Jueces justos

Emilio Martínez Cardona

Las páginas del Talmud recogen la leyenda sobre la existencia de los Tzadikim: 36 justos, muchos de ellos anónimos y humildes, que se desconocen entre sí y que a través de su bondad sostienen a la Creación.



“En el mundo, cada generación no tiene menos de treinta y seis personas justas sobre las cuales la divina Presencia reposa”, dice el Libro de Isaías, y Borges escribe en el poema Los Justos que “esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.

Recordé todo esto días atrás, cuando una jueza se paró frente a la maquinaria persecutoria gubernamental como aquel hombrecito de la Plaza de Tiananmén ante los tanques de guerra.

Rechazando las presiones que buscaban forzarla a encarcelar a un líder juvenil de Cochabamba, la jueza Ximena Mendizábal rebatió jurídicamente las excusas que se le presentaban para el atropello y añadió, aún portando una cánula nasal de oxígeno: “Soy una persona que acabo de salir de la muerte, por la enfermedad que he tenido (Covid-19), y he prometido a Dios que no voy a hacer maldades, que nunca voy hacer maldades, que voy a tratar de llevar todas las cosas correctamente”.

Vinieron las previsibles amenazas desde el poder y la magistrada replicó dignamente que “sabrá defenderse”, al tiempo de recordarle a los perseguidores los principios de Bangalore sobre la independencia e imparcialidad judicial, y de recomendarles que “vuelvan a estudiar Derecho”.

A la pregunta de un periodista sobre si no temía perder su libertad, Mendizábal respondió que “no, la libertad está aquí (tocándose la cabeza), la libertad está en la mente, no está entre cuatro paredes ni entre rejas”.

¿Habrán otros “Tzadikim” entre los magistrados bolivianos, otros jueces justos que ayuden a hacer la diferencia? Y no creo que hagan falta 36, sino 6 o apenas 3 para empezar a enderezar, así sea poco a poco, la estructura de crónica injusticia de un sistema judicial agravado por las tendencias totalitarias de los últimos años.

Unos pocos jueces justos pueden cancelar la actual ola persecutoria y evitar que el freno tenga que ser puesto a través de las movilizaciones ciudadanas y la polarización, con altos costos para la paz y la estabilidad.

Sería pertinente, sería muy necesario, que los organismos de derechos humanos de Naciones Unidas y de la OEA emitan las señales y garantías correspondientes, para la protección y seguridad de los magistrados bolivianos.

Cierro estas líneas con la transcripción completa del poema borgeano arriba citado: “Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire./El que agradece que en la tierra haya música./El que descubre con placer una etimología./Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez./El ceramista que premedita un color y una forma./El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada./Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto./El que acaricia a un animal dormido./El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho./El que agradece que en la tierra haya Stevenson./El que prefiere que los otros tengan razón./Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.