plazuela, que no han estudiado nada, se adueñan injustamente de los palacios presidenciales. Y algunos dicen que no piensan irse de ninguna manera. En Bolivia, por ejemplo, fue un error permitirle a S.E. que construyera la Casa Grande del Pueblo, porque ahora está convencido que es de él, que la ha pagado él, que es propia; y no le entra en el caletre que llegue otro inquilino.

Coincidamos, entonces, en que la democracia, tal como la conocíamos, está en vías de extinción. El populismo vigente no es democrático. O sería una democracia de los ignorantes y de los corruptos. Es lo que los griegos llamaron la “kakistocracia”, que el italiano Bovero la definió como “el gobierno de los peores; estado de degeneración de las relaciones humanas en que la organización gubernativa está controlada y dirigida por gobernantes que ofrecen toda la gama, desde ignorantes y matones electoreros hasta bandas y camarillas sagaces, pero sin escrúpulos”. (Google)

No hablemos de lo que sucede en Venezuela, Nicaragua y Bolivia, porque ya es suficiente. Pero en el caso peruano, donde su crecimiento económico sostenido ha sido tal vez el más grande de América, nos hallamos con cuatro mandatarios presos o enjuiciados y uno que se suicidó. Hay algo que no encaja con los deseos del pueblo. Y si vemos a Brasil, Argentina, Ecuador y la mayoría de las naciones centroamericanas más México, no hay donde arrimarse.

¿Qué hacer? Esa es la cuestión. Educar y educar a la gente para que trabaje y sea honrada, es lo único. Ya nos lo demuestran las naciones europeas y muchas del Asia. Pero educar no es enseñar a leer y escribir, es enseñar a vivir. Y de eso estamos muy lejos. En Bolivia seguimos siendo una nación de analfabetos aunque S.E. anuncie que somos el segundo país con menos analfabetismo en América. Esa es una broma pesada. Seguimos siendo analfabetos porque no entendemos lo que leemos, ni tampoco leemos nada.

¿Y los militares? ¿No serían la solución? ¡Dios nos ampare! Por lo menos en el caso boliviano, la “kakistocracia” también se ha hecho dueña de los cuarteles. ¡Qué comandantes! ¡Cuánta humillación ante el poderoso! Amén de que en Bolivia el régimen les ha quitado su rol de “institución fundamental” y los utiliza para tareas domésticas, no se conoce ningún sector que se destaque porque el MAS ya les ha señalado cuáles son sus límites de los que no deben salirse.

Lo que viene no alegra a nadie, pero, sin embargo, no queda sino dar una gran batalla en octubre, sacando de la Casa Grande del Pueblo a S.E. Y para que él no diga que le quitaron su moderno edificio por envidia, hay que volver a gobernar desde nuestro bonito palacio republicano.