Jarabe indígena contra el coronavirus y el olvido estatal

Charazani, capital de la medicina kallawaya en Bolivia, afronta en soledad la pandemia, munida de productos preventivos que son fruto de su saber ancestral de sanación.

Una vista de los productos naturales para tratar varias enfermedades.

Una vista de los productos naturales para tratar varias enfermedades.

Fuente: Opinión 

Charazani, tan lejos de ciudades y del Estado boliviano, y tan cerca de su saber ancestral de medicina tradicional, afronta en soledad la pandemia del coronavirus, aún a salvo de contagios y parapetada en su propio conocimiento herbolario que ha volcado preventivamente a un jarabe y una pomada. La capital de la milenaria cultura kallawaya, cuya historia de sanación se remite a antes del incario, dista a 272 kilómetros de La Paz, es decir unas 7 horas de un accidentado viaje por tierra de esa urbe, lo que la separa no solo de un foco de transmisión de la COOVID -19, sino, asimismo, de la atención general, y por estos días de una grave crisis política que entorpece la gestión pública de sanidad de la peste.

Hasta inicios de agosto, cuando el país tenía ya más de 78 mil casos y más de 3 mil fallecimientos, el municipio de más de 13.800 habitantes no reportaba positivos de la enfermedad, informaron autoridades locales, así como responsables del centro médico de la zona. Pese a ello, la cultura indígena, declarada por la Unesco en 2003  como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, tomó la previsión de aprovechar su reconocido uso de la farmacopea (de más de 900 plantas de tres pisos ecológicos: altiplano, valles y trópico), para la elaboración de dos productos medicinales aplicables a fiebre y males respiratorios, los síntomas más comunes del nuevo virus.



La situación de Charazani es mejor que la de otros pueblos indígenas bolivianos, que sí tienen problemas mayores con la pandemia. A fines de junio, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), dependiente de la Organización de Estados Americanos (OEA), expresó su preocupación por esta problemática en el país. “Según información, existen 77 casos positivos en los pueblos yuqui, guarayo, yuracaré, cayubaba y charagua iyambae. Algunos pueblos en riesgo de extinción”, detalló el organismo en un comunicado. “Preocupa a la CIDH la falta de atención médica y acceso a equipos de bioseguridad, alimentos y bonos de ayuda en territorios indígenas”, acotó.

Frente a este abandono estatal, los pueblos indígenas —y en realidad gran parte de la población— han optado por recurrir, de modo preventivo, a conocimientos de la medicina indígena y tradicional que, sin embargo, aún no cuentan con validación científica plena, aunque sí hay experiencia de que pueden ser paliativos contra algunos síntomas del coronavirus.

POLÍTICA, INCLUSIÓN Y EXCLUSIÓN Bolivia es un país altamente politizado, y lo es más desde los hechos de octubre y noviembre de 2019, que muchos consideran un fraude electoral que dio paso a una sucesión constitucional, y otros tantos, un golpe de Estado que con el concurso de militares promovió luego un régimen autoritario. Como fuere, el presidente saliente fue el indígena aymara Evo Morales, quien tras casi 14 años en el poder impulsó políticas inclusivas para los pueblos originarios y campesinos, comenzando por su reconocimiento en la Constitución Política del Estado.

Otra de estas medidas fue la Ley 459 de Medicina Tradicional Ancestral de Bolivia que, promulgada a fines de 2013, estableció el reconocimiento de médicos tradicionales, guías espirituales, naturistas y parteros y parteras, con el fin de primero registrarlos y luego incorporarlos al sistema de salud pública, para que además se interrelacionen con la medicina facultativa. Para el efecto, se creó un Viceministerio de Medicina Tradicional e Interculturalidad, dependiente del Ministerio de Salud, que tuvo sucesivas autoridades. La última de ellas fue Walter Gutiérrez, posesionado en junio del año pasado y quien, pese a insistentes requerimientos y compromisos, no atendió la solicitud de una entrevista.

