Embotellamiento electoral

Manfredo Kempff Suárez

Si no queremos que las pititas se conviertan en cordeles para colgarnos a los de la “derecha” (término risible que abarca a muchos zurdos), es hora de que se empiece a hacer política en serio, y que se acabe el intercambio y trasvase de políticos y candidatos que saltan de un lado a otro, que en este momento tiene despistada a la ciudadanía, con excepción de los masistas que son los únicos que se dicen a sí mismos cholos izquierdistas y saben por quién tienen que votar.

Cuando transcurren las semanas empieza a cundir la inquietud en la “derecha” consciente, y vemos que estamos frente a un embotellamiento de candidatos, peor que en nuestras calles infestadas de vehículos, donde todos se cruzan, no ceden el paso, aturden a bocinazos, y ya están a punto de mentarse la madre. Jeanine Añez, Camacho, Mesa, Tuto, y hasta el pastor Chi, son los actores principales de esa “derecha” sui géneris, sin contar a Samuel Doria Medina, “derechista” también, según el MAS, aunque sea un convencido social-demócrata que no le impide ser un exitoso empresario.



Está de buen tamaño que todos los que estuvieron juntos para echar a Morales del poder, por tramposo y pícaro, ahora estén dispersos y recelosos entre ellos, soportando las insidias internacionales que promueve el fugado Morales, ahora pretendido candidato a senador para burlar a la justicia. Mientras al “ex” continúan dándole crédito en algunos países y organismos, resulta que el atascamiento de “derechistas” está en su auge y se han olvidado del MAS, que va por una ruta menos embrollada.

No se siente todavía un mensaje contundente de los aspirantes, que provoque un remezón o siquiera curiosidad e interés en los electores. Ha llegado la hora de buscar el voto de la enorme clase media, en vez de que el MAS continúe afirmando que ha realizado el mejor gobierno de la historia y que la nacionalización del gas fue una maravilla acabada, cuando sabemos que fue un desastre.

Por ejemplo, es momento de que algún candidato anuncie la concertación para llamar a una Asamblea Constituyente destinada a modificar la pésima Constitución reinante. Ya no se trata de modificar la actual, sino de redactar algo serio, sin huachafería ni demagogia, algo respetable. Todos los aspirantes a gobernar dicen más o menos lo mismo sobre democracia, transparencia, autonomía, narcotráfico, salud, educación y otros temas más, pero no vemos que ninguno se preocupe de cómo se va a administrar Bolivia en las próximas décadas; esta República transformada en Estado Plurinacional, que padece de una de las constituciones más forzadas, confusas y mal escritas que se pueda imaginar.

Además de la correcta administración de la República, es hora de que por lo menos los políticos se preocupen de dejar en claro cuál será el período del mandato presidencial para que no vuelvan a suceder tentaciones bastardas como la de Morales; si habrá reelección consecutiva o si la gestión de gobierno será solo por cinco años y el mandatario no volverá más por el Palacio Quemado. ¿Qué es eso de que aparezcan interpretaciones que llegan de convenciones como la del Pacto de San José o que un Tribunal Constitucional de malandrines, puestos a dedo, puedan decidir si la letra de la Constitución el válida o no? Y a propósito de justicia, ¿no hemos repetido hasta el cansancio el absurdo, vigente hoy, de que a los magistrados se los elija mediante sufragio universal? ¿Dónde más se ha visto semejante aberración?

En 1967 los parlamentarios trabajaron arduamente y elaboraron la Carta Magna de ese año, que, con modificaciones, duró más de cuatro décadas. Por supuesto que existía un Congreso notable que no ha sido superado, sin analfabetos arreados desde los montes. Si nos anuncia alguien que existe el propósito de hacer trabajar a los parlamentarios, fiscalizando la administración en las mañanas y legislando en las tardes, hasta lograr una nueva Constitución, como en 1967, ya podría acabarse con el atascamiento de las candidaturas. Recién aparecería un camino certero que la “derecha” necesita para embarcarse a fondo y ganar en la carrera hacia las urnas.