Grover León, el médico que vence al coronavirus y lidera la batalla en Cochabamba

El director del hospital Solomon Klein fue uno de los galenos que cayó ante el virus. Se internó en su mismo centro y, 24 días después, volvió a la lucha para combatir a la COVID-19.

El médico impulsa la donación de plasma.
El médico impulsa la donación de plasma.

 

Cuando el coronavirus COVID-19 comenzaba a tomar fuerza en Cochabamba, a mediados de mayo, se dio a conocer que el director del hospital Solomon Klein —nosocomio centinela en la atención de la pandemia— dio positivo al virus. La noticia generó conmoción en la población y todos se mantuvieron alerta ante la evolución del cuadro clínico del médico.



Grover Édgar León Mier decidió permanecer en su centro, aquel del que se declara “fan número uno” y que dirige desde el año pasado. Desde adentro, vio de cerca las carencias y el sufrimiento de su personal médico. Las horas se hacían interminables a medida que los pacientes no dejaban de llegar y las camas continuaban llenándose.

Luego de 24 días de internación, León recibió su segundo negativo que, oficialmente, lo declaró un vencedor de la COVID-19. Lejos de bajar la guardia, el galeno decidió retomar sus funciones y volver a la batalla contra el virus, que se encuentra en uno de los momentos más álgidos desde su llegada al país.

Como parte de vocación de ayudar, también donó plasma hiperinmune para salvar otras vidas.

“Estar como paciente es distinto a estar como médico. Uno tiene el temor de lo que puede suceder con él, con su entorno. Todo el personal de salud piensa primero en su familia. Las primeras 48 horas que entré al hospital internado, primero pensé en cómo iba a evolucionar, y luego vino la rabia, el miedo, la impotencia por no tener los resultados de mi familia”, cuenta.

Para alivio de León, no contagió a nadie de su entorno más cercano. Su esposa y sus dos pequeños hijos se mantuvieron sanos. Uno de los factores que coadyuvó en ese resultado es que, hace aproximadamente dos meses, no ve a su familia. Ante el alto porcentaje de posibilidad de contagiarse que él presentaba, prefirió mantenerse distante hasta que todo esto mejore. Solo mantiene contacto mediante videollamadas y mensajes.

Durante su internación, el profesional vio que sus colegas iban decayendo cada vez más y cómo la ayuda prometida no llegaba. “Vi el sistema de salud muy debilitado. Primero, por el recurso humano, fue escaso para atendernos a todos. Abrieron la cuarentena y empezaron a llegar los pacientes. Eso hizo que la poca cantidad de personal que teníamos, no abasteciera”.

Las patologías avanzadas, la falta de insumos médicos y la poca preparación logística fueron claves para el colapso que se vive actualmente. León asegura que las instancias correspondientes tuvieron tiempo para prepararse ante la pandemia, pero no lo hicieron. Ahora, Cochabamba afronta cifras elevadas de contagios cada jornada.

LA DISCRIMINACIÓN PRESENTE

“La premisa es: puedo contagiarme yo, pero no me perdono contagiar a mi familia. Todo el personal de salud tiene bien marcado eso en su corazón”, cuenta León sobre la situación que viven las personas que trabajan en centros de salud.

Desde que llegó la COVID-19 al departamento, se hicieron públicas una serie de denuncias de discriminación hacia los médicos y enfermeras. El pánico de contagiarse —en algunos casos—, generó todo tipo de repelio hacia ellos.

Luego de que su esposa, Darcy Espinoza, y sus dos hijos, Santiago de 12 años y Rafaela de dos, se fueran a otro lugar a vivir hasta que pase la situación crítica,   León recibió el pedido de la dueña del departamento donde vivía de que abandonara el lugar para evitar contagios. El galeno no tuvo otra opción que irse.

Esta situación es un común denominador en la realidad del personal de salud. Un médico cirujano del nosocomio se enfermó y contagió a sus hijos pequeños; una enfermera, proveniente de Capinota, que compartía cuarto con amigas, tuvo que irse del sitio ante el temor de las otras muchachas; en alguna ocasión, recogieron a una colega de la calle a medianoche, pues la sacaron del lugar donde vivía. Así, una a una se suman las dificultades que atraviesan aquellos que son puentes entre el virus y la recuperación. “Son esos casos que nadie ve, pero nosotros lo estamos viviendo. No podemos soportar la discriminación de la gente. Ya no estamos en épocas antiguas en las que al leproso hay que llevarlo bajo las cadenas. Estamos en la era de la tecnología, pero seguimos actuando como cavernícolas despreciando a las personas, más aún a los que estamos luchando por ellos. No es justo”, asegura.

DE LAS MINAS A LOS QUIRÓFANOS

La vocación de León por la labor médica comenzó cuando era muy pequeño. Su abuelo trabajaba como enfermero en el hospital de Catavi  y él iba cada vez que podía a visitarlo, comía el mocochinchi de los pacientes y veía cómo funcionaban las cosas en un centro de salud.

Oriundo de Siglo XX, uno de los centros mineros de Potosí, Grover pasó su infancia allí, junto a sus padres, Eulogio León Miranda y Julia Mier Padilla, y sus cuatro hermanos, Beatriz, María, Judith y Marcelo.

Después de la relocalización minera, toda su familia emigró a Oruro, donde terminó el bachillerato. En la secundaria fue parte de la Cruz Roja. Eso reforzó su inclinación por ayudar al otro.

Cuando se instaló en Cochabamba, ingresó al cuartel y después a la Universidad Mayor de San Simón, de donde salió profesional como médico cirujano.

Durante más de nueve años, trabajó en el hospital Solomon Klein como médico de Emergencia con contratos municipales. León asegura que le costó obtener un ítem. Luego de su paso por ese nosocomio, fue director del centro de salud La Maica, de Villa Israel y de Alalay. Finalmente, volvió al Solomon Klein, lo que significó un reencuentro con sus maestros y sus amigos. Su corazón es de ese hospital, es un “fanático”.  Además, fue docente en la UMSS durante muchos años. Actualmente, imparte clases de Semiología en la Universidad Privada Abierta Latinoamericana.

Uno de los momentos más difíciles que atravesó fue cuando su mamá murió. Aquel día, el médico tenía turno en el hospital, ella estaba delicada y la convenció de que fuera hasta el lugar. Cuando llegó, se encontraba muy mal y ya no pudieron reanimarla. “Por eso es que no me gusta desatender al paciente, tengo que apoyarlo hasta el final. Ese es mi compromiso”, cuenta.

Ahora que retoma sus funciones, es consciente de que el reto es muy complejo, que es momento de mantener la fortaleza y reafirmar su vocación una vez más. “Ya no saquemos muertos, sino saquemos personas vivas en medio de aplausos por la puerta ancha, como los primeros días”,   enfatiza.

La premisa es: puedo contagiarme yo, pero no me perdono contagiar a mi familia. Todo el personal de salud tiene bien marcado eso en su corazón”, cuenta León.

Fuente: OPINIÓN