Tras el cambio de Gobierno y la llegada del coronavirus a Bolivia (marzo), la administración de la presidenta transitoria Jeanine Añez decidió la reestructuración del Ministerio de Salud, con lo que el Viceministerio en cuestión pasó a fusionarse con otras reparticiones para ser de Promoción de la Salud, Vigilancia Epidemiológica y Medicina Tradicional e Interculturalidad, teniendo esto último el rango menor de una Dirección. Cuando un mes después entrevistamos al viceministro designado, Oscar Landívar, este manifestó que la nueva Dirección de Medicina Tradicional todavía estaba acéfala.

Consultado en específico sobre las políticas de fortalecimiento de la medicina tradicional kallawaya desde el Estado, Landívar señaló que inicialmente se ha “identificado el talento humano para distinguirlo de los impostores”. Continuó: “En ese sentido, se ha hecho un avance muy significativo, porque impostores hay por todo lado, los vemos en los buses cuando viajamos en el área andina, gente que imita y hace una confusión del verdadero kallawaya. Con el procedimiento que le mencioné de identificar y certificar y darle un lugar de reconocimiento a la práctica del médico tradicional, la gente ha podido ir distinguiendo a los impostores. Ese es un aporte muy significativo, pero falta todavía mucho por hacer”.

Insistimos y le preguntamos de qué manera el Estado interactuó con la medicina kallawaya, y afirmó que los responsables del exviceministerio no hicieron muchos esfuerzos. Lanzó por otro lado una crítica: “Sobre todo en la anterior gestión de Gobierno y en la última década, se han contentado con establecer un Viceministerio y después dejarlo en el abandono, y a la iniciativa y al apoyo de la comunidad internacional para que las acciones se fueran realizando. El Estado propiamente dicho, tenemos que admitir, no ha hecho un gran esfuerzo. Desde mi perspectiva ha habido una utilización de una cultura para fines más bien políticos, antes que para el desarrollo de un saber, y de una cultura milenaria como de la que estamos hablando”.

En este “uso político” coincidió el presidente del Colegio Médico de Cochabamba, Édgar Fernández, quien sostuvo que, si bien la Ley 459 establecía la creación de contratos para médicos tradicionales en hospitales, personalmente no pudo nunca verificar ese trabajo. “El anterior Gobierno del MAS (partido de Evo Morales) ha introducido incluso personal que debe estar inmerso en los hospitales de tercer nivel. Hay un personal que  ha sido pagado, pero las veces que yo he tratado de acudir a estas personas para conversar, como parte y entidad científica y académica departamental, no las he podido encontrar en sus lugares de trabajo (…). Hay que hacer un análisis serio y decir que hay mucha gente que se ha aprovechado de ese aspecto solo para tener un salario, y no ha hecho la comunicación a la medicina científica–académica, y tampoco hemos tenido la oportunidad de interrelacionarnos”.

Bajo esa lógica, Fernández piensa que no es desacertado rebajar la jerarquía de la medicina tradicional en la estructura estatal. “No creo que sea bajarle de rango, creo que es ponerla en el contexto necesario. La creación de un Viceministerio de Ciencia y Tecnología en la parte de salud sería fundamental, porque ahora Bolivia es uno de los países que no cuenta con laboratorios de tercer y cuarto nivel, es decir de investigación, para problemas como la pandemia. Pienso que hay cosas mucho más importantes como esta”. Y, consultado sobre su conocimiento de la medicina kallawaya específicamente, expresó: “Particularmente no (la conozco), porque no he hecho un estudio ni he revisado los estudios. Pero sí conozco a muchas personas que han acudido a ella y personas que se dedican a ella”.

Así las cosas, los kallawayas deberán seguir esperando la inclusión real de sus saberes en el Estado boliviano. De eso está seguro Alipio Cuila, dirigente del Comité de Salvaguardia: “Tenemos la ley que ya ha salido, pero esa ley está en el papel. No está funcionando desde el mismo Estado. Hasta ahí hemos avanzado, más allá no tenemos ningún apoyo”.

JARABE Y POMADA De manera autogestionada, esta población predominantemente quechua aunque multiétnica, lo cual se expresa en el habla aimara, el machaj juyay (su propia lengua) y el puquina, emprendió desde abril la fabricación de un jarabe y una pomada para afrontar la COVID -19 y otros males. Esta iniciativa de la cultura indígena, que tiene trunco su proceso de gobierno autonómico desde hace dos años, se desarrolló solamente con el respaldo de su Alcaldía, informa el líder local del Comité de Salvaguardia de la Cultura Kallawaya, Alipio Cuila Barrenoso.

