Después de un par de intentos consigo conectarme con Ignacio Val, el boliviano que hace poco llenó las pantallas de Times Square. Mi primera expectativa es encontrarme con la persona de los anuncios, esa presencia sonriente posando en las tapas de sus sencillos en Spotify, pero para mi sorpresa la sonrisa con la que me recibe Ignacio es muy hogareña. Esta no es otra entrevista comercial, esta es una charla que tendremos para saber quién es Ignacio Val, más allá de Times Square.

Nos separan más de 7.000 kilómetros, pero desde nuestros celulares podemos hablar y mirarnos tranquilamente. Ignacio Val, cantante y compositor, está en uno de esos raros respiros que le da la fama. Entre su tiempo en estudio trabajando en su música y una extenuante gira virtual de medios, Ignacio se levanta para trabajar bien de madrugada y da su día por terminado cuando llega la noche.

“Poco nos duró la frustración antes de recordar que el mundo da vueltas y hay que seguir trabajando mientras estemos sanos”, dice alegre, acomodándose la gorra, sentado en el jardín de su casa.

Cuando habla de trabajo, tiene la costumbre de hacerlo en plural. Se lo hago notar y su sonrisa se ensancha al confesar que eso se debe a que para él es un privilegio contar con el equipo de personas con las que trabaja. “Tú no puedes ser un experto en todo. Los artistas tenemos que entender que no es hacer música y listo. Tienes que saber de marketing y producción, entre otras cosas”, añade con un tono grave que lo hace sonar serio. “Eres una marca y tienes que vender. Para eso te rodeas de expertos”.

Ignacio ya cantaba y tocaba desde los 13 años, pero su verdadera cancha de aprendizaje fueron las guitarreadas con los amigos. Con un aire de alegre nostalgia recuerda que le daba mucha vergüenza confesar que quería ser cantante, pero que en esas guitarreadas fue adquiriendo confianza, hasta uno de los primeros momentos importantes de su carrera: cuando se ganó el aplauso y las lágrimas de jóvenes y adultos por igual al cantar una letra propia con una melodía de Kid Rock para su acto de promoción.

Después de eso vino la gloria: un dueto con Franco de Vita. Para entonces Ignacio ya lo sabía: él iba a ser cantante profesional, pero para ello tuvo que abandonar Bolivia y buscar suerte en Estados Unidos.

Alejado de su familia, con tres trabajos y resistiendo el usual rechazo de la industria a los nuevos talentos, encontró las fuerzas para perseverar. “Tenía todas las estadísticas en contra, todo era imposible, pero encontré buenas personas que hicieron la diferencia para que yo no me rinda”.

Lo cierto es que todas esas dificultades lo han marcado. Él mismo lo dice cuando me cuenta acerca de su iniciativa: el #BolivianPower. “Yo tuve que dejar mi país por venir a un lugar plataforma y eso fue muy duro. Habría sido hermoso que en Bolivia exista la chance de tener una carrera internacional”, añade mientras explica sus planes para darle una vuelta a la industria y ayudar a rodear a artistas bolivianos de la gente correcta puesto que “si quieres competir con J Balvin, tienes que sonar a ese nivel”.

Cuando llegamos al tema de Times Square, ya hemos dado una emotiva vuelta por su carrera y todas las dificultades que superó cuando todavía comenzaba. Se lo nota más electrificado mientras le pregunto cómo se siente con semejante logro y como respuesta lanza un sonoro suspiro de alivio.

Se nota que no le alcanzan las palabras, que solo puede describir la piel de gallina al enterarse, sus ojos llenándose de lágrimas al verlo, siempre agradeciendo en silencio a sus difuntos padres, pensando: “Vale la pena trabajar duro”.

Y, ahora, ¿qué harás después de esto?, le pregunto y él sonríe. Con un gesto modesto responde: “Seguiremos trabajando”. La falta de shows en vivo que trajo la pandemia puede ser algo muy grave para un músico pop-rock como es Ignacio Val, pero eso no impedirá que él siga componiendo, apuntando a establecerse en las ligas mayores.

Pero, en momentos como el de nuestra entrevista, lejos del estudio de grabación y de las cámaras, busca una charla tranquila, la clase de charlas que lo ayudan a disfrutar de la vida y de los amigos, aun en tiempos de pandemia.

Y en esos términos nos despedimos, con un Ignacio que me confiesa que no puede esperar para retornar a Bolivia y volver a interpretar su música para su gente.