Estados Desunidos de América

 

Como si no fueran suficientes las innumerables ocurrencias que nos impone esta terrible, como tediosa peste china, hace siete días nos sorprendimos con la toma violenta del Capitolio en Washington – EE.UU., considerado el corazón de la democracia estadunidense, la más antigua de la región.



Este asalto al Congreso norteamericano, más que por su rareza y su innegable espectacularidad mediática ha creado un halo de sensación sacrílega, como si nunca antes se hubiese producido algo similar en “ese templo sagrado” y, al contrario, éste fue blanco de otros atentados que, por distintas circunstancias, se realizaron en su contra desde su incendio por tropas británicas durante la guerra anglo-estadounidense de 1812; luego un atentado dinamitero en 1914, cuando Erich Muenter, un profesor de alemán de la Universidad de Harvard hizo estallar tres cartuchos de dinamita en la recepción del Senado, en protesta por la ayuda económica que los EE.UU. prestó al Reino Unido para subvenir gastos de la primera guerra Mundial; el ataque a la Cámara de Representantes en marzo de 1954, por parte de nacionalistas puertorriqueños liderados por la activista Lolita Lebron, pidiendo “Libertad para Puerto Rico”, en medio de una nutrida balacera que dejó 5 congresistas heridos; finalmente, en 1983 una explosión arrasó el segundo piso del Senado, en protesta a las intervenciones militares de EE.UU. en el Líbano y en Granada.

Curiosamente, casi todos los culpables de estos atentados fueron indultados o liberados, como fue el caso de la puertorriqueña sentenciada a 50 años de cárcel, y sus tres cómplices, a 75 años de prisión, sentencias que fueron conmutadas por el presidente demócrata Jimmy Carter, bajo la narrativa de que la liberación era: “un gesto humanitario significativo y sería visto como tal por la opinión mundial”.

En entregas anteriores advertimos la probabilidad de que el virus del populismo castrochavista, creado en los laboratorios del Foro de Sao Paulo, igual o más letal que el coronavirus, se expandiría por todos los países de la región, incluyendo a EE.UU., bajo el manido pretexto de reformar la Constitución, para luego destruir sus instituciones, hecho que está ocurriendo bajo la marca indeleble de fanáticos que siguen los designios de un oligofrénico, sea éste de izquierda o de derecha, con el único objetivo de copar y eternizarse en el poder.

La toma del Capitolio en Washington no ha pasado de ser una burda parodia de las innumerables tomas y cercos que los paceños tuvimos que soportar en las inmediaciones de la plaza Murillo, cuando bajo la dirección de un desadaptado, unos supuestos “movimientos sociales” protagonizaban esas tomas, con similares atuendos y consignas que los que actuaron en el Capitolio estadounidense, hecho que a su vez comentamos como: “El Cerco de Surco que amenaza cerrar el Circo”.

El mundo entero tiene fijada su atención en estos lances políticos que estamos viviendo, como el ridículo paro del transporte, un sector que se caracterizó por su fidelidad canina al fugado líder cocalero y ahora, inexplicablemente, se revela con inalcanzables peticiones económicas a un gobierno que se supone aliado empero, rompe con él, por el apetito de poder insaciable del prófugo y, al igual que Trump, constituirse en el creador de los Estados Desunidos de América.