El médico tradicional Sebastián Quispe Calancha señala que el jarabe está hecho de varios vegetales expectorantes, descongestionantes y desinflamantes, recomendados para aliviar la tos y la neumonía. Entre ellos está el eucalipto, la wira wira (de al menos dos variedades), khana, sehuenca, aphcana (también de diversos tipos) y matico. Se recomienda tomar la pócima dos veces al día, los adultos dos cucharas y los niños dos cucharillas.

La pomada por su lado está diseñada para bajar la fiebre y no está hecha solo de vegetales, Quispe indica que además se usa grasa animal y minerales. “Entre las plantas tenemos la andreshuaylla, más conocida como jiriuntilla, después tenemos malva, esas son las primordiales. De los animales se utilizan las grasas, tenemos grasa de cerdo, de gallina y conejo. En el caso de minerales, usamos arcilla roja. Es una combinación especial para bajar la fiebre. Son plantas frescas, eso ayuda a reducir la temperatura alta”. Recomienda una aplicación espaciada entre dos horas en el pecho y pulmones.

Cuila agrega que se fabrica un promedio de 30 jarabes y 40 pomadas por día, los primeros se venden a 30 bolivianos (poco más de unos 4 dólares) y los segundos a 10 bolivianos (un dólar y medio). Debido a las restricciones propias de la cuarentena, a la falta de una logística de ventas y por otro lado a la burocrática autorización del Estado para el registro y comercialización, ambos productos, sostiene Quispe, están a disposición únicamente de los comunarios de Charazani y alrededores.

EL CRITERIO DE LA MEDICINA FACULTATIVA El médico boliviano Rodrigo Arce Cardozo, investigador en el departamento de Epidemiología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York (NYU), señala que existe limitada o ninguna información con respecto a efectos específicos que la medicina tradicional indígena puede tener contra la covid-19 u otros tipos de coronavirus. “Sin embargo, algunos de los elementos de la medicina tradicional tienen y han sido estudiados/utilizados para mitigar síntomas de cuadros respiratorios, como antitérmicos (reducir la fiebre), antinflamatorios (reducir la inflamación), analgésicos (reducir el dolor) y mucolíticos (reducir la consistencia de las secreciones respiratorias) o expectorantes (favorecer la eliminación de secreciones)”, asevera.

Es en ese marco que indica que la medicina indígena tradicional podría llegar a ser útil en etapas tempranas o casos leves de esta u otras infecciones. “Lamentablemente, este es un ‘podría’ con ‘P’ mayúscula, pues la mayoría de estos usos son anecdóticos y no han tenido apropiada evaluación científica que valide su eficacia, seguridad e impulse a ampliamente recomendar su utilización en la población. Por eso es que debemos también tener reserva, pues al no haber estudiado ampliamente los compuestos utilizados, podrían existir posibles contraindicaciones al usarse en conjunto con otros fármacos o terapéuticos y en algunas condiciones preexistentes”.

Arce Cardozo enfatiza que la medicina tradicional indígena en el país debe pasar por un proceso de desarrollo del conocimiento, investigación, y estar asociada a una formación profesional específica para este fin. Reconoce no obstante que hay abundante literatura que habla de cómo la medicina indígena tradicional es parte de la cultura y de los esquemas de preferencia sobre todo en ciudades intermedias y comunidades rurales de Bolivia, independientemente de la disponibilidad de medicina occidental establecida. Cita entre los estudios trabajos publicados en el exterior, como “The role of civil society organizations in the institutionalization of indigenous medicine in Bolivia”, de Babis D.; “Can Andean medicine coexist with biomedical healthcare? A comparison of two rural communities in Peru and Bolivia”, de Mathez-Stiefel SL, Vandebroek I y Rist S; y “An ethnopharmacological survey of the traditional medicine utilized in the community of Porvenir, Bajo Paraguá Indian Reservation, Bolivia”; de Hajdu Z. y Hohmann J.

