Gracias doctor…

 

Volvía a mi choza desde la zona de Valle Sánchez y ya me dolían las tabas de pedalear. Llegué a la manzana Uno y decidí descansar un ratito.



Elena se acomodó junto a la estatua de doña Gladys y yo me acosté como borracho yesca más allá,  pensando en el maldito virus y la tristeza que causa.

Luego me dormí gorra y todo, solo para tener el sueño más raro de mi vida.

En este sueño, la Plaza, era diferente y en el atrio de la Catedral había varias personas, todos elegantes.

… Entonces los vi.

Raúl Otero Reiche, El Camba Florencio, Elfy Albrecht, Vidal Sosa, El Chuto de Porongo, Melchor Pinto, Gladys Moreno y Roly Aguilera.

Todos sonreían mientras conversaban.

En un momento dado, El Camba Florencio se apartó del grupo para comprarle un cortadito a Marcelino y entonces me acerqué a preguntarle que era todo aquello.

– Hola Escribidor, ¿Cómo está? ¿Cómo andan las cosas por aquí? -me dijo Don Florencio.

Y entonces, entre otras cosas, le conté que del Día de la Bandera Cruceña nadie se acordó de ella y que algunos resentidos con la vida quieren elecciones sí o sí.

El Camba meneó la cabeza tristemente.

– ¿Y ustedes?, ¿qué hacen por aquí? -le pregunté.

Florencio se rascó la barba y mirando hacia La Pascana respondió.
– Ah, vinimos a recibir a un amigo, vamos a acompañarlo a casa. -respondió taciturno.

También me dijo que ese amigo era de esos raros que piensan más en los demás que en ellos mismos.

– No pensó en él y solo por cumplir con el trabajo – me comentó triste.

Iba a preguntarle más por esa persona cuando se abrió la puerta de la iglesia y salió aquel hombre. Ahí nomaj se escucharon los aplausos y gritos de alegría.

– ¡Héroe!
– ¡Felicidades, misión cumplida!

– ¡Ya llegó!, ahora muchos dirán que era bueno, cuando ya es tarde. -dijo Florencio; luego se fue con sus amigos.

… Todos celebraban al recién llegado; él sonreía amable. Luego, todos caminaron hacia la René Moreno.

– ¿Quién será el señor que salió de la iglesia? ¿A él esperaban no?  -le dije a Marcelino.

– ¡No puej Escribidor!

– ¿No me diga que no conoce al doctor Urenda?

Quedé frío.

Corrí a la esquina para verlo de cerca, pero ya todos habían desaparecido. En eso escuché un grito.

Eran los gendarmes de la alcaldía, un gordo y una señora con recorte de hombre.
– Fuera de aquí vago, ¡a dormir a su casa!  -me gritó la cara e lesbi.

– ¡Soy escritor, vendo mis libros, estaba cansado!

– Quise explicar pero no pude seguir hablando, otro quita canasto ya subía mi bici Elena al camión de los gendarmes.

Apenas se la pude quitar, monté al vuelo y pelé pa La Guardia, pero antes de escapar de los gendarmes, me pareció ver algo más raro todavía.

El monumento de Gladys Moreno tenía una mirada agradecida y derramaba una lágrima de tristeza.

Una lágrima por el Dr. Urenda…