Usted la conocerá, sobre todo, por ‘Lo que el viento se llevó’, pero en Hollywood además de por sus películas, se la recuerda por romper la esclavitud de los actores con los estudios. Hoy cumple 103 años.
Sobre el papel, la vida de esos ídolos sobre la tierra era lo más parecido a un sueño que pudiera imaginar el público castigado por los duros años de la depresión. En realidad, había más oropel que brillo auténtico. “Las estrellas no nacen, se crean” era una máxima comúnmente aceptada entre los estudios, que decidían cómo vestía, dónde vivía e incluso el carácter que un actor debería mostrar en público, mezclando persona y personaje de una forma esquizofrénica. Los actores estaban sujetos por los estudios a contratos estándar de siete años de duración, y eran tratados como una propiedad más de la empresa. Esto implicaba que no tenían apenas poder de decisión sobre qué papeles elegir y cuáles rechazar. El estudio se los asignaba y no se esperaba que diesen su opinión sobre el tema.
El empeño de Havilland por conseguir el papel de Melita le valió su primera nominación al Oscar en 1939 (que acabaría ganando su compañera de reparto Hattie McDaniel, la primera actriz negra en conseguir la estatuilla) y el convencimiento de que si conseguía buenos papeles en buenas películas podría profundizar mucho más en su interpretación. Pero esos papeles escaseaban en la Warner, donde tenían a Olivia encasillada en papeles de ingenua y en tramas exclusivamente amorosas. Dos años después, se produciría un punto de inflexión cuando Olivia vio cómo su hermana Joan la adelantaba por la derecha al conseguir la nominación al Oscar al mismo tiempo que ella. Ganó Joan, por Sospecha. Olivia se resignó pensando que su contrato de siete años estaba a punto de acabar y podría volar libre hacia papeles de más enjundia, pero no contaba con la trampa de las productoras de la época: la suspensión.
A partir de entonces, el negocio se transformó. La figura del agente se volvió más importante porque los actores preferían trabajar por su cuenta y para competir por los papeles que querían necesitaban asesoramiento y ayuda. No fue de Havilland la única responsable del fin del sistema de estudios. Las leyes antimonopolio, el fin de la Segunda Guerra Mundial, el baby boom y un cataclismo llamado televisión harían su parte por acabar con un sistema basado en un poder despótico que, paradójicamente, fue capaz de crear algunas de las mejores películas americanas, pero ella puso la primera piedra.Tras su imagen de dulce inocente, Olivia de Havilland tuvo los arrestos para rescatarse a sí misma y luchar por que los actores tuviesen libertad para construir lo más importante que tenían: sus carreras. Hoy, los ecos de aquel pleito de hace 70 años resuenan todavía en el cine y la música, con casos como el del grupo de Jared Leto, 30 seconds to Mars,contra su discográfica. Ganadora de dos Oscars, encarnación de un puñado de personajes inolvidables, una de las últimas supervivientes de los años dorados de Hollywood, Olivia de Havilland es historia del cine, pero por más motivos de los que pensamos.