Con base en ellos, el médico manifiesta que hay mucha variedad en las sustancias, plantas utilizadas y métodos de consumo de las mismas, en estudios pequeños en comunidades específicas del país, y que se han visto hasta 180 diferentes tipos de tratamientos usados ampliamente para muchos tipos de problemas de salud. “Por lo mismo es que es difícil meter a todos los diferentes tratamientos usados en medicina indígena tradicional en un mismo cajón. Lo que sí está claro es que en Bolivia la regulación nacional ha incorporado este tipo de tratamientos y ha normado su utilización empírica basada en uso anecdótico y establecido incluso un Viceministerio enfocado en su uso, esto sigue corrientes donde la medicina alternativa indígena toma un foco complementario a las ciencias biomédicas en su conjunto”.

Agrega que en la actualidad existen miles de estudios clínicos en curso de diferentes tratamientos contra el coronavirus en el mundo, algunos de ellos incluyen tratamientos alternativos o elementos de consumo masivo como ser la miel y otros elementos usados en la medicina alternativa indígena. Sin embargo, no hay evidencia de que ninguno de estos sean más que buenas intenciones en el proceso evolutivo de la en enfermedad. “Esto quiere decir que no conocemos que su uso impediría la progresión (avance de la enfermedad). Habiendo dicho eso, estos tratamientos sí podrían tener un lugar en el tratamiento de los síntomas en casos leves, pues sus facultades antes descritas y estudiadas pueden ser útiles en reducir algunos de los síntomas relacionados a este tipo de cuadros. Nos toca hacer un llamado a que este uso sea estudiado ampliamente en paralelo por nuestras instituciones y que resulte en eventualmente mayor certeza y confianza en su utilización”.

MÉDICOS EN CHARAZANI

Consultado sobre el probable uso de los productos kallawayas contra la pandemia del coronavirus, el doctor Felipe Saucedo, a cargo del centro de salud integral de Charazani, prefiere ser cauto. “No existe un estudio científico que avale esa situación, pero lo que hay que hacer siempre es tener la parte científica de esas infusiones, jarabes o pomadas que estén realizando los kallawayas”. Su colega Jair Reynaldo Escobar, encargado del centro de aislamiento y triaje de Charazani, es asimismo prudente, pero algo más abierto. “Hay que tener mucho cuidado al verter ciertos conceptos, puesto que pueden ser errados. Ellos alguna vez nos han mostrado que hacen ungüentos mentolados que por ejemplo fluidifican bien, pero obviamente no es un tratamiento exclusivo para la COVID-19. Entonces, tienen que pasar una etapa de valoración para que se certifiquen estos  y preparados de manera adecuada”.

Escobar reconoce en las iniciativas kallawayas un valor para el cuidado de la salud, más cuando hay lugares donde no hay presencia de galenos, menos de farmacias. “Con todo lo que fabrican, ellos fortalecen la parte de antisepsia, desinfección y también previenen resfríos, gripes comunes, para que no se confundan con el coronavirus. Ellos colaboran, tienen conocimiento para poder identificar una gripe común o una fiebre común. En lugares a los que los médicos no podemos ir, ellos pueden fortalecer esa parte. No se puede llegar a más de eso”.

ARTICULACIÓN DE ESFUERZOS Saucedo y Escobar son dos de los únicos cuatro médicos de Charazani y, junto a dos enfermeras, constituyen todo el personal con el que cuenta el municipio para afrontar la pandemia. Fueron contratados por la misma Alcaldía, que se queja por la falta de apoyo en salud de la Gobernación departamental de La Paz y del Gobierno central, que ni siquiera han emprendido campaña de educación preventiva alguna.

Por esto último es que Escobar valora el concurso de los sabios tradicionales. “Ha sido importante coordinar con ellos la parte de socialización y de educación. Debo valorar que la reunión que hemos tenido con esta entidad (el Comité de Salvaguardia) nos ha servido de mucho para llegar a las comunidades más lejanas, para que nos puedan entender, sobre todo para que los comunarios que viven en zonas alejadas sean conscientes de la enfermedad. Los médicos kallawayas nos han ayudado mucho en esto, tanto en la socialización y en la parte de educación”.

