Es tiempo de vivir con sentido común y no de crisis en crisis

El amor, la locura, la muerte y el poder, son temas que la literatura nunca abandona pues responde a situaciones propias de la condición humana. En el caso del poder, fueron los griegos quienes lo representaron como una forma de locura.

Bolivia sale de un histórico triunfo de una resistencia civil frente a un gobierno dictatorial y tiránico para luego caer en una pandemia global y ahora se embarca nuevamente a contiendas electorales nacionales en tiempos de pandemia, donde existen fórmulas de distintas líneas políticas que van en búsqueda de asegurarse el poder.



Las pandemias son algo que ocurren en la historia humana (estas sucedieron, suceden y seguirán sucediendo), pero finalmente son temporales, lo que más nos debe preocupar, aterrorizar y alarmar es la corrupción en todas sus expresiones de abuso de poder pues es peor que una pandemia, ya que ésta no pasa, mantiene perennidad y vigencia en el tiempo a lo largo de la existencia humana.

Adviértase que el anterior gobierno estuvo plagado de corrupción y siempre estuvo en permanente campaña política mientras gobernaba, aprovechando el amaño constitucionalizado previsto en el art. 238 num. 3) de la Constitución boliviana, olvidando que toda candidatura oficialista goza de ventaja competitiva, actuando en flagrante contraposición al informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos Nº 1/90, CIDH 1990b, que establece la importancia que toda competencia electoral se desarrolle con ausencia de coerciones directas o de ventajas indebidas y que las agrupaciones participen en condiciones equivalentes, además que los órganos electorales ofrezcan garantías de imparcialidad.

Pese a todo ello, el anterior régimen pisoteó todos esos postulados e hizo exactamente todo lo contrario. Otro signo distintivo de dicho gobierno fue el estatismo atroz, el fraude, el abuso de poder y la vulneración de derechos y garantías constitucionales por doquier.

Los grupos afines a dicho partido político en sintonía con lo anteriormente expresado, en vez de respetar y cumplir la Constitución (art. 10), donde afirma que “Bolivia es un Estado pacifista, que promueve la cultura de la paz, así como la cooperación entre los pueblos de la región y del mundo, a fin de contribuir al conocimiento mutuo (…)”, resulta que aquellos grupos prometen violencia y consumación de delitos en vez de promover la cultura de la paz.

Por otro lado, cabe advertir que hasta el momento, ningún candidato propone de forma clara y precisa una necesaria reforma constitucional para desmantelar todos los amaños constitucionalizados que posee dicha Constitución y tampoco se escucha mediante reforma constitucional, que se pretenda liberalizar la economía y acabar con el estatismo (agigantamiento del Estado en detrimento de las libertades individuales).

En los discursos políticos evidenciamos que se puso de moda el gataflorismo; por ejemplo, por un lado, de manera correcta y justa se cuestiona al anterior régimen que instauró un gobierno dictatorial, el cual duró 14 años, estatizando la economía y en consecuencia se evidenció la gran corrupción ante los niveles más altos de corruptela, donde concurren varios “recaudadores”, descarnándose la corrupción en cascada (se establece así una relación triangular entre el individuo, la administración pública y sociedad, mientras la corrupción se mueve entre los tres vértices con diferente intensidad); pero, peso a todo ello, por otro lado, se sigue incentivando mayor estatismo y se pregona a viva voz, que se debe aumentar los impuestos, esto es, asfixiar al formal y beneficiar al informal con bonos y más bonos, sin luchar de forma efectiva contra el mercantilismo estatal, el contrabando, la corrupción, el narcotráfico, el lavado de dinero, etc.

Los informes especializados en la materia de corrupción explican que la gran corrupción nace en las altas esferas y se va desbordando hasta empapar a toda la sociedad. Los estratos más bajos la aceptan para seguir viviendo, los altos para engordar.

De esta manera, la corrupción llega a ser transversal, de allí la célebre frase: “el poder total corrompe totalmente”. No es casualidad por eso que los corruptos afloren donde hay más poder, por ende, la corrupción debe ser vista como un abuso de poder y no simplemente como hechos aislados.

De allí que la existencia de megaburocracias provoca por lo general mayor abuso de poder y encuentran muchos recovecos para corromperse, instaurándose cleptocracias dictatoriales.

A pesar de todo lo antes expuesto, aún escuchamos a los candidatos afirmar que las empresas públicas deben mejorarse cuando en realidad ya se tiene por demás demostrado históricamente (incluso en el pasado reciente del anterior régimen), que el Estado es un pésimo administrador dado que provoca una absoluta competencia desleal, genera más burocracia, más corrupción, mercantilismo de Estado y más clientelismo. Todo eso, ya no es novedad.

