Día del maestro, la vocación da pelea al virus y a las dificultades con la tecnología

Ni el tropezado acceso a internet, la falta de ítems, de seguros de salud, el miedo al contagio o las horas de viaje cada día para llegar a una comunidad, hacen mella en la pasión por enseñar. Sobre todo en las áreas rurales, los profesores pasan a través del fuego la pasión por su oficio.

Fuente: El Deber

Cualquiera pensaría que, tras más de un año de intentos de que el sistema educativo se ajuste a las exigencias de la pandemia, la prueba estaría superada. Pero no es tan fácil como parece, no en una realidad como la boliviana; en el caso de la ciudad, no todos los ‘profes’ tenían o tienen computadora para todos en casa. En el área rural, los celulares más sofisticados no son tan comunes, y la modalidad óptima es la presencial, independientemente del oleaje del coronavirus.



Marlene Colque enseña en la comunidad La Senda, en San Javier. Cada día se levanta a las cuatro de la mañana para dejar el desayuno listo a sus hijos, y tomar el transporte hasta su lugar de trabajo. Ante el retraso en la llegada de las cartillas educativas, la poca disponibilidad tecnológica de sus alumnos, y la urgencia de seguir con el programa escolar, va cinco veces a la semana a enseñar en secundaria.

Es lo que se conoce como polivalente, es decir que capacita a todos los cursos y todas las materias del ciclo secundario.

Denisse Chávez es la representante distrital de San José de Chiquitos. Cuando se la contactó, estaba esperando atención porque dio positivo a Covid-19 y por ratos se descompensa. Es la segunda vez que se contagia, y en esta oportunidad ha sentido con más fuerza los síntomas.

Rosa María Echalar es una maestra de ‘pura cepa’. Hija, sobrina y hermana de profesores, creció viendo a los suyos ir a comunidades a enseñar y el cariño por ese oficio se gestó en su niñez.

Vive en Portachuelo, y cuatro días a la semana debe viajar cuatro horas, entre ida y vuelta, a la comunidad Chané, donde es maestra de secundaria.

Su mamá, de 53 años, profesora de primaria en Bélgica, también tuvo Covid-19 en marzo, y su hermano en febrero, en la época de inscripciones e inicio de las clases.

Rowic Taceó Surubí enseña en la comunidad Buena Vista, donde vive, distante a 120 kilómetros de San José de Chiquitos. Prácticamente no se enteró de la modalidad a distancia. Enseña primaria, es polivalente o multigrado, «enseñamos desde primero a sexto de primaria, todas las áreas», aclaró.

Es representante de los maestros rurales de la zona y dice que le encanta ser parte de ese equipo porque tiene un espíritu muy especial. «Trabajamos con comunidades, barrios, padres de familia, somos una autoridad más en las comunidad, para gestionar proyectos en beneficio de los mismos niños; sin embargo, la recompensa es mínima, por eso me duele el corazón el Día del Maestro, pero de eso se trata la vocación», dijo sobre su fecha conmemorativa.

A Rowic le ha tocado enseñar en los aserraderos y barracas de la zona, ya que una buena parte de sus pequeños alumnos tiene a los padres trabajando en esas empresas.

Coincide con Denisse Chávez, cree que los profesores están «sobregirados» debido al déficit de ítems. «Teníamos un convenio con la anterior gestión municipal para cubrir eso, pero ya no hay el presupuesto», lamentó.

Tuvo síntomas de Covid-19, pero nunca confirmó la enfermedad con prueba de laboratorio, dice que allá no le llegaron las pruebas.

Roxana Hurtado es maestra urbana de primaria en Santa Cruz. Solo pasa clases desde su casa. La pandemia y su estado de salud coincidieron para darle alguna ventaja, ya le cuesta movilizarse debido a artrosis, artritis y reumatismo, así que por ahora usa silla de ruedas. No tomar el transporte público para ir a dar clases ha sido un alivio.

Casi toda su vida fue profesora de colegio particular, y cuando ejerció en fiscales, fue pagada por los padres de familia, así que no goza de un seguro médico. Por eso es que salió en los medios de comunicación pidiendo ayuda para iniciar su tratamiento, que es muy caro.

Tiene una computadora viejita, que ha ido ‘domando’ en la pandemia, porque al principio le iba mal con la tecnología. Enseña a niños de primaria, y cuando por su enfermedad no logra ni levantarse, su esposo, que es taxista, se queda en casa para atenderla.

Roxana se contagió de Covid-19, pero para su bendición, fue leve.

Fuente: El Deber