En una localidad rural y principalmente abocada a la agricultura y la ganadería de camélidos, no ha sido una tarea fácil. Saucedo señala: “Hemos tratado de implementar medidas de bioseguridad casi forzosamente, porque la población a veces no cree en esta situación del coronavirus, pero nosotros hemos hecho promoción y prevención. Se les ha recomendado que utilicen el barbijo, como han establecido las normas”. Escobar ahonda: “Si bien se le da información a los pobladores, nos falta mucho para que el charazaneño esté consciente de la realidad de esta enfermedad”. Y Alipio Cuila, también representante del alcalde Fortunato Calamani para acciones contra el coronavirus, ratifica esto último: “El personal del centro de salud ha estado socializando (las medidas preventivas) en las ferias y reuniones. Siempre están explicando, pero hay veces que la gente no cree y es difícil. Dicen que no existe la enfermedad, estamos en esa campaña de socialización”.

Informar al pueblo sobre los riesgos del coronavirus no ha sido la única labor mancomunada. Médicos facultativos y tradicionales por otro lado acordaron la instalación de cámaras de desinfección de ingreso a las comunidades, en base sobre todo al vapor de eucalipto. “Lo bueno es que eso ha llegado a repercutir en varias comunidades, por ejemplo Paugepata, Amarete, Chullina. Se ha visto ese trabajo de coordinación de manera espontánea de los centros de salud”, dice Escobar.

A su vez, Saucedo indica que, junto a los kallawayas, trabajan en un plan de contingencia contra la pandemia, aprovechando los saberes ancestrales. “Ellos saben y tienen el conocimiento de qué áreas son afectadas del sistema respiratorio. Eso es lo que hay que analizar y poner en un plan de contingencia. Nosotros ya estamos en la tercera revisión de ese plan de contingencia, entonces se les ha pedido a los médicos kallawayas que entren para poder ayudar a los pacientes”.

GESTIÓN PÚBLICA Charazani, que concentra a 62 localidades dispersas en la provincia paceña Bautista Saavedra, enfrenta la emergencia de manera precaria, con un reducido centro de atención de salud y un centro de aislamiento que tiene tres camas, sufriendo entregas pendientes del Estado de material de bioseguridad. “Estamos contando solo con recursos municipales, no hay nada ni de la Gobernación ni del Gobierno central (…). Demoran en responder los requerimientos que hacemos, tanto en la parte de equipamiento como en la de personal”, asegura Escobar.

Cuila puntualiza que solo cuentan con  fondos municipales y señala que, junto a los galenos facultativos, se ha contratado también a dos médicos kallawayas para trabajos preventivos. El ejecutivo de la Central Campesina, Édgar Quispe Huanca, enfatiza este abandono: “Es lamentable, que conozca toda la opinión pública, de la Gobernación no tenemos cooperación. De parte del Gobierno central es mucho peor: no existe. El Gobierno central solo nos dice que nos quedemos en nuestras casas, pero no hay ninguna cooperación. Estamos a la espera de alguna ayuda”.

Sebastián Quispe Calancha es uno de esos dos funcionarios kallawayas, y señala que con el apoyo de su colega han realizado ya decenas de charlas en distritos, fundamentalmente recordando a los pobladores los usos de las plantas expectorantes, antisépticas y descongestionantes, de igual modo promoviendo una dieta rica en vitaminas. Una de las prácticas que más recomiendan es la de los “vahos de eucalipto”, es decir la exposición directa al vapor de agua hervida con ramas y hojas de este árbol de propiedades expectorantes. “También tenemos como expectorantes la sejhueca, choquecanlla, quina quina. En cuanto a las plantas antisépticas, podemos utilizar el romero, la manzanilla, qhana, turpa, aldea y matico. Y hay también raíces”.

Sin embargo, los esfuerzos para difundir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) suelen ser insuficientes, por ejemplo en el tema de los barbijos: se venden muy pocos en la zona y los médicos reportan que buena parte de la población rechaza ponérselos. Preocupa la inexistencia de farmacias, algo a lo que sin embargo ya estaba acostumbrada la comunidad. “Para nosotros, la medicina y la farmacia están en el campo, en el altiplano, valle y trópico. Nosotros antiguamente, desde nuestros abuelos y antepasados y de generación en generación, practicamos nuestra sabiduría”, asevera Cuila. Acota que, en paralelo a la herbolaria, los kallawayas, generalmente viajeros itinerantes por toda Bolivia y algunas naciones vecinas de Latinoamérica, se especializan también en otras prácticas, como la espiritual, la de huesos y la de los parteros.