Por lo tanto, es menester achicar el Estado porque no se puede seguir pagando cantidades elevadas por un sector público sobredimensionado, se debe reducir el nivel de coacción del Estado, ampliar la base tributaria bajando significativamente las tasas impositivas, eliminando los privilegios y las exoneraciones tributarias, luchando eficazmente contra la evasión, simplificando sustancialmente los trámites administrativos no únicamente para el pago de impuestos sino promoviendo tal situación para todo el aparataje estatal, entre otras medidas más.

En la literatura de desarrollo (basada en la experiencia económica de los países) se ha demostrado que donde exista más y más impuestos y regulaciones excesivas suele derivar en un menor crecimiento de la productividad. Esta situación, jamás se mejora con devaluaciones, por el contrario, extiende la agonía por cuanto buscan restaurar y mantener la rentabilidad de industrias ineficientes en desmedro de mayores inversiones en otras más eficientes.

Aquella frase trillada que dice: “locura o estupidez es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes” (que se le atribuye frecuentemente a Einstein), aún no terminamos de entenderla, comprenderla y aplicarla. Estamos viendo el desastre del anterior gobierno y se desea continuar avanzando bajo la misma plataforma que está sujeta a una constitución económica que urge ser reformada.

De esta manera, urge no caer en el populismo y apostar más por el sentido común que andar perdidos haciendo y decidiendo lo mismo una y otra vez.

Muchos candidatos que aducen ser contrarios al anterior gobierno masista siguen con la idea populista de promover los Estados niñeras cuando estos lo único que causan es afectación a las libertades individuales con intervención estatal en la vida de las personas. Asimismo, es una total contradicción y payasada, cuando vemos que para las elecciones se inscriben varios partidos políticos y luego se convocan a la unidad; y, después de que los candidatos asistieron a los denominados «debates» y estos ya se realizaron, recién a éstos se les ocurre lanzarse los desafíos a «debatir».

Todo esto, lamentablemente es consecuencia de la crisis del sistema político, de liderazgo y de extravió ideológico (al extremo que hay muchos socialistas que no saben que lo son), en los que, aprovechando la crisis de liderazgo, pretenden liderar este proceso de restablecimiento de Estado constitucional de Derecho, creyéndose por cuenta propia, como elegidos a detentar la figura de único líder mesiánico.

Debemos entender que no es cuestión de andar con miedos de que volverá una persona, un político, un sujeto cualquiera que sea, un pedófilo, un delincuente, ni tampoco de que retorne un partido político o una determinada y exclusiva agrupación ciudadana, el verdadero problema es más que eso, es un problema de MENTALIDAD.

No debemos vivir con miedos a lo circunstancial, no perdamos nuestras fuerzas y energías en eso, cuando lo más provechoso es y será promover un verdadero cambio de mentalidad en nosotros mismos de forma individual y a nuestro entorno inmediato.

Hay muchos quienes inclusive usan la etiqueta de ser liberales porque esa palabra suena bien, proviene de libertad (a muchos gusta) pero en la práctica no ejercen como tal de manera coherente y sistemática pues existen quienes reivindican ciertas libertades pero al poco tiempo van contra ellas por simples fines utilitarios y de oportunismo circunstancial, incurriendo en una evidente hipocresía ideológica o caen en fanatismo o idolatría hacia seres humanos que fungen de candidatos.

Por este motivo, el pueblo con sus instituciones cívicas y representativas, nunca debe renunciar al permanente ejercicio del CONTROL SOCIAL a políticos, autoridades públicas y servidores públicos, de la línea política que sea, y debe estar siempre alerta a salir en defensa de sus libertades individuales.

Entiéndase el término «pueblo» como la suma de los individuos y ha sido la reivindicación del liberalismo universal para contraponer el término pueblo como principio mayoritario absoluto.

De ahí, por ejemplo, que We the People establecido en la Constitución de los Estados Unidos utiliza ese término para dejar claro que no son los Estados los que tienen poder y autoridad, sino el individuo.

Existen candidatos que públicamente han confesado que son extraviados ideológicamente, que es lo mismo la izquierda que la derecha, que da igual capitalismo o socialismo, que no importa lo que digas y luego te desdigas, que eso de tener palabra y cumplir la palabra empeñada es lo de menos, a nadie le importa, por ende queda demostrado que todo lo que sea convicciones para algunos políticos no importa, con tal de sentarse en la silla presidencial y creer que ellos son y serán los salvadores de un país, y para ello les da igual bajo que ideas y principios se aferren por cuanto vale más el compromiso con quienes los financian que con las ideologías que ellos en particular tengan.

