Recetas para una economía convaleciente

El descalabro que provocó el coronavirus, acompañado por las malas prácticas gubernamentales como la corrupción, dejaron a la economía boliviana en una crisis sin precedentes. Las proyecciones más relevantes para el cierre de la actual gestión, indican un decrecimiento del producto de -11%, incremento del desempleo de 4% a 12%, déficit fiscal superior al 12% en relación al producto y déficit en balanza comercial, cifras alarmantes más no sorprendentes por la paralización de las actividades económicas.

Las medidas asumidas por la gestión de Añez, similares a las aplicadas en la mayoría de los países de la región y del mundo, entre otras: otorgación de bonos, diferimiento del pago de créditos, subvención a los servicios básicos por tres meses y postergación del pago de algunos impuestos, fueron medidas coyunturales necesarias para atenuar la crisis pero no son suficientes para superar la recesión.

Para la reactivación de la economía, los mercados, por si solos, no son eficientes para gestionar su recuperación, por lo que es imprescindible la intervención del Estado para el salvataje de la economía. La recuperación en forma de V, cuando los indicadores económicos tardan menos tiempo en llegar a los niveles en los que se encontraban antes de la recesión, es improbable, por el contrario, se espera que sea en forma de U, cuando los indicadores tardan más tiempo en la recuperación. Por tal motivo, se prevé que la ansiada recuperación no será en el corto plazo.



La salida de la crisis, demanda un conjunto de medidas económicas concretas que requieren cuantiosos recursos monetarios, por cuanto, es necesaria la negociación del pago de la deuda y la obtención de recursos frescos de países y organismos internacionales financiadores, a objeto de dinamizar diferentes sectores de la economía afectados por la pandemia.

La inversión pública deberá reorientarse hacia el financiamiento de programas y proyectos en sectores estratégicos y productivos, generadores de empleo e intensivos en mano de obra, también existe la posibilidad de negociar el redireccionamiento de recursos existentes, previamente negociados y aprobados, para financiar planes de empleo de emergencia. Para acompañar estas iniciativas, en necesario fomentar la inversión privada nacional y extranjera, otorgando condiciones impositivas favorables y la debida seguridad jurídica.

En el corto plazo, se constituye fundamental la reactivación de la economía por el lado de la demanda, a objeto de incentivar y dinamizar el consumo por medio de transferencias condicionadas y no condicionadas a la población, adicionales a las ya existentes. La reducción de impuestos, a las personas naturales y jurídicas, podría encaminarse también en esa dirección.

El tipo de cambio, no debería ser tomado en cuenta dentro de las medias de corto plazo, por los efectos negativos que representaría una supuesta devaluación de la moneda nacional en detrimento del conjunto de la economía. Sin embargo, en el mediano o largo plazo debe ser evaluado, ya que podría coadyuvar, entre otras, en la eliminación o reducción significativa del déficit fiscal así como el restablecimiento del equilibrio externo.

La nueva gestión de gobierno tiene el mandato de establecer la recuperación de una economía convaleciente y volver a los niveles de estabilidad económica de años anteriores. La tarea es muy complicada, si tomamos en cuenta que aún no termina la pandemia, que existe un lento restablecimiento de las actividades económicas y cierne la sombra de un posible rebrote de la pandemia, el cual, de acuerdo a la experiencia vivida en Europa, podría ser incluso peor que la experimentada hasta la fecha.

Esperemos que el conjunto de medidas económicas adoptadas por el nuevo mandatario, posibiliten la reactivación del aparato productivo, reencaminando de esta manera, el crecimiento y desarrollo de nuestro país.

 

Gustavo Gómez es Doctor en Economía y académico universitario