VIDAS SIN MÉDICOS NI HOSPITALES Felicidad Carrión Wawasunqu tiene 56 años y, a pesar de que varias veces cayó enferma, no conoce atención médica ni hospitales: siempre se curó con medicina tradicional. La vecina de Charazani es hija de un sabio kallawaya que falleció cuando ella era muy niña, aunque le dejó como legado varios de sus conocimientos. “De toda enfermedad me he sanado. Me enfermé del riñón, de la vesícula, de reumatismo, de anemia. De todo me he sanado solo con hierbas tradicionales”, expresa con orgullo. Agrega que, aunque ahora varios de sus cuatro hijos sí han pasado por la medicina facultativa, algo impensable para ella incluso hasta su etapa adulta, los crio a todos solo con los saberes que heredó.

La mujer indígena tiene recetas para tratar muchos males, incluso para los síntomas del nuevo coronavirus, contra los que recomienda eucalipto, miel de abeja, limón y linaza, en el caso de la tos. “Por otro lado, el ajo es bueno para los ardores de la garganta. Hay que masticar y no hay que hacer pasar. Con eso tienes que dormir. Es un poco picante y feo, pero te quita la tos”. Para bajar la fiebre, sugiere bañarse en agua de hierbas como chullco, hediondilla y changoromo; también infusiones de chapeqamaqui y pirwi. Muy especialmente, recomienda dos variedades de la planta de quina que existe en las cercanías de Charazani, en colores blanco y rojo.

Alfredo Wester Quispe Mamani es otro vecino del pueblo, pero es más joven: tiene 28 años. Manifiesta que es muy difícil acceder a medicinas convencionales, por lo que ha decidido, de forma preventiva ante la pandemia, tomar infusiones de eucalipto y limón. Además, se impuso no viajar a otras comunidades ni a la ciudad. Señala que las autoridades gubernamentales deberían promover la medicina kallawaya, puesto que el conocimiento de sus exponentes es capaz de ayudar a la población no solo en esta coyuntura, sino en otros cientos de padecimientos crónicos.

RECONOCIMIENTO MUNDIAL En mayo de 2002, todas las comunidades, organizaciones e instituciones que comprenden el pueblo kallawaya iniciaron el proceso para buscar el reconocimiento de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en ingles), con el respaldo del entonces Viceministerio de Culturas. El proceso para el reconocimiento de esta cultura milenaria, que data del periodo tihuanacota, antes del incario, concluyó en noviembre de 2003, cuando la Unesco entregó la declaratoria de Patrimonio de la Humanidad.

Los kallawayas son médicos herbolarios viajeros, que pasan sus conocimientos de generación en generación, llevando su ciencia por todo el altiplano boliviano, llegando a países vecinos como Chile, Argentina y Perú. La farmacopea kallawaya, que consta de unas 980 especies vegetales, es una de las más ricas del mundo.

La investigadora Carmen Beatriz Loza cita, en el texto “Kallawaya: reconocimiento mundial a una ciencia de Los Andes”, la exposición universal realizada en París (Francia), entre 1889 a 1891, donde una de las disertaciones más comentadas fue la del conocimiento sobre la naturaleza que rodea a estos indígenas para curar cuerpo y el alma, sin recurrir a la medicina facultativa. Por otro lado, una faceta muy importante en la historia boliviana es la participación de los naturistas en el conflicto bélico con Paraguay (1932-1935), donde aportaron sus conocimientos ante el poco número de galenos en filas nacionales. El saber kallawaya distinguió también en el planeta cuando, a fines del siglo XIX, los herbolarios bolivianos fueron llevados hasta el Canal de Panamá, donde curaron a los obreros de la monumental obra que por entonces sufrían la enfermedad del paludismo.