También están los presumidos “sabelotodo”, que al contrario de lo antes expuesto, éstos se creen la crema y nata de la sociedad, son aquellos que hacen culto a su supuesta sabiduría basada en su propia opinión (mueren creyéndose la tuti fruti del mundo, los influencers de la sapiencia humana, que han permitido que la humanidad sienta el sabor del conocimiento pues por sus expresiones hasta llegan a considerarse la máxima expresión de la sabiduría humana o que son toda una leyenda viva, a manera de templarios cibernéticos que se trenzan con sus rivales en duras cruzadas en las redes sociales mediante texto, videoconferencias, etc., para luego dormir tranquilos creyendo que con eso ya cumplieron el todo en esta vida), éstos que creen que por haberse leído muchísimos libros, por conocer la teoría de muchos filósofos y pensadores de la historia humana, sean estos de corte liberal o no, creen que ya se la saben todas y están preparados para conducir un país o al menos, creen tener los sobrados méritos como para denigrar a cualquier mortal con nombre y apellido que se le atraviese en su camino o pretenden lucirse en las redes sociales con su gran elocuencia florida expresando su fanatismo a corrientes ideológicas, despreciando a aquel que no leyó lo suficiente como él pero olvidan que a pesar de toda esa su perorata pesada y darse esas ínfulas de grandes gladiadores ideológicos de las redes sociales o de la prensa, resulta que en los hechos ninguno de ellos tienen siquiera una evidencia o experiencia real y concreta en sus propias vidas donde hubieran realizado ellos mismos una eficiente administración pública bajo los estándares más altos de integridad, confianza, eficiencia y optimización económica, certidumbre jurídica, etc., que “hubieran revolucionado significativamente” la forma de administrar el Estado conforme al radicalismo casi religioso de la escuela económica que pregonan y defienden a capa y espada hechos unos D’Artagnan ideológicos.

Finalmente, están los que se conforman con la idea de que no existe fórmula para este asunto y prefieren vivir despreocupados olvidando que si no se toma parte en la búsqueda de mejorar nuestras vidas acabaremos perdiendo nuestras propias libertades.

Bajo esta perspectiva, más allá de escuchar las promesas y planes de gobierno que pudieran ser expresadas con espléndida retórica y fluidez de conocimientos técnicos que ilusione a mucha gente en sus debates, lastimosamente ante la falta de consistencia en el valor de la palabra empeñada que han demostrado adolecer la clase política nacional, el “beneficio de la duda” podría resultar un pequeño aliciente para el pueblo pero no por ello debe vivirse confiado; más por el contrario, el pueblo dada la experiencia de empoderamiento y habiéndose ya manifestado mediante cabildos, ha dejado sentada su firme decisión de ya no ser víctima del engaño y del abuso de poder, el cual demostró su valía con la resistencia civil frente a tales abusos, dejando en la historia un mensaje bastante claro y contundente para los futuros gobernantes, por cuanto esa idea arraigada en la servidumbre estatal (que no cuestionaba que el Estado haga lo que le dé la gana), ya dejó de ser tan así; y, por consecuencia no debe ser subestimado y aquel de llegue a ser el próximo gobierno deberá desistir de cualquier ánimo o deseo de seguir maltratándolo por pura locura de poder y del mismo modo, el pueblo tampoco debe olvidar que la soberanía realmente reside en ella misma, máxime si todo ese despertar tuvo un alto costo de sacrificio, vidas humanas, dolor y penurias.

Las personas que son parte componente del pueblo, aquellos individuos que entienden que no son líderes mesiánicos ni inmortales (peor aún, ahora que ha quedado por demás demostrado que un diminuto e invisible virus a la vista humana es capaz de generar muerte y espanto a nivel mundial) y que tampoco adolecen del complejo del “Adonis político” ni les interesa andar rodeados de aduladores, ni pagan por ellos, lo que en realidad desea es cumplir con su proyecto de vida, desarrollar su plan de vida acorde a su propia realidad, talentos y habilidades. Para esto, requiere que exista un Estado mínimo que sea capaz de garantizar y proteger una determinada calidad de vida, la propiedad privada y sus libertades individuales, entre ellas, la libertad de pensamiento, ideología, libertad de expresión, entre otras más.

