Bolivia, ¿un país adicto a los bloqueos?

La ambulancia trasladaba a un niño de 8 años de la comunidad de Yunchará rumbo al hospital San Juan de Dios, de la ciudad de Tarija. El pequeño se hallaba afectado por una peritonitis con riesgo de sepsis. Sortearon, durante tres horas, tramos cortados por bloqueos y llegaron a una recta, en medio de una quebrada, colmada por pedrones a lo largo de unos 400 metros. Médico, chofer y la madre del paciente pidieron a los bloqueadores que les permitan pasar y les explicaron la emergencia.

Los manifestantes se mostraron escépticos, incluidas varias burlas, que desataban carcajadas provenientes desde los cerros. Cuando, finalmente, accedieron a dejar que pase el vehículo, lo hicieron bajo una condición: “Ustedes van a tener que despejar la ruta”. A lo largo de varios minutos, los tres ocupantes sanos de la ambulancia debieron entonces retirar las piedras. El niño llegó a Tarija, a casi cinco horas de haber sido embarcado. Había muerto en el camino.



Sucedió el 15 de agosto de 2011, el hecho fue denunciado por Niels Casón, entonces director del hospital. Los campesinos le pedían al entonces gobernador, Lino Condori, que les incremente el bono Prosol de 2.000 a 4.500 bolivianos. Para ello, aislaron a la capital departamental durante varios días. Pese a la indignación regional que el caso desató, nadie fue procesado por aquel infanticidio. Un macabro antecedente para los 30 muertos que los bloqueos realizados en las semanas de este agosto de 2020 causaron durante emergencia sanitaria nacional.

  • El auge bloqueador

Probablemente cada boliviano mayor de 25 años tenga memorizada una antología de bloqueos. Un sinfín de charlas cotidianas recuerdan desde cómicas anécdotas hasta tragedias como la citada, como buscando una salida a este crónico problema nacional. En la historia moderna, Bolivia registra una especie de segunda ola de esta polémica forma de protesta durante las dos últimas décadas. Hubo una anterior, entre mediados de los años 70 y principios de los 80.

En enero 1974, por ejemplo, fueron bloqueos campesinos los que marcaron la protesta contra el paquete económico de la dictadura banzerista. Aquella medida se realizó sobre la carretera Cochabamba-Santa Cruz, especialmente cerca de las poblaciones de Tolata y Epizana. La dictadura aplacó el bloqueo tras desatar una masacre, protagonizada por columnas de blindados y metralla de cazabombarderos, saldada con 80 muertos. Una cifra nunca establecida del todo. Uno de los soldados que fue testigo de los hechos resumió metafóricamente su testimonio: “En la carretera había muertos amontonados como leña”.

Casi seis años más tarde, el golpe de Alberto Natush fue resistido por bloqueos en los cuatro departamentos por los que transita la ruta La Paz-Santa Cruz. En ese golpe la resistencia que se había desatado en las ciudades contra los militares se vio reforzada por los cortes de rutas. Pese a que la represión causó cerca de 200 muertos, el golpe de Natush fracasó y su gobierno duró 15 escasos días. El poder de los sindicatos campesinos comenzó a crecer y la medida de los bloqueos no sólo se hizo recurrente, sino diversamente emulada.

“Los bloqueos de carreteras como prácticas de lucha política comienzan a visibilizarse a mediados de los años 70, por dos razones —explica el sociólogo Carlos Laruta—: uno, las ciudades capitales crecían (La Paz, El Alto, Santa Cruz, Cochabamba) y, dos, las carreteras tenían una nueva importancia para visibilizar y hacer eficiente la protesta, sobre todo, campesina. Pero los 70 eran tiempos no-democráticos y, paradójicamente, los bloqueos campesinos fueron una parte del inicio del largo proceso de democratización en esos tiempos de dictaduras militares. Ellos, pues, buscaban la ampliación de libertades y derechos democráticos; por ejemplo, la libertad de organización y la libertad de expresión”.

Tras la reconquista del sistema democrático, en octubre de 1982, la precipitación de la crisis económica heredada desató la proliferación de la medida. La ola de protestas llegó a tal extremo que el matutino Presencia abrió en sus secciones un recuadro de actualización diaria titulado “Agenda de protestas”. Casi cada protesta implicaba una marcha y cada marcha solía finalizar con un bloqueo. Los grupos de bloqueadores empezaron a diversificar demandas, rutas de paralización y víctimas.

Paradójicamente, los bloqueos, que fortalecieron la lucha para reconquistar el sistema democrático, se convirtieron en un factor que bajó la calidad de la democracia boliviana. En La Paz se hizo frecuente el bloqueo de calles donde se ubican las sedes de las principales instituciones del Estado. También se boquearon varias veces barrios o zonas residenciales, alguna vez por campesinos, otra por mineros, y muchas por transportistas. Y se ha llegado a bloquear ciudades completas como Cochabamba en 1984, Oruro en 1986, Cochabamba y La Paz en 2000, La Paz en 2003, La Paz y Sucre en 2005, por citar algunos ejemplos. Son casos ya citados en los libros de historia, y que pusieron en vilo a las presidencias de Hernán Siles, Víctor Paz, Hugo Banzer, Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa, respectivamente.

