Nueva York resurge, pero sin el esplendor de antes

La ciudad se recupera, una vez más.

Wall Street aún no recupera la actividad propia de la zona financiera más emblemática del mundo, pero la llegada de los primeros turistas imprime algo de movimiento

Fuente: La Nación

Rafael Mathus Ruiz



Volvió la noche. Volvieron los bares y los restaurantes. Volvieron los conciertos. Volvió el bullicio ensordecedor de Times Square. Volvieron los museos. Volvieron los carruajes al Central Park. Volvieron los hotdogs y la pizza en la calle. Volvieron las sirenas. Volvió el tráfico. Volvió el subte a la noche. Volvieron los fuegos artificiales. Después de más un año de dolor y angustia por el coronavirus, Nueva York volvió a la normalidad. Pero Nueva York no ha vuelto. Al menos, no del todo. Y aun cuando lo haga, quizá nunca vuelva a ser la misma de antes.

Las fosas comunes, las morgues ambulantes y las calles desiertas son postales de un pasado que parece una pesadilla lejana, aunque sean de hace apenas unos meses. A donde se mire, la ciudad muestra vida. Los bocinazos regresaron a la 5ª Avenida. La gente volvió a hacer yoga en el Central Park y a cruzar el puente de Brooklyn.

Foo Fighters reunió 20.000 personas el último fin de semana en el Madison Square Garden, el primer concierto desde el gran encierro. “¿Lo extrañaron?”, preguntó el líder de la banda, David Grohl, a una multitud apretada. El Madison respondió con un grito de liberación: “¡SI!”. Grohl arrancó con “Times Like These”, un testamento del presente: “En tiempos como estos, aprendés a vivir de nuevo”, dice la letra.

La ciudad volvió a vivir, pero la pandemia dejó una cicatriz inocultable. Faltan negocios, falta trabajo, falta gente, falta ruido en las calles, faltan taxis, faltan bicicletas y falta un aditivo vital: turistas. También retornó el delito: después de caer año tras año, un logro que transformó a Nueva York en un modelo global, el crimen dio un salto. La desigualdad empeoró. El Bronx, el barrio más pobre de la ciudad, tiene el desempleo más alto –15%, casi el triple de la tasa para todo el país– y la tasa de vacunación más baja. La ciudad está más áspera, y parece más sucia. Perdió esplendor.

“Es Nueva York, se siente genial estar de vuelta. Hay cierta vida, cierta emoción”, describe Kenny Polcari, de 60 años, sentado en la escalinata del Salón Federal, el museo donde funcionó el primer Congreso del país, frente a la bolsa neoyorquina, en la esquina de Wall Street y Nassau. “Pero todavía se siente muy diferente. No se siente ni por asomo como la Nueva York de la que me fui en 2019. Ciertamente hay vida de vuelta en la ciudad, pero no es la misma que era”, completa.

Polcari trabajó cuatro décadas en Wall Street. Se mudó a Palm Beach, Florida, justo antes de la pandemia. Aunque se ve feliz por estar de regreso, dice que la ciudad se siente más insegura y que faltan “pequeñas cosas” como “el tipo de los hotdogs y el del café en cada esquina, los taxis…”. Se queja del precio exorbitante de los Uber –el servicio se encareció porque hay menos autos–, y dice que hay zonas, como el Upper West Side, Midtown o Penn Station que son “un desastre”. Mira hacia la calle, frente a la bolsa, a la gente que va y viene, y le falta el vértigo de antaño.

“Está tranquilo. Si hubieras estado acá hace dos años, hubieras visto el lugar abarrotado, tendrías que haber ido esquivando gente. Ahora podés caminar por la calle con los ojos cerrados sin chocarte con nadie”, describe.

La imagen que recuerda Polcari tardará en volver, si es que vuelve. Antes de la pandemia, la población de Manhattan se duplicaba cada día.Cientos de miles de personas se movían en subte, ferry, tren, auto o colectivo desde los otros barrios de la ciudad, Nueva Jersey o las afueras a trabajar a la isla por la mañana, y volvían a sus casas por la tarde. Esa dinámica gobernaba la ciudad. Ya no. El empleo cambió. Un ejemplo: Google, que tiene 11.000 empleados en Nueva York, planea reabrir sus oficinas en Chelsea en septiembre, pero sus empleados solo deberán ir tres días a la semana, y la compañía permitirá a una fracción de su personal trabajar remoto todo el tiempo. Menos vida de oficina en Manhattan implica menos movimiento en la isla –menos cafés hacia la oficina, menos almuerzos, menos gimnasios, menos cenas, menos tragos en happy hour–, y menos trabajo para miles personas que se movían desde el Bronx, Brooklyn, Queens o Staten Island.

