La prensa vivió en el fuego cruzado de los días de furia en Bolivia

 

Los bandos en conflicto sólo querían medios que consideraban afines. En el afán de cubrir de forma plural, muchos periodistas fueron golpeados.

La prensa vivió en el fuego cruzado de los días de furia



 

 

Fuente: Página Siete

 

Isabel Mercado  / La Paz

 

Mientras el país se incendiaba (literalmente) de norte a sur los días de angustia, dolor y terror de noviembre pasado, la prensa tenía el trabajo y el compromiso de reportar estas incidencias. No se crea que fue un trabajo heroico, pero tampoco fue fácil. Es el rol de los periodistas estar en la calles reporteando y la crisis de 2019, que ya llevaba dando importantes dosis de gravedad desde inicios de ese año, no permitió ninguna tregua cuando saltó la chispa del fuego en la Chiquitania y comenzaron los cabildos y protestas. De inmediato, se empezó a gestar la confrontación y llegamos a una elección crispada, en la que el fraude era tan esperado como los resultados.

Ya entonces, la polarización era tal que los periodistas estaban divididos entre amigos y enemigos; los de un bando y los del otro. Unos no tenían cabida en el Chapare; otros no podían registrar los cabildos.

La labor que realizó minuciosamente Evo Morales de señalar a algunos medios como “enemigos del pueblo” y a los que le eran fieles como los defensores de la verdad, se extendió también a otros bandos, y aquellos medios sospechados de “oficialismo” empezaron también a ser apuntados.

Así llegamos a la crisis postelectoral, a los días de furia y de miedo para todos los bolivianos. Sí, porque aunque ahora se reescriban los hechos, lo cierto es que todos, absolutamente todos, sentimos miedo. Y fue ese miedo el principal insumo para la violencia y la confrontación.

En el libro La revolución de las Pititas, el periodista Juan Carlos Salazar hace un inventario de los periodistas afectados por la violencia y el caos de aquellos días. Y las víctimas son de ambos lados. Salazar señala, por ejemplo: “Manifestantes que bloqueaban la planta de almacenamiento y distribución de carburantes de Senkata golpearon a un periodista y un camarógrafo del canal estatal de televisión; dos reporteras de Red Uno fueron golpeadas durante las manifestaciones de La Paz y El Alto; otra, perteneciente a Paceñísima de Tv, fue derribada a golpes de puño y patadas en la Ceja, y un radialista de Caranavi debió huir al monte tras ser amenazado de muerte. Según un recuento de la Unidad de Monitoreo de la Asociación Nacional de la Prensa (ANP), al menos 76 periodistas de 14 medios sufrieron ataques y agresiones físicas en el mes posterior a las elecciones del 20 de octubre. Del total de los agredidos, 19 eran mujeres. Sin medios adecuados de protección, con apenas un casco y una máscara antigás, muchos de ellos con la boca cubierta con un pañuelo y la mayoría sin seguro de vida, los periodistas bolivianos cubrieron las marchas y los enfrentamientos de La Paz, El Alto y Cochabamba con el Jesús en la boca, entre dos fuegos, en la frontera del terror”.

La cobertura se convirtió en un asunto peligroso para todos, también para Página Siete que no dejó de cubrir, en el lugar de los hechos, las protestas. En algunos sitios, los periodistas, también los de este periódico, tuvieron que esconder sus credenciales para poder registrar los hechos y muchos medios internacionales que no eran identificados como afines al Gobierno, también eran acusados de ser prensa vendida o imperialista.

Del otro lado, se atacó furiosamente las instalaciones de la Red Kausachum Coca, varias radios comunitarias y, una vez se produjo la renuncia de Morales, periodistas del canal estatal fueron insultados y obligados a dejar las instalaciones de Bolivia Tv en medio de amenazas y la red Telesur fue cortada por el Gobierno de transición.

“Ha habido una situación de virulencia, de intolerancia y de intimidación nunca antes registrados para el trabajo de periodistas y medios en casi todo el territorio nacional por el clima de extremada polarización política”, resumió Marco Antonio Dipp Mukled,  presidente de la ANP. “Han sido agresiones y ataques que se han recibido de parte de los dos sectores en conflicto, de parte de seguidores y militantes del partido de Evo Morales, así como de sectores sociales que protestaban contra el gobierno de Evo Morales”, agregó.

Página Siete: antes, durante y después

Este matutino vio la luz en el momento de mayor poder del decenio de Evo Morales. Por la línea independiente de una militancia partidaria y especialmente por la línea crítica al gobierno de Evo Morales que adoptó, el periódico rápidamente fue señalado, estigmatizado y acosado por el poder. Esa tensión se vivió sin pausas hasta la caída de Evo Morales. Por ello, resultó paradójico que en vez de cesar las amenazas a este medio, estas se  hayan incrementado con la renuncia y posterior huida de Evo Morales.

Ese día se vivieron momentos de mucha tensión cuando en medio de advertencias y amenazas y luego de los ataques a los domicilios de Casimira Lema y Waldo Albarracín, se decidió suspender la edición que estaba siendo preparada y replegar a los periodistas. Posteriormente, durante cuatro días, Página Siete no pudo circular; sin embargo, eso no significó que la cobertura se detuviera: todo lo contrario, periodistas y editores se volcaron a las plataformas digitales para continuar con su trabajo y, en pocas horas, la audiencia del diario creció de 200 mil visitas únicas diarias a 400 mil.

Sin embargo, incluso antes de la renuncia de Morales, los periodistas de este medio ya sufrieron diferentes grados de violencia y hostilidades. “Estoy pidiendo a mis periodistas que se replieguen de la cobertura en el aeropuerto de El Alto por la hostilidad de los seguidores del presidente Evo Morales que han quitado el teléfono móvil a una de mis colegas y a otro estuvieron a punto de apedrearle”, escribió Juan Carlos Véliz, jefe de Redacción del diario digital,  en su cuenta de Twitter. Wara Artega publicó en su cuenta de Twitter que sufrió “un gran susto” cuando fue agredida por los seguidores del MAS. “Me rodearon, insultaron y quitaron el celular para que borre los videos”. Posteriormente relató que una mujer del grupo bloqueador le pidió su credencial y al ver que era de Página Siete, el hostigamiento creció. “Uno de los hombres me arrebató el celular. Me lo devolvió porque yo le dije que me estaba robando. Y en ese momento me pidieron que me vaya, me exigieron que abandone el lugar”, agregó. Paulo Lizárraga dijo, por su parte, que fue agredido cuando lo identificaron como miembro de Página Siete. “Vieron mi credencial y me comenzaron a lanzar piedras. Me comenzaron a decir groserías… ‘prochileno’  me decían”, relató.

En medio de una avalancha de rumores, noticias falsas de todos los flancos, incertidumbre, dolor, miedo, caos se realizó una de las coberturas más difíciles de estos tiempos. Teníamos que verificar todos los datos y muchas veces no se podía; vencer nuestros temores y nuestros propios juicios y prejuicios; cada día era una batalla en la que escribir y reportear resultaba un triunfo. Seguramente se cometieron algunos errores por los apresuramientos de aquellos días, pero, pese a las circunstancias y restricciones, siempre se hizo lo posible por mostrar la pluralidad de hechos que estaban sucediendo en el país que puede resumirse en dolor y miedo de uno y otro lado.