  • En busca de un récord

Pero textos de prensa más pasajeros también registraron incontables bloqueos con causas de menor cuantía, y quién sabe cuántos “daños colaterales”. “Bloqueamos porque el párroco no quiere bendecir nuestras calaveritas”, decía un manifestante en la fiesta de las “ñatitas” de noviembre de 2008, en La Paz. “Queremos que el Corso de Corsos mantenga su ruta”, reclamaban un año después los vendedores de graderías-bloqueadores cochabambinos. “Pedimos que no se suspenda ‘Los Simpson’”, reclamaban decenas de jóvenes bloqueadores en la avenida Saavedra de La Paz en febrero de 2015. “¡No queremos baños!”, gritaban las vendedoras-bloqueadoras del mercado del paceño barrio de Cota Cota, en julio de 2006, la Alcaldía pedía unos días para construirlos. Simples botones en medio de un universo.

En algo más de cuatro décadas, Bolivia pareciera aspirar al récord mundial de bloqueos de vías. No hay estudios al respecto, pero no se conoce de países tan asiduos a esta medida de protesta en el entorno ni más lejos. Se ha tenido noticias de cortes de rutas en Argentina, Ecuador, Perú, Paraguay y, en los últimos años, Chile. Llegaron a lograr mayor impacto político eventualmente en los dos primeros países, pero no alcanzaron las dimensiones bolivianas.

“Como chocan los derechos de los bloqueadores con los de los bloqueados, en algunos de esos países se ha normado las formas de los llamados piquetes o cortes de ruta —dice el abogado Marco Antonio Arce—. Pero además son Estados más fuertes y con mejor infraestructura que el boliviano. Cuando hay excesos, los afectados van a la justicia y la justicia actúa. Las rutas nacionales tienen variantes muy fluidas y son protegidas inmediatamente por fuerzas policiales. Y hasta la mentalidad general relega la idea del bloqueo, tal como lo conocemos acá donde se bloquea hasta con maratones, desfiles y entradas folklóricas”.

El jurista recuerda haber presenciado un corte de ruta en Montevideo, Uruguay: “Llegaron los movilizados y tomaron una avenida paralela a la principal (la 18 de Julio). Prepararon su ocupación de la vía. Llegaron también dos patrullas policiales. Y entre policías y dirigentes marcaron dos carriles de la vía para que por ahí continuasen los automóviles su tránsito. Ellos protestaban contra un ministerio, no contra los otros ciudadanos”.

  • Los orígenes

Pero, tal cual, interpretan los analistas consultados, en Bolivia prima en diversos sectores una cultura política resulta predemocrática o insuficientemente democrática. Carlos Laruta subraya: “Son poco democráticas o insuficientemente democráticas las orientaciones de acción corporativas (sindicatos y juntas vecinales) donde se privilegian los derechos de unos pocos en contra de los derechos de otros ciudadanos, que es la guía de acción de esos sindicatos y organizaciones del occidente de Bolivia. Esta cultura política predemocrática se asienta en los bajos niveles educativos de las personas lo que se vincula a la posibilidad de ser manipulados por sus astutos dirigentes”.

Sobre los orígenes profundos de esa cultura política, no existen estudios en especial. Sin embargo, otro sociólogo, Mauricio Sánchez, acepta lanzar su hipótesis. “Podría haber otras formas, pero el bloqueo parece estar profundamente estructurado en las mentalidades de los bolivianos debido a las formas de relacionamiento social —dice—. No se ha investigado los orígenes, pero se nota su presencia en el siglo XX, y en el siglo XXI, una especie de apogeo. Me parece que es uno de los rasgos de las estructuras premodernas subsistentes. Las estructuras conductuales y de relacionamiento social de los bolivianos tienen muchísimos rasgos que están detenidos en ese periodo de la historia”.

Sánchez alude a los tiempos en que resultaba común el asedio a las ciudades como estrategia militar. Tuvieron una especial revitalización en el periodo final de la Edad Media y en la temprana Modernidad. Por eso, las urbes de esos tiempos edificaban grandes fortificaciones. La idea de los sitiadores era matar de hambre o de infecciones a los habitantes hasta que agoten su resistencia militar por debilidad o se rindan. Premoderno implica los fines de la Edad Media, los siglos XVI y XVII.

“Esto resulta extraño porque se trata de una lógica belicista —añade Sánchez—. Es decir, que en la cabeza de los bolivianos, en los últimos 20 años, hay una lógica de enfrentamiento contra un enemigo casi permanente. Se creía que ese ciclo de bloqueos había terminado cuando se produjo la llegada al poder de Evo Morales y los sectores campesinos, pero no fue así. Pareciera que se despertaron pulsiones que remiten a los sitios coloniales como Manko Inka al Cusco y otras, y que los operadores de izquierda recibieron con buenos ojos. (…) Son valores muy ligados al machismo, a la violencia intrafamiliar, al irrespeto a los derechos de quienes no nos son afines”.

En suma, una historia de bloqueos tan reciente e intensa que el protagonista central fue el expresidente Morales. Curiosamente, el caudillo masista llegó al poder tras incontables bloqueos, pero también tuvo que huir del poder a costa de bloqueos. Por si fuera poco, Evo se encargó de bautizar a sus rivales en una especie de competencia para ver quién bloqueaba mejor: “Me he sorprendido. Ahora dos, tres personas amarrando pititas, poniendo llantitas, qué paro es ése (…) soy capaz de dar talleres, seminario de cómo se hacen las marchas, a ellos para que aprendan”, sostuvo Morales el 24 de octubre, dos semanas antes de huir del país.

¿Cuándo Bolivia dejará de ser adicta a los bloqueos? Los analistas consultados ven necesario un cambio en las relaciones sociales basado en cambios en la educación que empiecen en los hogares. Quizás entonces importen desde la rutina de los transeúntes hasta la vida de quienes viajan en una ambulancia o aguardan un tubo de oxígeno

Fuente: lostiempos.com