Las alcaldías de La Paz y El Alto buscan alternativas para cubrir la demanda, pero no hallan consensos para instalar un camposanto o un horno crematorio.
Entre la necesidad de los dolientes y el rechazo de los vecinos, los entierros ilegales en cementerios clandestinos de La Paz y El Alto se incrementan. Aunque las alcaldías de ambas urbes buscan alternativas, el emplazar un cementerio o un horno crematorio se vuelve una tarea complicada por la negativa de los habitantes de barrios aledaños.
“Estamos buscando otros espacios para instalar un cementerio. No está descartada la zona de Pura Pura, es un lugar adecuado y que cumple con el requisito de estar alejado de otros barrios. En todo caso estamos evaluando alternativas”, informó el alcalde de La Paz, Luis Revilla.
Ya en el mes de julio, la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (Felcc) de El Alto advirtió sobre entierros clandestinos. La falta de medidas de seguridad en estas inhumaciones -la mayoría víctimas de coronavirus- incrementan el riesgo de contagios.
Mientras tanto, para los familiares de quienes mueren de causas naturales, por Covid-19 o por cualquier otra dolencia, buscar un cupo para la última morada de sus seres queridos se volvió un calvario que muchas veces termina en un sepelio nocturno realizado clandestinamente.
Las muertes suben
En La Paz hay 31 cementerios, de los que uno es municipal, cinco son privados y 25 son clandestinos. En El Alto hay una decena de camposantos, de los que sólo tres son legales.
Solo en el mes de julio, el Cementerio General de La Paz incrementó el número de inhumaciones de 292 atendidas en 2019 a 1.196 en 2020, con un promedio de 38 sepelios diarios. Las cremaciones subieron de cero a 346, es decir casi 12 al día.
En agosto estas cifras quedaron cortas. Pese al instructivo de no atender entierros de otros municipios, en La Paz las inhumaciones diarias se incrementaron a 50 y las cremaciones a 16.
Para los habitantes de El Alto, que no tienen la posibilidad de usar el Cementerio Municipal de La Paz y no cuentan con un horno crematorio, la situación se agrava. Allí las autoridades señalan que hay un incremento de 15 entierros diarios a 35.
“No hay dónde ir, por eso se llevan los cuerpos de noche a los cementerios barriales, a los clandestinos. Aquí los vecinos han prohibido, pero igual están entrando”, afirma un vecino de la zona paceña de Cotahuma, que tiene un negocio cerca al ingreso del botadero de Alpacoma.
A unas cuadras de su establecimiento, dos necrópolis se levantan entre los cerros que hacen de límite natural entre las dos urbes más grandes del departamento.
“Prohibidos los entierros por falta de espacio. No insista”, señala un letrero en las puertas de ingreso al barrio Primero de Mayo, a cinco minutos de caminata de la “final Buenos Aires”.
Allí los vecinos controlan el ingreso de los pocos visitantes que llegan al campo santo para arreglar las tumbas antiguas. “Por la pandemia han prohibido el ingreso, pero igual hay entierros nuevos”, dice uno de los asistentes mientras señala un promontorio de tierra recién removida.
Aunque el ingreso principal del cementerio está cerrado, los ingresos por los cerros -donde también se emplazan viviendas- están abiertos. Las nuevas tumbas se esconden entre los nichos más viejos, no están cavadas a profundidad y llevan guirnaldas frescas, pero ninguna placa o marca que indique el nombre o la fecha exacta de los decesos.
“Se dan modos de entrar y en algunos sitios los dirigentes son los que dan permiso, como en Bajo Alpacoma”, afirma otra vecina y muestra en su celular una carta de autorización presuntamente firmada por el dirigente barrial.
El cementerio del que habla no dista mucho del de Primero de Mayo. Basta con subir unas gradas y seguir una amplia vía de tierra hasta llegar a una antena “pasando al otro lado del cerro”.
El viento levanta el polvo blanco del terreno erosionado, que cada vez se parece más a los picos desgastados del Valle de la Luna. “Todo lo han trancado, pero vean si por abajo pueden entrar”, dice un hombre que sale desde el fondo del barranco en que se levantan pequeñas casas.
En el cementerio clandestino una iglesia quedó a media construcción y una muralla cerca el único ingreso por un camino lleno de huecos profundos y rajaduras que evidencian la inestabilidad del terreno.
Pero la muralla y el alambrado no cortaron las vías laterales que parecen intransitables. No obstante, ya se ha abierto un pequeño sendero por el que ingresan reducidos cortejos nocturnos para dejar a sus seres queridos.
Los promontorios anónimos están en un terreno que no aguantará las próximas lluvias, según los vecinos.
Al borde del barranco, lejos de la entrada principal del camposanto, hay más de una decena de tumbas, todas nuevas y superficiales. Algunos entierros están cubiertos con plásticos y otros están tapados apenas por piedras y ladrillos.
“No es por malos que los prohibimos. Estos entierros se pueden convertir en un foco de infección. No por la Covid -porque no sabemos si los difuntos tenían la enfermedad- sino porque no se hacen correctamente”, dice una de las vecinas del sector que prefiere reservar su identidad.
El Alto no logra instalar horno crematorio
Después de semanas de negociaciones, la Alcaldía de El Alto continúa buscando un sitio para instalar un horno crematorio. La primera opción es el cementerio Héroes del Gas (ex-Tarapaca) de la zona Santiago Primero, un campo santo en proceso de cierre.
Sin embargo, la oposición vecinal impide la puesta en marcha del incinerador, que hace falta para atender la alta demanda de cremaciones para víctimas confirmadas y sospechosas de Covid-19.
“Este horno crematorio es un proyecto anhelado, no sólo por el tema de la pandemia. Ya estaba planificado para la gestión 2020. Lastimosamente por la falta de información, no hemos sido entendidos por los vecinos”, indicó la secretaria municipal de Desarrollo Económico de El Alto, Ana María Saavedra.
En cuanto se hizo el anuncio de la instalación del horno, los vecinos de Santiago Primero se opusieron. Instalaron una vigilia en puertas del camposanto para evitar el ingreso de los ediles.
Hasta hoy, afirman que la negativa no se debe a “egoísmo de los habitantes”, sino a la ubicación del camposanto, que con el paso de los años acabó en el centro de una de las zonas más habitadas.
Se ubica frente a un colegio, a pocos pasos de cientos de negocios y de hasta una estación de la línea Morada del teleférico. Quienes transitan o viven en estos espacios temen por los efectos que los gases y el humo que emita el horno afecten su salud.
“Hace años se ha pedido que este terreno se convierta en un hospital. Por eso entró en proceso de cierre”, explicó la dirigente Irene Delgado.
La Alcaldía alteña aún entabla conversaciones con las juntas vecinales de los 14 distritos para negociar la instalación del horno, que representa una inversión de 2,5 millones de bolivianos.