El olor de la burocracia

Todas las profesiones tienen un olor distintivo y peculiar y la burocracia que, aunque cueste aceptar que es un oficio, no es la excepción.

Últimamente he estado frecuentando diversas reparticiones públicas en La Paz y por ello pude constatar que eso que Stefan Zweig llamó “el olor fiscal”, sí existe. Pero obviamente que el olor fiscal de la Viena imperial, poco o nada tiene en común con el nuestro.



Nuestra burocracia centralista en la que desde sus inicios en sus recintos conviven en un concubinato estético lo cholo-napoleónico con lo incaico-avant garde (pienso en la foto del temible Zárate Willka disfrazado de Mariscal de Austerlitz para solaz del entonces titiritero de turno) huele a antiguo, no es pujusó, al contrario, es un olor seco, ácido (lo agrio es un olor inherente de la sotana clerical), tánico, astringente de esperanzas y frustraciones reprimidas, que percuden esas decimonónicas bolivianamente parisinas cortinas desflecadas de terciopelo verde dólar y manteles bordeaux de tanto api derramado, como si fuera la sangre del tramitante penitente.

Eso, huelen a hierro de puñal artero y a plomo de putsch traicionado, a restos de hemoglobina regurgitada por las garrapatas ahítas de tanta sangre succionada de las personas que, más que ciudadanos, son solo súbditos para esa aristocracia del pasará-pasará de la función pública, esa infraestructura heredable sobre la que se asienta esta bicentenaria monarquía del mal que se disfraza de República solo en la primera página de nuestra constitución: Leopoldos de Bélgica pero lampiños que pampean su sadismo en el Congo Negro del trámite innecesario.

Olor a alfombra pisoteada por infamias inenarrables de supernumerarios, ganado de engorde con sueldo al partido; aroma a papeleo narcotizado, paralizado con el curare de la indolencia de ujieres con cerebros jibarizados y corazones chuñificados por la necesidad de sobrevivir en un ambiente hostil y mezquino, carentes de empatía y amor, sobre todo amor, que es el ácido fólico para el desarrollo de la moral y la decencia.

Aromas a mocheó de esas gogolescas almas muertas transaccionadas de gobierno en gobierno y a exudaciones metálicas de las resoluciones a la carta, cocinadas en aceite Bretton Woods y como no, el olor a laca, mucha laca para que a la viceministra de ese peinado setentero demodé de melenas a la Luis XIV, no se le mueva un solo pelo cuando te agrede por el atrevimiento de atravesar ese portal del infierno ministerial y osar pedir sin poner.

 

Fuente: Facebook Leonardo Leigue