Movilización suicida e irresponsable

 

Tras las movilizaciones realizadas el pasado 28 de julio, en las ciudades de Cochabamba, Sucre y El Alto, es inevitable realizar evaluaciones sobre las consecuencias inmediatas que traerá consigo la irresponsable convocatoria patrocinada y organizada por sectores afines al Movimiento Al Socialismo (MAS) y, como era de esperarse, transcurrió con un alto nivel de violencia, vandalismo y destrucción de bienes públicos.



Resulta aún más deplorable, la exposición canallesca de marchistas a contraer el coronavirus, impulsando con ello, un rebrote masivo e incontrolable del turbión epidemiológico de nuevos contagios y decesos.

Ojalá que los promotores y agitadores, estén conscientes del “flaco favor” que causaron al esfuerzo del sector salud, por “aplanar la curva” cuya finalidad, no es otra, sino ralentizar la propagación del coronavirus; de tal forma, sea posible distribuir el número de casos en el tiempo, en lugar de experimentar un fuerte aumento al principio. Ello evitaría el desbordamiento y colapso de los servicios de salud, además de limitar el número de fallecimientos en general registrados a nivel departamental y nacional.

Bajo el conveniente disfraz de movimientos sociales, el pacto de unidad que reúne a organizaciones afines al MAS, además de la corrompida y subyugada dirigencia de la Central Obrera Boliviana, ratificaron nuevamente su “desprecio por la vida” al llevar al inminente suicidio a una cada vez menguada capacidad de convocatoria de marchistas mineros, campesinos, padres de familia, cocaleros del Chapare y dirigentes vecinales; cual tropel ingenuo, obedecen ciegamente los designios y dictámenes perversos del odiador, rencoroso cocalero, extremista y prófugo de la justicia, Evo Morales, cuya apuesta siempre fue la violencia desmedida, la confrontación y el afán desestabilizador del gobierno transitorio.

Cuán lejos estuvieron de asegurar lealtades y voluntades traducidas en multitudinarias concentraciones de funcionarios y simpatizantes, otrora movilizadas al calor de la presión política y el poder que gozaban durante su forzado e inconstitucional gobierno; pues esta última convocatoria, definitivamente debería “encender las alarmas” de esta eclipsada cúpula dirigencial masista.

Imagino que ello es consecuencia de la pérdida del poder gubernamental –tal útil y necesaria-, que ayudó a ejercer el chantaje, la manipulación y obligatoriedad de funcionarios y simpatizantes para asistir a concentraciones y gritar estribillos, arengas y adulaciones al endiosado cocalero autócrata, o quizá, probablemente, revela sospechas de una estrechez menguada de recursos, para remunerar a los circunstanciales marchistas, a quienes por cierto, solo les interesa cobrar por este “servicio prestado”.

Pero qué otra cosa podría esperarse de las grandes limitaciones y complejos de un partido que siempre fue movimiento constituido segmentariamente por un indigenismo y sindicalismo prebendal, y que a medida que fue transcurriendo el tiempo, no fue capaz siquiera de creer en sus propios artificios e imaginarios fatuos de un “proceso de cambio” inconsistente e irreal, que terminó por ser una sufrida e infortunada quimera embaucadora.

Este nuevo fiasco político empieza a desencantar a una base militante cada vez más reacia, molesta y decepcionada de su propia organización política; de una “dirigencia privilegiada” muy bien resguardada y aislada de caer abatida por el coronavirus, que prefiere direccionar a “control remoto” las múltiples y continuas acciones desestabilizadoras y atentatorias al Estado de derecho y la democracia.

Lo cierto es que el tiempo está convirtiéndose en el peor enemigo del MAS por dos razones. Primero, en la medida en que ella irrumpe, vislumbra un hartazgo e incomodidad contenida de una ciudadanía que repudia la violencia, el abuso y el “sistema de impunidad construido”, la cual es ajena a toda técnica jurídica y, segundo, la proximidad del inevitable ocaso de un partido que engrosará las lóbregas y nefastas páginas de la política boliviana.