La pérdida de energía puede palparse en Midtown, en Chelsea, en el Lower East Side o el SoHo, algunos de los barrios más emblemáticos de Manhattan. Es bastante fácil encontrar locales tapiados o vidrieras altas vacías, con un cartel de alquiler pegado en el vidrio. Es una imagen que se repite, aunque no sea uniforme. Times Square sigue siendo un hervidero. El solsticio de verano volvió a celebrarse este año con una clase de yoga que atrajo a cientos bajo un sol abrasador. Los musicales de Broadway, uno de los motores económicos de la ciudad, volverán en septiembre. Bruce Springsteen será el pionero de la reapertura este sábado con su nuevo espectáculo,“Springsteen en Broadway”, con una novedad: para poder sentarse a escuchar a “El Jefe” habrá que estar vacunado con el esquema completo.

El Central Park muestra las mismas escenas de antaño. La gente trota, camina o anda en bicicleta, y hay partidos en las canchas de beach volley y de béisbol. Un grupo de personas hace yoga bajo un árbol para esquivar el sol del verano. Unos amigos se pasan un frisbee de ida y vuelta. Pero el gran refugio verde de Manhattan parece más vacío. Los vendedores lamentan la falta de gente. Cerca de una de sus entradas, Mario Angelucci, un italiano de 44 años, espera clientes a la sombra, apoyado en el monumento de José Martí, sobre Central Park South, frente a una larga fila de carruajes.

Su caballo, Silver, pasó la pandemia en una granja en Pensilvania antes de volver al trabajo en diciembre. Aunque hay movimiento, parece poco. “El negocio está deprimido. Ahora parece que volvimos a la normalidad, pero todavía nos faltan los turistas extranjeros. No tenemos turistas de Europa. Tenemos turistas de otros estados, pero nos faltan los europeos. Por lo menos seguimos acá y es lo más importante, y ojalá volvamos donde estábamos”, reflexiona.

En 2019, Nueva York recibió más de 66 millones de turistas, un pico histórico. Fueron casi 200.000 personas por día, que gastaron miles de millones de dólares. Son las personas que extraña Angelucci, y que tardarán en volver.

Pese a la herida que dejó el coronavirus, hay escenas que parecen ajenas al horror que significó la pandemia y que hizo estragos aquí con la pérdida de más de 30.000 vidas.

El contraste con los meses trágicos es evidente y genera alivio. Los visitantes que llegan, aunque en menor cantidad que en los años de resplandor, no se pierden los clásicos paseos que ofrece la ciudad.

La nueva normalidad es muchísimo más palpable en los bares y restaurantes, el punto de encuentro por excelencia de los neoyorquinos. La ciudad habilitó a los restaurantes ampliarse a la calle, una movida que les permitió capear la crisis, y le cambió la cara a varias calles, que se han transformado casi en peatonales. Frankies 457, un restó italiano ubicado en un polo gastronómico de Brooklyn, cerró, abrió, puso en marcha el takeout y el delivery, y ahora reabrió completamente al público y su personal no da abasto.

“Estamos rockeando”, dice Sam Primeaux, de 33 años, el manager del negocio. “La gente tiene plata para gastar. Como en los viejos tiempos, o incluso más. Es raro porque el negocio de los restaurantes es cómo atraer gente, y ahora tengo que ver cuánta gente dejo afuera, sobre todo a la noche”, afirma.

Los bares y restaurantes que lograron sobrevivir a las restricciones retoman el ritmo habitual, que a veces llega a ser frenético

Pero nada evidencia tanto el alivio como un vacunatorio con poca gente. Las vacunas escasean en el mundo, pero en el Museo de Historia Natural parecen sobrar. Mientras millones de personas en otros países aguardan su dosis sin saber cuándo llegará, cualquiera que se acerque al museo la recibirá en minutos, sin cita ni espera, debajo de la ballena azul gigante, una de las grandes atracciones del lugar, que ahora tiene una curita en una aleta.

Se puede elegir entre Pfizer, Moderna y Johnson & Johnson. No hay fila, y algunas enfermeras cuentan los minutos, sentadas, con todo listo para la próxima aplicación. La ciudad ya inoculó totalmente a más de cuatro millones de personas, la mitad de su población.

Debajo la ballena azul del Museo de Historia Natural de Nueva York funciona uno de los centros de vacunación contra el Covid-19, sin cita previa ni espera

Nueva York se recuperó de los atentados del 11-S, del huracán Sandy, de la ola de crimen de los 80, de la crisis financiera global. “Nueva York siempre vuelve”, reza un mantra repetido hasta el hartazgo durante la pandemia. La ciudad se recupera, una vez más. Pero, ¿cómo quedará después de todo? Polcari responde con acento neoyorquino, sin perder la sonrisa: “Creo que en unos meses se verá el regreso de su vitalidad, pero no creo que vuelva a ser la ciudad que conocimos. Simplemente no lo creo.”