Borges y Bolivia

Emilio Martínez Cardona

La semana pasada se cumplieron 35 años del fallecimiento de Jorge Luis Borges. El Notoria Institute con sede en La Paz y el Club de la Libertad de Corrientes, Argentina, organizaron un conversatorio en el que comenté sobre ciertos vasos comunicantes entre la obra y la biografía borgeana con Bolivia.



Basándome en lo anotado por Luis H. Antezana (“Cachín”) en su “Álgebra y fuego. Lectura de Borges” (2000), sabemos que el boliviano Marcial Tamayo fue co-autor junto a Adolfo Ruiz Díaz de uno de los primeros libros sobre el escritor argentino, “Borges, enigma y clave” (1955), el único sobre sí mismo que Jorge Luis Borges confesaba haber leído, aunque decía con su magnífica ironía que “no pudo encontrar la clave”.

Un dato más reciente sobre Marcial Tamayo es el comentado por Jorge Saravia en un artículo publicado en un periódico paceño el 9 de mayo del corriente año, dando cuenta de que, ya en 1953, el autor boliviano había sido incluido por Borges y Bioy Casares en su famosa antología de “Cuentos breves y extraordinarios”, con el relato “Hallazgo de un tesoro”, entre nombres de la talla de Poe, O’Henry, Chesterton, Stevenson y Kafka.

Otro hito insoslayable es el boliviano Ricardo Jaimes Freyre, cuyas líneas Borges citaba como ejemplo de poesía “puramente verbal”. “Peregrina paloma imaginaria/Que enardeces los últimos amores/Alma de luz, de música y de flores/Peregrina paloma imaginaria”, cantaban los versos que, según lo apuntado por Borges en “La cifra” (1981), “no quieren decir nada y, a la manera de la música, lo dicen todo”.

Un par de referencias sueltas sobre Bolivia aparecen también en la obra de Bustos Domecq, heterónimo que fundía a Borges y Bioy para la escritura de cuentos policiales y humorísticos. En “Seis problemas para don Isidro Parodi” (1942), un personaje comenta que “el 7 de enero, a las cuatro y catorce a.m., sobriamente caracterizado de tape boliviano, abordé el Panamericano”; mientras que en “El teatro universal” (1967) otro personaje obtiene la “difícil beca Shortbread” para realizar estudios superiores de ajedrez en Bolivia.

Siguiendo lo escrito por Antezana, el crítico literario ve elementos o procedimientos borgeanos en parte de la obra de Oscar Cerruto, como en “Estrella segregada” (1973), así como en el poemario “Ferviente humo” de Eduardo Mitre (1976), la novela “Felipe Delgado” de Jaime Sáenz (1979), “Reflexiones maquiavélicas” de Pedro Shimose (1980) y en la novela breve “El otro gallo” de Jorge Suárez (1990).

A la lista de “Cachín” deben sumarse sin duda los nombres de Gustavo Cárdenas Ayad y Aníbal Crespo Ross, entre los poetas con notables ecos borgeanos. Cierro esta enumeración provisional recordando al entrañable Mauricio Peña Davidson, fallecido en 2018, autor de “La pasión del lenguaje. Aproximaciones a la poesía de Jorge Luis Borges” (2004), y que tal vez fuera el mejor declamador de los poemas de Borges en Bolivia, repertorio donde sobresalía su memorable interpretación de “Endimión en Latmos”.