Los fundamentos de cualquier sociedad abierta son la libertad de expresión y el Estado democrático de derecho, si se ausenta cualquiera de estos elementos, no se tiene un país libre.

La libertad de expresión juega un rol central en el fortalecimiento de la democracia, por cuanto es indispensable para el ser humano ejercer el derecho a expresar libremente sus ideas y difundir las informaciones de que se tiene conocimiento además que permite el despliegue de talentos como las creaciones artísticas, la creatividad y la innovación en todos los ámbitos de las ciencias y el conocimiento humano.

Para que exista una real protección y promoción de todos los derechos humanos es esencial que exista un poder judicial independiente y medios de comunicación que sean libres, diversos  e independientes.

De allí que los gobiernos totalitarios con democracias dictatoriales usualmente destruyen la institucionalidad en sus países, degeneran el poder judicial e instauran medidas fácticas y formales  que son mordazas a la libre expresión.

En ese sentido, las diez principales amenazas a la libertad de expresión son, a saber:  1) mecanismos ilegítimos de control gubernamental de los medios de comunicación; 2) presiones económicas y comerciales que restringen la capacidad de difundir contenidos de interés público; 3) el mal uso de la palabra “discriminación” de forma desnaturalizada y generalizada con el propósito de limitar la libre expresión;  4) las agresiones verbales y físicas contra periodistas y la impunidad de los crímenes cometidos contra ellos o a su entorno familiar como represalia a lo investigado o manifestado; 5) la imposición de restricciones y penalización a toda crítica que sea realizada hacia funcionarios públicos, gobierno o hacia las creencias religiosas y dogmatismos religiosos; 6) limitaciones a la libertad de expresión teniendo como excusas la seguridad nacional, el discurso del odio, el extremismo violento o la lucha contra el terrorismo; 7) atentado a la libertad de expresión en Internet con afectación a la intimidad, el peligro de la vigilancia y de la manipulación de la información para provocar la tergiversación de los hechos,  el desafío de la seguridad personal en línea y el rol de los proveedores de servicio de Internet e intermediarios; 8) las limitaciones al derecho de acceso a la información por excesivos formalismos administrativos  legales; 9) los obstáculos al acceso universal a las tecnologías de la información y la comunicación; y, 10) los problemas de sostenibilidad y la imparcialidad de la información en los medios de comunicación de servicio público y comunitarios.

Por otro lado, en el ámbito nefasto de la corrupción, como ya se mencionó si se busca resultados diferentes no debemos estancarnos haciendo siempre lo mismo, por lo tanto, es el momento de entender que la lucha contra la corrupción administrativa que emerge de la burocracia no se reducirá generando, alimentando y potenciando más burocracia (con nuevas direcciones públicas, secretarias o unidades de lucha contra la corrupción, nuevas formas de administración pública que involucre nuevos y más cargos, etc.), sino que urge emprender dos importantes acciones: 1) el fortalecimiento del individuo y de la sociedad civil mediante asociaciones o fundaciones de lucha contra la corrupción con financiamiento privado e independiente del poder político o partidario y que dichas fundaciones o asociaciones tengan accesibilidad efectiva con libertad de control social a todos los servidores públicos de todas las reparticiones estatales (subalternas, jerárquicas y de control interno, autoridades de fiscalización, etc.), tal como explico en mi libro “Los Delitos de Corrupción”, y, 2) la contención del poder; evitando el surgimiento de la cleptocracia, esto es limitando el poder económico que tiene la administración pública y al mismo tiempo evitando la promulgación de normas que atenten contra las libertades individuales.

En definitiva, si se garantizan y se protegen de forma eficiente tres factores como mínimos, como ya hemos indicado: calidad de vida, propiedad privada y las libertades individuales sin fanatismos sean estos religiosos, ideológicos o en radicalismos de la escuela económica que sea (debemos examinarlo todo, retener lo bueno. La cura al fanatismo y al radicalismo es no perder el sentido común), podremos conducirnos hacia un verdadero progreso integral por ende es menester más sentido común e inversión productiva y menos populismo (sean éstas promovidas por los de derecha, centro, izquierda, por aquellos ambidiestros extraviados que ya abundan, etc.), por cuanto todo populista es un fabricante de miserias y de una moralidad distraída generalizada. No es con Estados agigantados, tampoco con barreras comerciales ni impidiendo que nos beneficiemos de un incremento en nuestro poder adquisitivo y menos aún llenándonos de deuda pública, dobles y triples aguinaldos, bonos, subsidios, entre otras medidas populistas cuyo destino final es la debacle total. Debemos vivir con sentido común y no de crisis en crisis.