CURACIÓN INTEGRAL Según refiere la periodista Debbie K. Becht, los kallawayas de Bolivia curan a los enfermos con hierbas y ritos tradicionales que datan de la época preincaica. Su enfoque holístico involucra una larga conversación con el paciente sobre su enfermedad y un examen del ambiente que lo rodea. Los kallawayas son recibidos con respeto y la certeza de que sus conocimientos se basan en largos años de capacitación, y de que actúan de acuerdo con un estricto código de valores religiosos y morales. La fe y la paciencia son clave para que un tratamiento kallawaya sea efectivo.

En algún momento de sus vidas, 80 por ciento de bolivianos ha recurrido a un médico tradicional. Según el Instituto Nacional de Estadística, 30 por ciento de la población solo conoce este tipo de sanación. «Todos vivimos ligados a la naturaleza», dice el kallawaya Hilarión Suxo.  Los kallawayas, como la mayoría de los bolivianos de ascendencia indígena, guardan estrechos vínculos con la naturaleza y el entorno físico que los rodea. Viven de acuerdo con la cosmovisión andina, una visión integral de la humanidad y de su lugar en el universo que se basa en la veneración de la Pachamama, o Madre Tierra. Creen que cada montaña tiene su propia deidad residente (achachilla), que protege a los que viven en sus alrededores de cualquier posible desgracia, y que los seres humanos deben respetar y vivir en armonía con su medio ambiente.

RIQUEZA NATURAL La provincia Bautista Saavedra, al norte del lago Titicaca, abarca 2.525 kilómetros cuadrados de territorio kallawaya. Allí, los venerados curanderos viven con sus familias en pueblos como Charazani, Curva, Chajaya, Chari, Inka, Huata Huata y Pampablanca.

Según la periodista Debbie Becht, Algunas fuentes históricas citan a los kallawayas como los primeros en hacer uso de la corteza seca del árbol de cinchona, fuente de la quinina, y utilizada durante muchos años para prevenir y controlar la malaria y otras enfermedades tropicales. Entre las plantas que crecen en la provincia de Bautista Saavedra y las enfermedades para las cuales se han utilizado se encuentran:

  • La kantuta roja, flor nacional boliviana, roja con amarillo y verde en forma de campana, que crece en los altos valles de Los Yungas. Las hojas, frescas o secas, se hierven en agua y luego se utilizan como cataplasma para curar abscesos o tumores. También, después de remojar las hojas frescas en agua limpia durante tres o cuatro horas, el líquido puede utilizarse para lavar los ojos inflamados.
  • El espino (Colleita spinosissima), un tipo de cardo que crece en los altos valles de las regiones de Charazani y Chajaya. Los tallos frescos se muelen con otras tres plantas -copal, de la región tropical de Caranavi, incienso de Los Yungas, y wairuru de la región de Santa Cruz- y se utilizan para hacer yesos para inmovilizar fracturas y lesiones. La corteza hervida se utiliza en la preparación de un baño sudorífero para aliviar dolores reumáticos en las articulaciones. La corteza molida remojada en alcohol, se utiliza como tónico para el tratamiento de la anemia.
  • La perlilla (Dalea weberbaueri), que crece en los altos valles de las regiones de Charazani y Cruzpata. Las hojas hervidas, frescas o secas, se han utilizado para tratar la viruela y el sarampión. Molidas y mezcladas con grasa de cerdo sin sal, se utilizan para quemar verrugas.
  • El diente de león, que crece en las zonas húmedas de los valles altos. La infusión de hojas frescas se utiliza para tratar la acidez estomacal. Las hojas frescas, tallos y raíces se utilizan como diurético. Las raíces secas se aplican a las heridas para ayudar a sanarlas.

 

Este artículo hace parte de la serie de publicaciones resultado de la Beca de periodismo de soluciones de la Fundación Gabo y las Solutions Journalism Network gracias al apoyo de la Tinker Foundation, instituciones que promueven el uso del periodismo de soluciones en Latinoamérica.

Los autores del material trabajan, por otro lado, en otro gran reportaje sobre la realidad de Charazani y otros dos pueblos indígenas bolivianos, de Perú y Paraguay, que con el respaldo del Pulitzer Center será publicado a inicios de octubre.