Entre la vanidad y la cobardía

por Leonardo Leigue Urenda

Mesa ha escogido muy mal sus atributos para el ejercicio de sus oficios: El de compilador de historias lo ejerce con vanidad, pues al final de cuentas pretende ser el escribidor y protagonista de algunas páginas del desfile freak de las presidencias bolivianas (para muestra, la declaración de ayer). Ya el de político lo ejerce con cobardía (que es inherente a la traición), pues siendo incapaz de desarraigarse del genoma de Olañeta, es cobarde para ejercer la racionalidad económica y política y asustadizo se rinde ante el estatus quo con tal de acceder o permanecer en el poder (basta ver que su receta de gobierno no contempla ninguna medida que despopularice la economía y nos devuelva a la senda de la racionalidad económica).



Y es que Mesa es una especie de Jano, cuyo rostro que mira al pasado -como contador de historias- lo hace con una mirada estrábica, mientras que ese rostro que mira al futuro -como político- lo hace con una mirada miope.

Montaigne en sus ensayos decía con respecto a la cobardía (y por qué no, a la vanidad), que la forma más común de castigarla es con la vergüenza y la ignominia y ya no con la muerte, pues para hacerles recobrar el valor, mejor es que se les suba la sangre al rostro en vez de derramarla.

Pero lo que Montaigne no sabía es que nuestros políticos son más cuerudos que “una” anta.